UD 11 (y II)- TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES DEL SIGLO XIX (II): SOCIEDAD

TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES DEL SIGLO XIX (II): SOCIEDAD. 

INTRODUCCIÓN. 

La unidad aborda la sociedad de la España del siglo XIX y los primeros decenios del siglo XX. El hecho fundamental es la llegada de la Revolución Industrial, aunque sea tardía y débil, que transformó las estructuras del Antiguo Régimen y asentó las bases de la modernidad actual. 

LA SOCIEDAD.

1. EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA.

El incremento demográfico.

La población de España pasó a lo largo del siglo XIX de 10,5 millones a 18,5 millones. Fue un crecimiento demográfico notable, de un 60%, superior al de los siglos anteriores, pero muy inferior al europeo, porque la población de Europa se incrementó en un 250% de media. Si se compara con el fuerte crecimiento demográfico de Gran Bretaña o Alemania, el de España era particularmente débil.

Los factores positivos de este crecimiento fueron el aumento de la producción alimentaria, las mejoras sanitarias (vacunas, higiene), los cambios sociales en la familia, la urbanización, la reducción de las epidemias... 

Las etapas demográficas.

Nos faltan censos continuos y fiables, por lo que nos basamos en aproximaciones. Así, si contáramos con datos precisos de 1867 seguramente encontraríamos un fuerte aumento en el decenio anterior, pero al no tenerlos sólo podemos suponerlo.

1797 = 10,5 millones de habitantes.
1822 = 12,8 millones de habitantes.
1834 = 13,4 millones de habitantes.
1857 = 15,6 millones de habitantes.
1877 = 16,6 millones de habitantes.
1887 = 17,5 millones de habitantes.
1897 = 18,1 millones de habitantes.
1900 = 18,6 millones de habitantes.

Se pueden definir estadísticamente tres etapas:

1) 1797-1834 con una tasa anual de 3,9%. El crecimiento al principio del siglo fue lento por la crisis económica y las pérdidas de la Guerra de Independencia. Fue más intenso desde 1814, pese a los problemas del reinado de Fernando VII.

2) 1834-1857 con un máximo de 6,3%. Particularmente intenso fue el crecimiento en el segundo tercio del siglo, a pesar de las guerras carlistas. Seguramente esta etapa continuó hasta 1866-1868, en la que la población se estancaría por la crisis económica y los problemas del sexenio revolucionario (guerras y disturbios).

3) 1857-1900 con un tasa anual del 4,3%, que seguramente debió comenzar hacia 1866, continuó algo más ralentizado el crecimiento de la población. A pesar de nuevas mejoras en la higiene y el nivel de vida, impactaron negativamente algunas epidemias (la mayor fue la del cólera de 1885, con 120.000 muertos), el inicio de la emigración (desde los años 1880) y las guerras coloniales (1868-1878, 1895-1898). 

El modelo demográfico.

El modelo demográfico es el de una sociedad tradicional, aunque evolucionando hacia un modelo moderno, lo que se logra en el siglo XX. Las características son:
  • Natalidad alta. Era un 38% en 1860 y un 35% en 1900.
  • Mortalidad alta. Es la principal causa del relativo estancamiento español: un 30,7% en 1860 y un todavía elevado 28,8% en 1900, frente al 18,2 % de Gran Bretaña en 1900, por lo que la esperanza de vida era en 1900 sólo de 35 años. Esta alta mortalidad se concentraba en la mortalidad infantil, especialmente en las grandes ciudades: en 1880 en Madrid morían alrededor de cuatro de cada diez niños menores de un año. Continuaban las grandes epidemias (cólera de 1885) y hambres (1881-1890 en Andalucía).
  • Poca emigración exterior. La emigración es mínima, aunque comienza a ser un poco importante desde 1880, dirigida hacia Francia, Argelia y América, por el aumento de la población y la crisis rural.
La distribución geográfica, sectorial y agraria/urbana.

Hay una redistribución geográfica: un aumento en la costa y un estancamiento o disminución relativa en el interior (excepto Madrid), aunque todas las regiones aumentan su población.

En 1860 el sector primario era mayoritario y tenía el 65% de la población, el secundario el 15% y el terciario el 20% de media.

La población agraria seguía siendo mayoritaria y era el principal foco de excedentes, pero la población urbana crecía por el éxodo a los centros administrativos, industriales y comerciales: Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Asturias, y también las capitales de provincia. Las ciudades crecen, derriban sus murallas, programan sus ensanches. 

2. LOS CAMBIOS SOCIALES EN EL CAMPO.

NOBLEZA. 

Esta clase social, en vez de ser desplazada como ocurría en los países europeos donde triunfaban las revoluciones liberales, retuvo la mayor parte de su poder. 

El mantenimiento del poder económico y político.

Mantuvo su poder económico: los nobles siguieron siendo los más grandes terratenientes. Pero una vez convertidas sus propiedades feudales en burguesas, no las transformaron en empresas capitalistas sino que mantuvieron el sistema productivo anterior.
Conservó su poder político, gracias a sus puestos en la Corte y los asientos que se les reservaban en el Senado.

El más importante propietario del reino era el duque de Osuna, que satisfacía contribuciones en 20 provincias, y era prácticamente dueño de ocho pueblos en Sevilla y de numerosas posesiones en Málaga, Extremadura, Salamanca y Ávila. Los duques de Medinasi­donia y la pareja de la reina madre María Cristina y su esposo el duque de Riánsares, eran otras de las grandes fortunas de la época. 

CLERO. 

El clero sufrió un golpe muy duro, pues redujo sus efectivos cuando casi desapareció la rama del clero regular (antes la más numerosa y poderosa), mientras que el clero secular dependía de la asignación económica del Estado. 

BURGUESÍA. 

Creció una clase burguesa de grandes terratenientes, de procedencia urbana, que compró las tierras del clero y los ayuntamientos, así como propiedades de nobles arruinados. La mayoría fueron propietarios absentistas, que no invirtieron en modernizar la explotación, y residían en los pueblos y las ciudades. 

CAMPESINADO.

La estratificación social del campesinado en grupos.

Con la reforma agraria y la modernización del campo, el campesinado se estratificó en varios grupos sociales, como resultado de la desamortización y del carácter conservador de la reforma agraria continuó la clara división de la estructura de la propiedad agraria en latifundios y minifundios. Las grandes propiedades (más de 100 ha) ocupaban casi la mitad de las tierras cultivables, mientras que las pequeñas (menos de 10 ha) ocupaban casi la otra mitad. En cambio, las medianas propiedades (10-100 ha), las que hubieran sido más rentables en aquel periodo, eran muy escasas y se localizaban en pocas regiones, como Cataluña.

Los grandes grupos sociales fueron:
  • Los grandes arrendatarios de los latifundios (en especial de Andalucía y el interior), que expulsaron a los campesinos subarrendados e impulsaron cultivos extensivos (trigo, vid, olivo), sólo rentables por la abundancia de mano de obra barata. Se convirtieron paulatinamente en burgueses, que residían en los pueblos y los dominaban adoptando a menudo el papel de caciques políticos.
  • Los pequeños y medianos propietarios, que compraron fincas desamortizadas, o mantenían sus propiedades anteriores. Sólo los que tenían suficiente capital y extensión de tierras pudieron competir en el mercado abierto. En Cataluña (medianas propiedades) y Valencia (más pequeñas) su número se incrementó, al comprar los arrendatarios las fincas que cultivaban y enriquecerse con el cultivo de la vid y otros productos comerciales. También eran numerosos en Castilla la Vieja y León y el valle del Ebro (medianas propiedades) y la región cantábrica y Galicia (más pequeñas), pero sus cultivos no eran tan competitivos.
  • Los pequeños arrendatarios y subarrendatarios, que a menudo empeoraron su situación al endurecer los propietarios las condiciones del arriendo. Eran numerosos en Castilla la Vieja y León, Galicia...
  • Los jornaleros, cuyo número aumentó mucho (en 1860 eran el 54% de la población activa agraria), en parte por el aumento de la población y en parte por el fin de muchos contratos de arriendo. Su condición social, de bajos salarios y largos periodos de paro, empeoró por la pérdida de los bienes comunales. Eran ampliamente mayoritarios en Andalucía, Extremadura y La Mancha.
EL CONFLICTO ENTRE PROPIETARIOS Y CAMPESINOS SIN TIERRAS. 

La condición miserable de muchos campesinos excluidos de la propiedad de la tierra que cultivaban, tanto los pequeños arrendatarios sometidos al pago de elevadas rentas, como los jornaleros sin tierras, explica que en el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX hubiera una continua agitación rural, con numerosas protestas violentas.

Los propietarios se organizaron en los partidos carlista, conservador y liberal, y en asociaciones de propietarios (como la catalana de San Isidro), mientras que los campesinos pobres más radicales se organizaron en sociedades secretas o en grupos anarquistas, que utilizaron a menudo el terrorismo. Particularmente grave fue el problema en Andalucía (bandolerismo, la Mano Negra andaluza, revueltas de 1868...), donde la opresión de los latifundistas era comparativamente mayor y más miserable la condición de los jornaleros. 

3. LOS CAMBIOS SOCIALES EN LA CIUDAD. 

Durante el siglo XIX no varió significativamente la estratificación social urbana. Pero sí aumentó notablemente la población urbana, lo que intensificó sus problemas. Hacia finales de siglo el número de obreros era relativamente reducido (excepto en Cataluña y País Vasco), bastante elevado el de campesinos (que cultivaban los campos vecinos a las ciudades y pueblos) y artesanos (pese a que reducían su proporción respecto a los obreros), y muy alto el de criados (en Madrid uno de cada siete habitantes servía en 1860). Se concluye de esto que:
  • España no se había industrializado todavía, de ahí el bajo número de obreros. Sólo había las excepciones de Cataluña y País Vasco, más en parte algunas zonas y ciudades, como Asturias, Madrid, Valencia, Alcoy...
  • La agricultura y la artesanía conservaban su importancia económica en la vida urbana.
  • El número excesivo de criados indica la importancia que para los nobles y burgueses ricos tenía ostentación de un servicio doméstico numeroso.

En conjunto la sociedad urbana española se parecía bastante a la del siglo XVIII y se diferenciaba en gran manera de las más evolucionadas de Inglaterra y Francia en el siglo XIX. 

NOBLEZA Y BURGUESÍA. 

Nobleza y burguesía, desunidos a principios de siglo, lo acaban en estrecha alianza, unidos en un bloque de poder dominante, opuesto a las clases populares (jornaleros, obreros).

La nobleza, tanto la antigua como la nueva, pasa a residir en las ciudades, donde viven sus miembros como terratenientes, militares, altos funcionarios, alto clero... La desamortización y la supresión del feudalismo no destruyen su poder económico y político, pero han de compartirlo con la burguesía.

La burguesía, la nueva clase adinerada, está integrada por los propietarios rústicos y urbanos, los industriales, comerciantes y banqueros, los funcionarios, que hacían sus fortunas como nuevos terratenientes (gracias a la desamortización), en las fábricas del textil catalán y la siderurgia vasca, en el comercio colonial, en el abastecimiento del ejército o especulando con los solares en las ciudades en auge. Sus centros más importantes son Barcelona y Madrid. La burguesía accede a una posición hegemónica en lo económico y comparte el poder político con la nobleza.

Estas dos clases sociales compiten entre sí en varios periodos revolucionarios (1820-1823, 1834-1839, 1854-1856, 1868-1874), pero acaban pactando. Una vez conseguida la igualdad jurídica, y desmontado el Antiguo Régimen, la mayoría de los grupos que las integran consiguen hacia mediados de siglo un equilibrio entre sus intereses y se fusionan. La desamortización es fundamental en este sentido, al unirlos en la compra de los bienes y el mantenimiento del nuevo orden.

La fusión se alcanza porque la nobleza y la burguesía españolas se mezclan creciente­mente a lo largo del siglo, gracias a la residencia urbana de los nobles, los frecuentes ma­trimonios y la fusión de actividades, en un proceso que terminará en el siglo XX con la virtual desaparición de los límites entre ambas clases sociales.

En realidad, en España los burgueses no se consideran rivales sino socios de los nobles, y desean alcanzar su estatus social, su condición aristocrática. Llaman a los nobles a los consejos de administración de las grandes compañías, emulan sus costumbres y residencias, se contraen matrimonios entre ambas clases sociales y, con frecuencia acceden a títulos nobiliarios. Tal es el caso de quien tuvo la mayor fortuna de la época, José de Salamanca, nombrado marqués de Salamanca tras haber reunido un patrimonio gigantesco en ferrocarriles y la construcción de inmuebles en las ciudades. El barrio de Salamanca, en Madrid, por él planificado, lleva su nombre. Otros burgueses ennoblecidos entonces son los Urquijo, Güell, López...

El mismo deslumbramiento lo encontramos en los militares de fortuna, que hacen carrera política apoyándose en sus éxitos militares y obtienen títulos nobiliarios. Así, Espartero acumula una larga serie de títulos como el de Príncipe de Vergara, Narváez fue duque de Valencia y O'Donnell fue duque de Tetuán. Lo mismo ocurre entre los políticos, en una práctica que perdura hoy: el duque de Suárez es un ejemplo reciente. 

PROLETARIADO. 

El proletariado lo componen los obreros que trabajan en fábricas, ferrocarriles, minas, etc. Su número aumentó espectacularmente durante el siglo XIX. Sus condiciones de vida fueron penosas: bajos salarios, muchas horas de trabajo, insalubridad, desempleo prolongado... sobre todo en la primera mitad del siglo y en comparación al Antiguo Régimen, al desaparecer la asistencia social de la Iglesia. 

EL CONFLICTO ENTRE BURGUESES Y PROLETARIOS. 

La sociedad española de la época se caracteriza por la existencia de un conflicto social en las ciudades entre la burguesía y el proletariado.

Los conflictos sociales se unieron durante el siglo XIX a los políticos y económicos. Las revoluciones unieron los tres factores: descontento de las clases sociales que ansiaban mayor poder o liberarse de la opresión, problemas político-constitucionales en el reparto del poder entre las clases hegemónicas, crisis económicas que rompían la paz social en las ciudades.

La burguesía se alió en varios momentos con el proletariado, en contra de los privilegios del Antiguo Régimen: 1854, 1868, pero cuando veía en peligro su propia posición intermedia entonces pactaba con la aristocracia un reequilibrio del poder mutuamente beneficioso. Nunca asumió por entero el poder político, porque con la virtual fusión de nobleza-burguesía se confundieron sus intereses. La burguesía se reorganizó durante la Restauración en los partidos políticos conservador (que en gran parte era resultado de la fusión de los intereses de la nobleza y la burguesía) y liberal (más puramente burgués) y en asociaciones patronales, que influyeron decisivamente en la política de los partidos.

El proletariado se organizó durante los años 70, aprovechando la libertad política del Sexenio revolucionario y la Restauración, cuyas leyes confirmaron la libertad de prensa (1883) y de asociaciones (1887). Se crearon entonces el primer gran sindicato obrero, el socialista UGT (1872), y su partido correspondiente, el PSOE (1879). Posteriormente surgirán otros partidos y asociaciones de los obreros, especialmente los anarquistas, que fundarán la CNT.

Estas organizaciones, tanto de los socialistas como de los anarquistas, conseguirán organizar eficazmente a los obreros y gracias a su unión y la presión de las huelgas irán al­canzando mejoras salariales y de condiciones del trabajo, que, pese a varios estallidos de violencia (terrorismo en los años 1890, Semana Trágica de Barcelona en 1909, revolución en 1917, terrorismo en los años 1920-1923) facilitarán cierta estabilidad social del sistema hasta los años 30.