EL REINO NAZARÍ DE GRANADA. EXPANSIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE LOS REINOS CRISTIANOS (XIII-XV)
PRIMERA PARTE: EL REINO NAZARÍ DE GRANADA.
INTRODUCCIÓN.
El reino nazarí es de
gran importancia en los últimos siglos de la Edad Media para la política
mediterránea, y su influjo ha quedado impreso en Castilla, Aragón y Génova, y
en menor medida en alguna república marítima italiana. Las fuentes que nos
proporcionan estos pueblos sobre el pueblo nazarí nos otorgan además
información indispensable sobre la política y economía (interna y externa de
Granada). Los documentos propiamente nazaríes, redactados en árabe o traducidos
al romance, son anteriores a la conquista, y son un gran recurso aún pendiente
de explotar.
Pero lo más profundo
es el elemento espiritual que surgió en torno a la Granada nazarí y que se
forjó fuera del reino: La poetización de la lucha fronteriza, en que se ensalza
el valor, la apostura, o la inteligencia del moro de antaño; que caló a nivel
psicológico a conquistadores y repobladores de generación en generación,
transmitido a través de cantares, narraciones u obras teatrales. El
orientalismo literario del s. XIX se encargó de deformarlos, ampliarlos y
expandirlos.
Más allá de la
fantasía, Granada sigue interesando por la riqueza de su pasado, y porque se
inserta en lo profundo del ser hispánico. Que mientras siga vivo el recuerdo de
lo que acaeció entonces, vivirá el espíritu nazarí que quedó en nuestra memoria
histórica.
I.
FORMACIÓN DEL REINO NAZARÍ DE GRANADA.
En el siglo XIII se
forma el reino de la dinastía nazarí como resultado de un proceso de declive y
desestructuración de Al-Ándalus. La desaparición del poder almohade norteafricano
representa el fin de esta formación política y el principio de la nazarí. Parte
de sus territorio pasa a manos castellanas, el resto peninsular conforma lo que
queda de Al-Ándalus, y que se llamará Reino Nazarí, el reino de Granada,
producto de la presión feudal y de la descomposición del mundo almohade
(1147-1242). Es el último reducto del imperio almohade en Occidente, así que
sostiene una situación conflictiva (rebelión Valencia, Baleares) pero logra
tener el control califal del reino. No obstante, nunca logran una auténtica
unidad de los territorios controlados; y nunca se fortaleció al ejército a un
nivel competente. Estas debilidades están presentes en toda la historia del
reino, a lo que podemos sumar la ambigüedad del poder califal que fallaba en la
sucesión, y en los últimos tiempos almohades el conjunto origina una situación
dramática que acaba por desacreditar el poder gobernante. La constante agresión
exterior del feudalismo europeo conforma el tercer gran elemento de violencia
contra el reino. Así, sin poder, sin ejército, sin estructura, llegamos al
descontento de las gentes, a la crisis y a la desintegración del imperio.
Para el año 1242 se
hacen cuatro pequeños imperios: el nazarí en la península, y en África, el de
los hafsides en el Oeste, el de los meriníes en Oriente, y el de los
Abd-al-Wadíes en el centro.
A la raíz de la
batalla de las Navas de Tolosa
(1212), llevada a cabo por Pedro II de
Aragón, Alfonso VIII de Castilla, y Sancho VIII de Navarra, el poderío
almohade en Al-Ándalus comenzó a desmoronarse bajo la doble presión de las
actividades militares castellanas y de los alzamientos locales en todo el reino.
Al-Adil (el justo) es el que logra promover la rebelión de varios gobernadores
de Al-Ándalus (Córdoba, Málaga, Granada, Murcia) para alzarse por encima de
todos hasta el trono del Imperio, pero su acción hace reverberar más revueltas
que acaban por descomponer el poder almohade central, y ahora asistimos a un
proceso de atomización en pequeños poderes locales, de orden militar, de
defensa ante la acuciante violencia exterior.
La siguiente época se
conoce como el periodo de las Terceras Taifas, que dura unos diez años,
que son e los que se conforma el Reino Nazarí como último baluarte islámico:
Destacarán en él tres poderes locales: Valencia (Ibn Mardanis), Murcia (Ibn
Hud), y Arjona (Dinastía nazarí de Muhammad Yusuf). Ibn Nasr se declara sultán
con el apoyo de las familias nobles y tras el poder de Ibn Hud (que acaba en
crisis y descontento). Su legitimidad crece en los pactos, a los que se acoge
según el interés del momento, yendo del acercamiento a Ibn Hud al
aproximamiento con los castellanos. En 1227 entra en Granada y aquí establece
la sede de su emirato y se convierte en el único poder islámico que queda en
Al-Ándalus.
El reino nazarí tiene
tres elementos constituyentes: la fragmentación de los poderes militares por
la crisis generalizada del mundo islámico; hubo de acudir a pactos que la salvaguardaran como entidad
territorial; y eran objetivo
estratégico (geográfico) de grandes potencias occidentales, lo que
suscitaba numerosos ataques.
III.
LA MONARQUÍA NAZARÍ Y CONSOLIDACIÓN DEL REINO.
Muhammad
Ibn al-Ahman
provenía de un noble linaje musulmán, mientras que Ibn Hud era el típico caudillo surgido de las clases bajas. Aquél
actuó con mayor sagacidad política y así supo forjar un dominio político que la
impetuosidad y la muerte prematura arrebataron al belicista Ibn Hud, quien,
además, entendía como misión principal la lucha contra Castilla, tarea en la
que su rival le estorbó a menudo, porque Muhammad vivió siempre más atento a
consolidar su dominio frente a propios y extraños (sin importarle demasiado los
procedimientos). El pacto de Jaén
del año 1246 fue el acta de
nacimiento del emirato granadino. Muhammad
I aprovechaba la antigua oscilación castellana entre la reconquista pura y
simple y la política de proteccionismo y conseguía asentar su poder mediante la
transformación en vasallo y tributario del rey de Castilla. Le debía, como vasallo,
auxilium y consilium, las obligaciones típicas. A la primera
respondía yendo a las sesiones de Cortes y dando su parecer al castellano
cuando éste se lo pedía; a la segunda, mediante el envío de contingentes para
apoyar sus guerras. Las relaciones que mantuvo Muhammad con Castilla mezclan
sumisión y hostilidad con vistas siempre a consolidar su dominio. El reinado de
Muhammad I es desde 1232 a 1273; su aportación puede verse en su consolidación
del poder dentro del reino: reestableciendo la seguridad interna; sustituyendo
un sistema fiscal que garantizara la paz con Castilla; y organizando el reino
bajo gestión administrativa.
Respeta las normas
vasalláticas con Castilla, aunque en los primeros veinte años de su mandato se
entiende de diversas formas el concepto de vasallaje: o bien por la superación
militar, o bien un vasallaje completo de cumplir sus obligaciones con el rey y
pagar el tributo feudal.
Durante este reinado
se pone de manifiesto la contradicción y ruptura del pacto en la cuestión
de Ceuta, donde se rompe el pacto con Castilla (que no al
vasallaje), se abre la cuestión del control del Estrecho, y entra en el
panorama nazarí la fuerza manní: los benimerines. Ceuta era objetivo económico
y geopolítico, además de la puerta hacia África: Muhammad pidió permiso al rey
de castilla para atacar Ceuta, pero al ser de interés común, el rey nazarí
atacó por cuenta propia en 1262, y fracasó en su intento, con lo que obtiene
además un enfrentamiento con Castilla. En esta situación apurada los
benimerines vienen en su ayuda desde el norte de África en calidad de
“combatientes de la fe”, pero no sólo no sirven de nada, sino que pone al rey
en una situación amenazante con respecto al resto de familias. Así tienen lugar
los primeros levantamientos internos (Málaga, Guadix).
Muhammad
II,
hijo y sucesor del primer rey, va a heredar de lleno el reinado y la situación
total. Su labor puede resumirse en tres puntos:
1- Consolida la alianza
con los meriníes de Marruecos.
2- Lucha por el control
del Estrecho.
3- Refuerza el control
militar del reino nazarí.
La actitud de
Muhammad II venía, empero, condicionada por las circunstancias del momento y
variará en cuanto se alteren los elementos de equilibrio que permitían la
supervivencia del emirato y de la dinastía. Renovó la tregua con Castilla con
el pago de unas parias altísimas (300.000 maravedís al año), con lo que
consiguió la paz necesaria. El efecto militar de la presencia meriní resultó
desastroso para Castilla; sólo la presencia de Sancho VIII salvó la situación y
detuvo las devastaciones meriníes en Andalucía, en especial gracias al bloqueo
naval del Estrecho. Muhammad II dio la bienvenida al Abu Yusuf en su regreso a España en 1277 y 1278, y le ayudó hasta
que le entregó Málaga, cuando buscó la ayuda del rey de Aragón, que venía de
vencer a los rebeldes valencianos, y del emir de Tremezén, con lo que Abu Yusuf
tuvo que negociar, y gracias a lo cual salvó sus posiciones de Algeciras y Tarifa
del ataque de aragoneses y Abd al-Wadíes. Los objetivos peninsulares de la
guerra santa acaban por el 1282 y 1283, cuando el nuevo sultán meriní brindó la
reconciliación con los musulmanes de Muhammad II, con lo que en 1284, mientras
los nazaríes estaban en paz con todo el mundo, se libraba una guerra civil
entre castellanos y meriníes. En 1286 terminan doce años de lucha que serían la
primera fase de una larga batalla.
La segunda fase puede
fecharse de 1291 a 1310, y coincide con el reinado de Muhammad III (1302-1309), al que sucede Nasr (1309-1314) e Isma´il I
(1314-1325), Individualmente no hicieron gran cosa, pero en conjunto conforman
un periodo (1302-1333) en que se vuelve al equilibrio interno y externo de años
anteriores, y cambia la dinámica de sucesión: se destituye al sultán Muhammad
II por su hermano, cosa nueva, y a partir de ahora se toma la dinámica de
sucesión forzosa, asesinatos y abdicaciones. Hasta el periodo de 1331 a 1350,
en que gobierna Muhammad IV. Sus
acuerdos con castilla de 12.00 doblas anuales de parias y licencia para que los
granadinos pudieran comprar cereales, ganado y otros productos de Castilla,
desvelaban la eterna insuficiencia de Granada en cuanto a su
autoabastecimiento. En 1333 Muhammad IV firmó su última tregua, pero su hermano
Yusuf I (1333-1354) se hizo con el
poder apoyado por meriníes, que venían ayudados por los genoveses. Este periodo
es de acoso castellano, desde el interior y desde la costa. Se pierde Algeciras
y se firman nuevos tratos vasalláticos. Se cierra la guerra del Estrecho. Se da
un proceso de orientalización y vuelta al Islam, y se dan reformas como el
refuerzo de la seguridad, la reorganización territorial y la reorganización
administrativa en Distritos Religiosos. El reinado de Muhammad V (1354-1391) supuso la época más tranquila del reino,
pese a algunos sobresaltos, aunque no la más próspera a pesar del florecimiento
económico. Pero con todo representa la paz más larga de la que disfrutó el
emirato en toda su agitada existencia, y se debía tanto a la habilidad y la
fuerza de los nazaríes cuanto a los problemas internos y la debilidad de los Trastámara
castellanos, que ni siquiera estaban en condiciones de pedir el pago de parias.
El rey, sucedido por su hijo Yusuf II
(1391-1392), y por el hijo de éste Muhammad
VII (1392-1408), presenciaron la ruptura de la paz, en que las escaramuzas
fronterizas comenzaron a ser más frecuentes y menor el deseo de mantener la
paz. En los últimos meses de su vida, el rey castellano preparaba ya
abiertamente la guerra contra Granada, después de soportar el incremento de las
razzias granadinas, una de las cuales había chocado ya con los cristianos.
IV.
DECADENDIA DEL REINO NAZARÍ Y FINAL DEL ISLAM PENINSULAR.
El siglo XIV se
cierra con un nuevo impulso castellano, que adopta la ideología de cruzada para
justificar su presión sobre los reyes nazaríes (Yusuf II, Muhammad VII y Yusuf III). Este sentimiento se
extiende entre la población castellana gracias a provocaciones nazaríes
(ataques) y con iniciativas individuales por parte de frailes e iluminados. Va
a ser un terreno perfecto para la reanudación oficial de las hostilidades por
parte de Enrique III (1407-1410). El
resultado será una nueva etapa de parias, de cuarenta años de gran lastre
económico. La conquista de Granada se justifica con la conversión de un
territorio infiel (empujado por la situación religiosa del momento), y que por
supuesto esconde el propósito de dominar el reino. Para lograr la paz tienen
que mantener un pago de parias, que sumado a otros problemas que ahora
señalamos, conforman una etapa de declive imparable.
El siglo XV se abre
con la inestabilidad por la persecución, con la carencia de ayuda exterior y, a
partir de la muerte de Yusuf III, se abre un periodo de lucha entre clanes
familiares (Venegas contra Abencerrajes) por el control del poder.
Muhammad
IX
va a ser representativo por su reinado en un periodo de Guerra Civil. Sube al
trono en 1419, y tuvo tres interrupciones por golpes de Estado a lo largo de su
reinado: Muhammad VIII el pequeño (1419-1427);
Yusuf IV (1430-1431); Yusuf V (1432-1445) y Muhammad X (1447-1453). Así acaba
derrotada la fuerza granadina, se debilitan sus líneas fronterizas y se mina su
economía.
El peligro de
conquista es tan inminente que Muhammad
IX reconcilia a las familias originarias del conflicto a través del nombramiento
como sucesor del representante de los Venegas: Muhammad XI (el chiquito). En 1455, sin haberse solucionado el
conflicto, hay instaurados dos reyes, el ya mentado y Sad, que va a ser el que finalmente se quede con el trono
(1455-1464).
Los últimos reyes
nazaréis fueron los que siguieron a Sad: Muley
Hacen, y su hijo Boabdil. Con
quienes se ponen de manifiesto las contradicciones acumuladas a lo largo de la
historia del reino, y que ya no permiten la continuación.
Abu
I Hasan Ali
(Muley Hacen) 1464-1482: hay un empobrecimiento profundo de las arcas del
Estado, cuya solución va a ser una política de recuperación patrimonial por
parte de la corona, lo que le crea enemigos y pérdida de popularidad, pues el
ataque a los terrenos y rentas y la política fiscal no sentaban bien al
rentista. Se reanudaron las relaciones entre las familias importantes. Se
reinicia, para desviar la atención, un política de agresión hacia Castilla, que
resulta contraproducente por no tener en cuenta la reconciliación de Castilla y
Aragón por el matrimonio de Isabel y Fernando, que con nuevas fuerzas toman
terreno nazarí; además, carecen de apoyos en el exterior, y a lo que en última
instancia se suma la presión económica por los bloqueos comerciales, y la
destrucción de sus recursos. Así es como acaba derrocado Muley Hacen, cuyo hijo
está apoyado por y depende de Castilla. El último enfrentamiento entre Venegas
y Abencerrajes va a ser el culmen del reinado de Abu Hasan I, que busca refugio en Málaga mientras Boabdil (Muhammad XII) se erige en el trono. El reino se divide, también
territorialmente, entre los seguidores de Boabdil y los seguidores de su padre.
El tío, a la muerte de su hermano Muley Hacen, se autoproclama sultán (Muhammad XIII) para agravar el
conflicto.
La etapa de caída del
reino queda plasmada en la Guerra de Granada (1482-1492). La década previa a la
conquista castellana se considera distinta de las anteriores, pues su objetivo
ahora es la anexión del reino para la conquista completa: fases de la guerra
- 1482: Ataque nazarí a Zahara y toma castellana de Alhama.
- 1485-87: Ronda, Málaga, Granada
- 1489-92: Conquista y entrega del reino
Las algaras o cabalgadas eran entradas de jinetes y peones armados en territorio del otro reino para saquear, destruir las cosechas y apresar ganados y cautivos. Durante las guerras totales eran más frecuentes y duros, y siempre acompañados de otras formas de guerrear: las talas, los asedios y las escaramuzas, que degeneraban en lid o batalla campal de tiempo en tiempo. El hombre de armas castellano iba armado con lanza, celada con visera, peto doble, quijotes, grevas y zapatos de hierro; su corser llevaba bardas de hierro sobre las ancas, pecho, cuello y testeras; la lanza era larga, de enristre; también solía llevar estoque, maza o hacha. El jinete, en cambio, llevaba armadura mucho más ligera, lanza corta, adarga y puñal. La milicia no surgía de la nada, sino de sólidas tradiciones. Los peones llevaban casquete, escudo, puñal y espada, lanza o ballesta, y en el siglo XV aparecieron los primeros portadores de armas de fuego. La artillería fue el arma que más evolucionó en esta época, y fue elemento de primordial importancia en la conquista al introducir un factor nuevo de enorme fuerza destructiva en el asedio de muros y torres que se habían fabricado para la sola guerra de lanza y escudo. Los granadinos, acostumbrados a las peripecias de cercos, talas, escaramuzas y algaradas, no podían resistir la potencia de un arma que destruía sus defensas frente a un enemigo numéricamente superior. Desde el punto de vista del arte militar, permitió el desmantelamiento rápido y espectacular de las defensas escalonadas desde la frontera de Andalucía hasta el corazón del emirato.
Cuando terminó la guerra civil castellana, una nueva época comenzó para el reino en que el conjunto político y social tomó un nuevo giro gracias a la potencia de la autoridad monárquica y a la indudable firmeza de sus titulares; por primera vez se daban en Castilla todos los elementos para realizar una conquista total, lo que colocaba a Granada en muy mal lugar. Los reyes castellanos recogieron de tiempos pasados la justificación ideológica que preconizaba la recuperación de tierras usurpadas por los musulmanes, enemigos de la fe católica; recogieron también los procedimientos militares de convocatoria, reunión y mantenimiento de las huestes, así como las ideas para lograr ayuda económica del Reino a través de Papa, del clero y de los empréstitos y Cortes o hermandad. De los tiempos modernos podemos enumerar el auge extraordinario de artillería, el esfuerzo para aumentar y reglamentar el número de peones y mil detalles más tanto en la organización del ejército como en la técnica de combate. La guerra se convirtió en acontecimiento internacional importante, única réplica a la agresividad turca señaló la voluntad de los reyes católicos de convertir a sus reinos en el brazo armado de la cristiandad.
A.- Primera fase de la Guerra de Granada:
La conquista de Granada comenzó con un asalto por sorpresa. En el invierno de 1484 a 1485 señalan el periodo de dedicación continua y progresiva de los reyes en la guerra. La conquista militar, la asfixia económica de Granada y la favorable evolución del pacto con Muhammad XII, Boabdil, han decidido la guerra entre 1485 y 1487, años, por tanto, decisivos. Entre 1488 y 1492 la guerra toma un curso más lento y menos espectacular. Achacar el comienzo d las hostilidades al asalto de Zahara por los fronteros musulmanes en diciembre de 1481 sería un acto hipócrita, aunque los cronistas castellanos de la época lo utilicen como argumento de propaganda la guerra estaba decidida desde meses atrás. Isabel I sabía, como los belicistas granadinos, que la guerra había de ser llevada hasta el final, así que hizo ceder a Fernando de sus pactos con Boabdil, y empleó toda la potencia de Castilla para resolver la cuestión con celeridad y poder usar sus contingentes en otras cuestiones.
B.- Segunda fase de la Guerra de Granada:
La guerra, que hasta entonces había consistido en la defensa de Alhama, la fricción fronteriza y el hostigamiento esporádico de la Vega granadina y de los campos de Málaga, desde entonces se transforma en una larga serie de asedios proseguidos con tenacidad gracias a ejércitos y a medios de combate mucho mayores y a costa de sacrificios económicos nunca vistos. Las campañas del trienio 1485 a 1487 fueron el golpe de gracia para Granada; los objetivos son Ronda (por ser el foco más activo de la guerra fronteriza), Granada (sin la Vega la capital estaba inerme) y Málaga (y su costa por ser el corazón económico del reino).
C.- Tercera fase de la Guerra de Granada:
Las capitulaciones aparecen como necesidad para acelerar el fin de la guerra y como resultado de una inercia histórica manifestada en el hecho de conceder condiciones y aceptar teorías opuestas a las entonces vigentes en el ámbito político. No fue por las tendencias políticas del momento, que hacían resaltar los factores de inasimilación sobre los de convivencia en las comunidades de distintas culturas y creaban constantemente para el poder político el dilema de resolver de modo urgente el problema mediante la anulación del grupo más débil. Y tampoco fue por la presión humana ejercida por el conquistador sobre el granadino vencido; sino la citación creada a la suma de éstos y otros factores. La poca convicción con que el pueblo conquistador llevó a la práctica las capitulaciones respondieron a una insinceridad que resultaba de lo imposible que era para ellos reducir su mentalidad a un nuevo estado de cosas, lo cual, en una situación política impulsada por tendencias opuestas a las ideas que quiso poner en práctica la Corona en Granada, acabó provocando el colapso del régimen por capitulación. Si la conquista se reducía al terreno militar pero permanecían las bases culturales, la organización social y económica de la densa población musulmana, existía el peligro de una reacción que resultó casi inevitable, en parte por la violación de las capitulaciones, pero en parte también porque la nueva situación resultaba para los granadinos íntimamente inaceptable. Las capitulaciones han informado la vida granadina hasta el final del siglo XV, y distinguiremos varios tipos: El primero es la misma ausencia de capitulación: la rendición sin condiciones, que implica cautividad, pérdida de los bienes y castigos ejemplares; y los restantes tipos tienen como factor común el respeto a la libertad personal, a la estructura social, al ordenamiento jurídico y religioso y a los demás aspectos de la cultura islámica; las comunidades musulmanas sólo quedan sometidas a un poder político y militar nuevo; con todo y con estas, distinguiremos tres tipos: Obligación de abandonar todos los bienes para todos aquellos que hubieran opuesto resistencia armada antes de capitular. Otros tipos importantes era la liberación de los cautivos, las amnistías por delitos de guerra o la inviolabilidad de domicilio y religión. Es importante saber cómo se cumplieron las capitulaciones: Para el musulmán vencido se abrían dos caminos: emigrar o permanecer. Para irse hubieron muchas facilidades de transporte hacia África; para quien decidió quedarse, podía establecerse en cualquier otro lugar de Castilla, pero su situación de oprimido se hacía muy patente y no les dejaba muchas ganas de vivir en otro sitio que no fuera su lugar de origen. Ente vencedores y vencidos hubo, especialmente durante aquellos primeros años, un verdadero abismo cultural e ideológico.
La repoblación cristiana: casas y tierra, tuvo el control de la Corona. Se podían comprar las tierras, segundo estaba la merced real, tercero el reparto reglamentado de tierras en todos los lugares donde la población musulmana hubo de salir a tenor de las cláusulas de su capitulación. La técnica de los repartimientos se empleó de forma novedosa. En ciertas vecindades, un escribano de la Corona medía y atribuían las tierras atendiendo a los vecinos y al número de vecindades; la concesión de señoríos se limitó a algunos de los lugares abiertos que seguían habitadas por musulmanes. Por último debe tenerse en cuenta la alteración que la conquista y sus consecuencias introdujeron en el sistema económico del reino: Hubo un gigantesco trasvase de bienes acompañado de la sustitución parcial de la mentalidad y unas técnicas de quehacer productivo, por otras. En el ámbito agrario lo musulmán y lo castellano coexistieron durante años. Lo que se alteró sin remedio fue el tráfico exterior.
La desaparición legal de Granada como sociedad islámica ocurrió entre 1499 y 1501. Los acontecimientos que acaecieron estos años son de absolutamente originales en sus motivaciones, alcance y generalidad. Los mudéjares no recibieron garantías suficientes que aseguraran su vida en dentro del Islam como hasta entonces, por lo que viéndose amenazados se dio una conversión en masa de los moros de los arrabales y al Vega granadina. Los alpujarreños, por otro lado, se alzaron en armas en 1500, a lo que sucedieron más alzamientos en Níjar y Velefique, en las serranías de Ronda y Villaluenga. Para julio de ese mismo año, los reyes católicos habían pacificad las sublevaciones granadinas, y prohibieron a todos los musulmanes su estancia en el reino, para no estorbar el adoctrinamiento de os “cristianos nuevos” o moriscos; así pues, destruyeron todos los libros islámicos, forzaron las conversiones. Algunas aceptaciones fueron insinceras, seguro, pero el deseo de la Corona tampoco se movía en el ámbito de la libertad y sinceridad de credo.
VI LAS RELACIONES
EXTERIORES DEL REINO NAZARÍ Y ESTRUCTURAS DE POBLAMIENTO: SOCIEDAD, ECONOMÍA
Y POLÍTICA.
6.1. SOCIEDAD:
El cambio de poder
político dominante en el reino no significa el cambio en la vida material, en
el poblamiento o en la sociedad, es más, el nuevo reino nazarí no ve crecer sus
núcleos en número y, según diferentes indicios, tampoco en habitantes, más que
lo que el curso de la historia afecta a todo elemento físico. La constatación
de que el medio natural se alteró de una época a otra deja bien explícito que
el paisaje lógicamente era distinto en la sociedad que lo creó y lo modificó.
En suma, el poblamiento granadino está organizado a partir de los asentamientos
rurales, cuya expresión más genuina es la alquería, y aquí se desvela una
relación ente el mundo rural y el urbano muy distinto a la que se da en la
época contemporánea.
El emirato estaba
dividido en coras, cuyo origen era anterior al periodo nazarí. Cada cora
estaba dividida en varias circunscripciones. Que, a su vez, estaban formados
por distintos climas. Otras formas de división territorial tenían que
ver con el mundo agrario: campos, machares u orces. El alfoz era para
territorios urbanos, y según el número de población u otras características,
los territorios urbanos podían ser medinas, que eran ciudades
amuralladas, rodeadas de arrabales y con un castillo o alcazaba importante; alquerías
eran pequeños núcleos rurales sin defensa, pero que unidos por torres y puestos
de vigilancia unos y otros, constituían una línea defensiva contra el enemigo
castellano.
Granada era “la
tierra que Allah ennobleció con excelsitud y esplendor”, y había nacido en
el siglo VIII por la fundación de una comunidad judía mientras se arruinaba la
romana Illiberis; la gran ampliación
se da en el periodo nazarí, pues fue elegida por los emires para dominar el
conjunto de las cadenas béticas que constituían la frontera de su reino.
Granada se escalonaba
bajo la Alambra en cinco pisos distintos, y cinco eran los puentes que cruzaban
el Darro, río que atravesaba la ciudad y se unía, al salir de ella, con el
Genil. La madina llegó a tener una muralla con diecinueve puertas y
numerosísimas torres, así como estaba rodeada de arrabales. La sensación de
abundancia que producía la ciudad venía determinada por el cinturón de
jardines, arboledas y huertas privadas que rodeaba a las murallas, pero la
admiración crecía al punto de contemplar la Vega, cuarenta millas de alquerías,
huertas y vergeles, o tierras de pan que eran sembradas todos los años. Fue la
zona de más interés vital y defensivo, tanto para sus constructores, como para
sus destructores castellanos. Los castillos y las construcciones defensivas las
encontramos tanto en la línea fronteriza como en la costa, y también en los
núcleos urbanos densamente poblados. Era necesario siempre que entendamos el
territorio nazarí como un espacio en que los castellanos hacían incursiones de
manera constante. El modelo de edificación pre-urbana se distingue de las
alquerías fundamentalmente en el desarrollo a partir de una estructura
defensiva de un conjunto amurallado ocupado interiormente, en un caso, y en el
otro los mecanismos defensivos, aun existiendo, no han generado un castillo
junto a un poblado. De lo que no cabe duda es que, en época nazarí, eran
estructuras complejas ocupadas, nada similares a los castillos de fechas
anteriores. Toda la estructura fortificada defendía a una población ocupada
especialmente en labores agrícolas en las áreas de cultivo irrigadas que ahí
existía. A los antiguos husun, con funciones de refugio o control, le
suceden ahora estructuras castrales con elementos de vida urbana. El papel que desempeñaban
estas estructuras en la organización del territorio: las fortificaciones
alejadas de ciudades desempeñaban la función de la explotación de determinadas
tierras y a ellas se aplicaba el beneficio del diezmo.
Las ciudades de
importancia contaban con un núcleo bien amurallado, la medina, que reunía en si
las principales funciones religiosas, comerciales y militares, al estar situada
a la vera de la alcazaba principal. En torno a la medina se albergaban barrios
y arrabales que en su procedencia respondían al lugar de sus primeros moradores
(al-bayyazin para los halconeros, al-fajjarin para los alfareros. El trazado de
las calles musulmanas era muy característico: unas cuantas, radiales y
transversales, siempre sinuosas, unían los accesos más importantes de la urbe y
canalizaban el ruidoso y denso tráfico que se prolongaba con frecuencia. De las
calles principales nacían las secundarias, retorcidas y quebradas, que daban
paso a callejones ciegos hundidos en las irregulares manzanas; en las ciudades islámicas,
dicen, son las casas las que, al irse yuxtaponiendo, determinan la traza de las
calles. En las ciudades, como edificios característicos, encontraríamos una
mezquita, rábitas, y después estructuras como mercados o zocos, hornos y baños.
Todo lleva a pensar
que el número de habitantes del emirato fue muy elevado, pero es difícil decir
cuando se habla de historia medieval. Algunos datos nos conducirían a
determinar la población en 50.000 habitantes en Granada capital, otros tantos
en el total de otros centros urbanos importantes, y podríamos estimar la
población rural en el 50% de la población, con lo que aproximamos en 300.000
habitantes en el reino, estimación hipotética que si no dice mucho, menos dicen
otras estimaciones que la duplican o triplican.
La mayor parte del
reino nazarí estaba ocupada por asentamientos rurales, aunque los núcleos
urbanos ejercían un control evidente de espacios que eran distritos
organizados. En lo rural, habían alquerías que se aproximaban casi a la
estructura urbana, con murallas y una población de cierta identidad en su
interior: la alquería es el elemento esencial del poblamiento rural. Los
alcaides de las fortalezas las representaban, pero eran los cadíes los que se
preocupaban de la administración de justicia y de actos civiles, delegados en
el cadí central. El órgano decisorio estaba formado por los suyuj, un
consejo de viejos. Las alquerías son establecimientos agrícolas que basaban lo
esencial de su producción en un área de cultivo irrigada. La irrigación es lo
que condicionó fundamentalmente el paisaje: La conjunción de agua y calor rompe
la fuerte estacionalidad de la agricultura mediterránea, así se establece un
agroecosistema autóctono. Su aparición es traída de fuera, y su instalación es
fruto de la instalación de grupos humanos llegados de fuera; se configuraron
así asentamientos con unas características muy evidentes en nuestro complejo
sistema físico: muchos de nuestros pueblos son herederos de antiguas alquerías
nazaríes. La agricultura irrigada, la más importante de todas, necesita de un
sistema hidráulico con determinadas leyes de funcionamiento, que no son sólo
físicas en tanto que las canalizaciones funcionan por gravedad y necesitan de
mantenimiento, sino también son leyes sociales, porque el régimen de agua
precisa de una disciplina colectiva. Los molinos, en su mayoría hidráulicos,
que servían para moler el cereal, no se asemejaban mucho a los molinos
castellanos de animales de tiro.
Las casas responden a
un esquema bastante generalizado en sus plantas, aunque varían los materiales
de construcción. Las casas contaban con planta alta, como cámaras en las que se
almacenaban enseres y alimentos. El patio es donde se concentra gran parte de
las actividades domésticas y es rectangular y sin divisiones internas. Existían
cultivos próximos a las casas, y seguramente había huertos inmediatos, incluso
mezclados con el caserío.
La influencia de la
ciudad es primordial para entender los distritos que se formaron y en que los
asentamientos tienen una jerarquización de mayor o menor dependencia con
respecto al núcleo urbano. En la época nazarí la ciudad conoció un gran
impulso, pero fue en detrimento de las relaciones anteriores con el campo, pues
supuso la formación de propiedades directamente en manos del rey granadino: en
algunas de las principales del reino se puede percibir con cierta claridad la
necesidad de los reyes de consolidar en una ciudad su posición económica.
Los grupos sociales
se determinan principalmente por los lazos de sangre. Los aristócratas granadinos
se ligaban a uno de los treinta y seis linajes que se establecieron en Granada.
La importancia de los linajes era la vez causa de unidad y agrupamiento social,
y de continuas luchas intestinas. En Granada no se supo superar un régimen que
consistía en unir a toda la parentela para cometer violencia contra todo lo que
se presentara a los ojos del jeque de la familia. Otros rasgos que determinan
las diferencias sociales son la residencia y la profesión: El moro rico, dueño
de tierras, miembro de familia distinguida, vivía en las grandes ciudades
ocupando buenas viviendas en las alquerías; los artesanos vivían en
instituciones corporativas y ocupaban barrios o calles especiales según su
oficio. En las ciudades vivían también los dedicados al ejército profesional, o
los letrados, artistas o religiosos, a lo que añadiremos la presencia de la
Corte. Lo que daba cohesión a la población fuera de las ciudades era el mundo
de la agricultura. Las minoráis juegan un papel importante, como es el de los
genoveses, los escasos cristianos conversos, o los judíos: dedicados a la
medicina y a la interpretación de textos.
6.2. ECONOMÍA
La España musulmana
pertenece a una estructura mucho más vasta y perdurable que ella misma, tal es
la formación tributaria-mercantil del mundo árabe.
Sector agrario: La agronomía es un
fenómeno no sólo intelectual, sino también político y social vinculado a la
descentralización de finales del califato con la aparición de los reinos de
Taifas. La estabilidad del sistema de regadío se debe tanto a las obligaciones
que impone su mantenimiento como a la dificultad para superar el límite
impuesto por la acequia principal, por encima de la cual no es posible la
irrigación de forma sistemática. La creación de los espacios irrigados es el
resultado de una planificación en la que se explota un acuífero; y en la época
nazarí nos consta que los trabajos relacionados con esta infraestructura eran
realizados de forma conjunta, de manera que participaban todos los vecinos de
las alquerías implicadas. Los vecinos de las alquerías constituían una aljama,
un conjunto de individuos en su mayor parte unidos por lazos de parentesco,
pero también por otros no estrictamente de sangre. La aljama es dueña de
su propio término, es tierra sin señor: incluye tierras apropiadas y no
apropiadas, que a su vez se dividen en aquellas que son susceptibles de serlo y
las que son comunes. El dominio de su territorio era fundamentalmente para
garantizar su autonomía frente al Estado Islámico, con el que llega a
determinados acuerdos, que incluyen básicamente el pago de una tributación. Lo
que seguramente se pretendía con este planteamiento inicial era diferenciar al
mundo islámico del feudal, y evitar dar por supuesta una organización feudal en
tierras nazaríes. Las propias relaciones de parentesco tendían a impedir la
formación en su seno de grandes propietarios.
Muchas fuentes han
subrayado cómo Granada hubo de aumentar las fuentes de riqueza agraria y mercantil
para hacer posible su supervivencia. El esfuerzo realizado en el terreno
agrícola fue manifiesto y está fuera de duda que la repoblación castellana
trajo una degradación de la vida agraria granadina. Parte de esa insuficiencia
era compensada mediante productos hortícolas, muy apreciados y en cuyo cultivo
los granadinos eran auténticos maestros. Huertos y frutales compensaros la
escasez de cereales y permitieron montar producción para el exterior mucho más
que para consumo propio. Otros cultivos para exportación fueron la caña de
azúcar, los frutos secos (pasas, higos y almendras), azafrán y alheña. Aunque
es posible que Granada tuviera déficit ganadero, no necesitó nunca importar ni
animales ni derivados. Las comunicaciones dentro del reino eran primitivas, el
burro era el transporte oficial y todo el tráfico arriero se concentraba en dos
puntos: Zalía y Vera. El déficit de carne y cereales provocado por el uso de la
tierra en cultivos para exportación, era compensado por la pesca que se
practicaba en toda la costa.
Artesanía: Las actividades
artesanas fueron ejercidas en el territorio granadino como complemento de las
agrarias y como base de la vida económica urbana y del comercio exterior que
tenía su centro en las ciudades. La industria de la seda ejerce a la perfección
este papel de fusión. En la Alpujarra llegó a ser la segunda profesión de casi
todos sus moradores. Era corriente que la seda fuese hilada también en el
campo, pero su tejido y su venta para el exterior se realizaba sólo en Málaga,
en Granada y en Almería. Las madejas de seda tenían un valor tan estable y
reconocido como el de los metales preciosos, y se usó como moneda de cambio por
muchos emigrantes a los que se les prohibía sacar dinero del reino.
Comercio exterior,
moneda y tributo financiero: Si los granadinos colaboraron con su
trabajo y con la nueva orientación de sus actividades económicas, quienes
organizaron el mercado granadino y colonizaron económicamente el reino fueron
los mercaderes italianos, en especial los genoveses; que convirtieron el puerto
malagueño en base fundamental de operaciones comerciales y englobasen los
productos del emirato en sus complejas organizaciones. El emirato, por su
parte, ofrecía a Génova un mercado en el que podía vender sin hallar apenas
competencia, y recibía a cambio la fluidez del mercado italiano para sus
cosechas de exportación. A través de los genoveses llegaban al puerto de Málaga
algodón, especias, nuez de agalla para tintes, drogas, plomo y cobre, así como
plata, aceite, alumbre y lino. Génova estuvo muy íntimamente relacionada a la
economía y mercado del reino hasta la reconquista, cuando se rompió el enlace
con África del Norte.
Granada era una
tierra pobre: las noticias sobre alimentación, vestimenta, vivienda y
mobiliario nos revelan la condición humilde de Granada, y sabemos que poseer
tierra debía ser cosa difícil; como en casi todas las capitales políticas
antiguas, allí sólo vivían bien los muy ricos, por sus rentas o por haber
labrado fortuna fuera de la ciudad. La moneda nazarí era de mala calidad, y se
resintió de la escasez de oro del reino.
La hacienda de los
nazaríes estuvo siempre muy gravada por las parias que debían pagar a Castilla.
La consecuencia inmediata fue que los emires trasladaron a los hombros de sus
súbditos la presión que pesaba sobre los suyos propios, y la mantuvieron
incluso en los años favorables, cuando no pagaban parias. Los impuestos que
pagaban los granadinos eran ilegales, pues no contaban ni el Corán ni en la
Suna, pero la realidad se imponía, y era necesario ejército, política…
situación que se agravaba en época de guerra, nada había más impopular en
Granada que la guerra, que sólo la defendían algunos linajes y el partido
intransigente de ulemas y faquíes, pero la carga tributaria se hacía pesar
sobre la población toda. El principal impuesto fue la almaguana (impuesto
sobre los bienes raíces), al que acompañaban el alacer (para frutos
cosechados), la alfitra (capitación), el zaqui (parte de las
cabezas de ganado); y sobre el tráfico y venta de bienes aparecieron el magran
(aduana), el tigual (pesca marítima), y otros varios, entre los que
puede sobresalir el almahaguala, impuesto específico para frutos del
comercio de los genoveses.
6.3. POLÍTICA
Los linajes, como
vimos, conforman la base social; la solidaridad que la conciencia de linaje
introduce ente muchos individuos ha sido plataforma eficaz de intervención en
la vida política de los reinos musulmanes y europeos también. Los linajes
alcanzan su mayor fuerza en el ámbito socio-político en los pueblos nómadas, y
se deterioran en el sedentarismo, teniendo en cuenta esto, ya podemos entender
la vida política andaluza de la edad media. La sociedad musulmana sufrió con
gran fuerza los bienes y males de la lucha entre linajes.
El linaje es la vía
casi única a través de la cual la sociedad granadina penetra en los órganos de
gobierno y los controla. Granada nació como un reino gracias a una alianza entre
dos linajes (Ibn Ashkilula y Ibn al-Hakim). Y la unión de linajes que
representaban los abencerrajes logró hacer desaparecer el emirato por las
luchas internas. El grupo de linajes opuesto a los abencerrajes fue el que
permitió que sucediera una lucha que llevaba a deposiciones, desprestigio,
violencia, asesinatos… que condujeron en definitiva al desgaste de la maquinaria
nazarí. Granada, como los demás reinos peninsulares, conoció un siglo XV de
irregularidades en la sucesión del trono y en la lucha de la nobleza y la
monarquía, pero su estructura política era mucho más débil y no pudo resistir a
las violencias que la hicieron objeto de los grupos sociales que luchaban por
el poder. Este proceso de descomposición interna aclara la muerte del emirato
así como la creciente presión militar castellana a lo largo de la centuria.
Al dar forma a su
dominio sobre Granada, Muhammad I tomó el título de emir o jefe de los
creyentes. Aquel título equivalía a un dominio absoluto sobre sus súbditos,
atemperado por realidades poderosas entre las que deben contarse las
tradiciones de gobierno islámicas, mantenidas por numerosos teólogos y
pensadores, y el poder de los cabecillas de cada grupo o linaje. Los emires
nazaríes recibieron también a menudo el título de sultanes o, en las fuentes
cristianas, el de reyes. La manifestación más perfecta del poder absoluto de un
emir era su derecho a designar sucesor, aquí la costumbre hacía ley: No debía
haber ordenamiento escrito, pero lo lógico para la tradición política musulmana
es que al padre le sucediese en el mando su hijo varón mayor. Así ocurrió en
Granada, pero no se trataba de un derecho indiscutible y ni mucho menos
indiscutido. La mayor limitación del poder de los emires es su condición de
vasallos del rey castellano; vasallaje que, reconocido o no, caía pesadamente
sobre sus relaciones exteriores y condicionaba muchos actos de su política
interior al encaminarla hacia la guerra, o bien hacia el pago de parias.
El poder de los
emires podía perfilarse mucho mejor a través del trabajo que ejercían sus
colaboradores los visires. En Granada no fue habitual la existencia de un gran
visir o hayib ni del trabajo compenetrado de varios visires, sino que
fue más normal que un solo visir ejerciese el mando: su nombramiento o
destitución provenían de la voluntad del emir, sin que hubiera derecho escrito
que lo regulase, pero mientras ejerciera el cargo, su poder era casi omnímodo
porque gozaban de la confianza y la amistad de su señor. El caso más favorable
del visirato implicaba la delegación universal de poderes: el visir transmitía
y hacía cumplir las órdenes del emir, organizaba toda la administración,
redactaba los decretos y la correspondencia oficial, era el jefe de la
diplomacia y de la parte del ejército formada por granadinos, nombraba a muchos
de los encargados de administrar justicia, pues no podía darse la delegación
universal si el visir no era juriconsulto, manejaba buena parte del tesoro
público. Cuando un visir alcanzaba todos estos poderes era sin duda hayib, de
los que en Granada hubo uno, bajo el mandato de Muhammad V, llamado Abu-l-Un
´aym Ridwan ibn Abd Allah. Con mayor frecuencia se daba que el visir era
delegado del sultán para ciertos ramos o asuntos y debía consultarle con
frecuencia antes de tomar decisiones (visirato de ejecución). Los visires
solían ser amigos personales de los emires, y éstos solían asestar los golpes más
duros a sus enemigos políticos a través de los visires, de ahí que estos
padecieran la enemistad de los linajes que dominaban el reino, y que gobernaban
con autonomía castillos, fortalezas y ciudades.
Otro poder influyente
en la vida y en las instituciones políticas de Granada es el religioso.- Aparte
de imponer su ley y costumbre al gobernante, su peso se deja sentir en la
administración de justicia. La existencia de unos órganos de justicia civiles y
profanos no era concebible. Los cadíes y sus ayudantes tenían una fuerte
formación teológica y la aplican a la jurisprudencia, basada siempre en la Suna
y en sus interpretaciones. La independencia de los cadíes con respecto al emir
no fue total, pero grande, y era así porque tenían detrás todo el poder de los
faquíes, quienes, en el siglo XV, llegaron a dictar política con sus opiniones,
opuestas ferozmente a todo emir que buscase la concordia o el sometimiento a
Castilla.
Y vistos los cargos
referidos a ramas financieras, veamos las locales, donde los alguaciles
constituían la primera instancia para todo tipo de asuntos, junto con las
alcaidías de fortalezas; los linajes dominaban ambos cargos, y no hallaremos
rastro de instituciones califales y almohades, ni de la shurta o policía
municipal.
SEGUNDA PARTE: EXPANSIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE LOS REINOS CRISTIANOS (XIII-XV).
I. LAS GRANDES CONQUISTAS CRISTIANAS
DEL SIGLO XIII.
1.1. LA REUNIFICACIÓN DEFINITIVA DE CASTILLA Y LEÓN. LA
RECONQUISTA DE ANDALUCÍA Y DEL REINO DE MURCIA. EL FIN DE LA RECONQUISTA
CATALANOARAGONESA.
En el siglo XIII, y como consecuencia
de la batalla de las Navas de Tolosa, la balanza se desniveló
definitivamente a favor de los cristianos:
- El reino de Portugal alcanzó la costa meridional de la Península, ocupando el Algarve (1249)
- Fernando III (1217-1252) reunificó Castilla y León. Además, a Fernando III se debe la Reconquista del valle del Guadalquivir: conquista de Córdoba (1236), Jaén (1246) y Sevilla (1248) Posteriormente, su hijo, Alfonso X el Sabio (1252-1284) conquista la Baja Andalucía (Cádiz, Huelva, etc.)
- Mucho antes, Jaime I el Conquistador (1213-1276), rey de la Corona de Aragón, conquistaba las islas Baleares y el reino de Valencia (1238) Los musulmanes habían quedado reducidos al reino de Granada gobernado por la dinastía nazarí.
1.2. LA REPOBLACIÓN POR REPARTIMIENTO.
En
el siglo XIII, el instrumento de repoblación utilizada en el valle del
Guadalquivir, Murcia, Valencia y las islas Baleares fue el repartimiento.
Se trataba de la distribución de lotes de bienes y tierras que efectuaba
el monarca entre los conquistadores. En los repartimientos, las condiciones
impuestas a los musulmanes fueron muy duras, lo que provocó numerosas sublevaciones
de mudéjares, que tuvieron que convertirse en siervos o fueron
expulsados.
II. LOS REINOS CRISTIANOS DURANTE LA CRISIS DE LA BAJA EDAD
MEDIA (SIGLOSXIV Y XV)
2.1. LA CRISIS DE LA BAJA EDAD MEDIA.
En la actualidad, la crisis de los
siglos XIV y XV o Baja Edad Media es percibida como una época de cambio
económico, social, político y cultural y no de decadencia y ocaso, como la
contemplaron los contemporáneos.
Crisis
demográfica. Desde
mediados del siglo XIV se produjo en toda Europa un notable descenso
demográfico debido a las hambrunas reiteradas provocadas por malas
cosechas, las epidemias (como la peste negra), las guerras civiles y la
violencia feudal.
Crisis
económica. Hubo
una tendencia a la despoblación, sobre todo en la zona norte, que
ocasionó un descenso de la producción agraria y, por tanto, un desabastecimiento
de las ciudades. Las soluciones fueron diversas: se abandonaron las tierras
marginales o de menor rendimiento con los que aumentó la productividad; aumentó
la ganadería trashumante; los cultivos de interés industrial y comercial (lino,
cítricos, etc.) destinados a la exportación; etc.
Crisis
social. Las
transformaciones de la economía tuvieron sus consecuencias sociales. La
más importante fue el aumento del poder de los señoríos y de los concejos.
Ello provocó un incremento de la resistencia campesina antiseñorial o
anticoncejil. Destacar, igualmente, que se marginó y persiguió a las minorías
religiosas (judíos, mudéjares) y a los conversos (también llamados cristianos
nuevos y, en el caso de los musulmanes, moriscos).
Crisis
política e institucional.
Aparecieron las Cortes,
asambleas, en as que estaban representados los tres estamentos
medievales. Su celebración era muy irregular y casi siempre dependía de que los
monarcas quisieran solicitar una contribución especial.
2.2. LOS INICIOS DE LAS EMPRESAS EXTERIORES. LA EXPANSIÓN ARAGONESA
POR ELMEDITERRÁNEO. CASTILLA: EL “PROBLEMA DEL ESTRECHO” Y EL INICIO DE LA
CONQUISTA DE LAS CANARIAS.
En la Baja Edad Media, la situación de
los reinos cristianos peninsulares es muy diferente, ya que dos de ellos,
Aragón y Portugal, ya habían concluido su periodo de Reconquista lo que dio
lugar a que ambos reinos se orientaron hacia empresas exteriores, iniciando su
expansión marítima: Portugal por las costas atlánticas africanas, y Aragón por
el Mediterráneo.
La
expansión aragonesa fue la más temprana. Con ella, además del control de
territorios, se defendían las rutas comerciales establecidas en el Mediterráneo
por la burguesía catalana, que apoyaba la política de expansión mediterránea
llevada a cabo por los reyes, facilitando recursos monetarios y las naves
necesarias. Sus conquistas más importantes fueron las siguientes:
a) Sicilia. Pedro III (1276-1285), hijo de Jaime I,
aprovechó el descontento contra el gobierno de los franceses en Sicilia
para apoderarse de la isla (1282)
b) Cerdeña. Más tarde, Jaime II (1291-1327), hijo de
Pedro III, ocupó la isla de Cerdeña (1323)
c) Atenas y Neopatria. Con anterioridad, los almogávares,
mercenarios catalanoaragoneses, habían intervenido en el Imperio Bizantino en
las luchas entre turcos y bizantinos. Al final terminaron controlando los
ducados de Atenas y Neopatria, que se mantuvieron vasallos de
Aragón hasta finales del siglo XIV.
d) Nápoles. Finalmente, a mediados del siglo XV, el rey Alfonso
V el Magnánimo (1416-1458) amplió la presencia aragonesa con la conquista
de Nápoles.
Castilla
también terminó dirigiendo sus
esfuerzos hacia el Atlántico, pero antes tuvo que enfrentarse al
“problema del Estrecho”, en concreto, al reto planteado, ahora, por los benimerines,
cuya presencia en el área del estrecho de Gibraltar planteaba la posibilidad de
una nueva invasión procedente del norte de África. El primer éxito fue logrado
por Sancho IV (1284-1295), hijo de Alfonso X el Sabio, al conquistar la
plaza de Tarifa (1292), y ya de forma definitiva por Alfonso XI
(1312-1350), nieto de Sancho IV, tras la batalla del Salado (1340), que
permitió la conquista de Algeciras.
Resuelto
el “problema del Estrecho”, Castilla, compitiendo con Portugal, empezó a
mostrar interés por el control de la costa africana y las rutas atlánticas. El
logro más importante en este aspecto es la conquista de las Islas Canarias
(Lanzarote y Fuerteventura) a comienzos del siglo XV, durante el reinado de Enrique
III (1390-1406) por Juan de Bethancourt, caballero francés al
servicio del monarca castellano.
2.3.
LOS ENFRENTAMIENTOS NOBILIARIOS EN CASTILLA. EL ESTABLECIMIENTO DE LOS
TRASTÁMARA.
A partir de finales del siglo XIII, la
alta nobleza castellana, al frente de grandes señoríos, comenzó a enfrentarse a
la autoridad del monarca. En este contexto llega al reinado de Castilla Pedro
I (1350-1369) denominado “el Cruel” por sus opositores. Fue un férreo
defensor de la autoridad monárquica, en contra de la nobleza, lo que provocó
que ésta se opusieran al monarca y apoyaran como nuevo rey a su hermanastro, Enrique
de Trastámara (uno de los hijos bastardos de Alfonso XI, padre de
Pedro I) La tensión desembocó en una guerra civil (1366-1369) que
terminó con el asesinato de Pedro I en Montiel por su hermanastro que pasó a
reinar como Enrique II (1369-1379) Con este monarca se iniciaba la dinastía
Trastámara en Castilla. Como dato curioso decir que Enrique II fue llamado “el
de las Mercedes” por los privilegios y riqueza que otorgó a la nobleza que
le había ayudado en su enfrentamiento con Pedro I.
Este enfrentamiento entre la nobleza y
la autoridad real continuó durante la Baja Edad Media lo que provocó que
Castilla tuviera reinados débiles, como son el de Juan II (1406-1454) y
su hijo Enrique IV (1454-1474) a pesar de la recuperación demográfica y
económica que se vivió en esos años.
Con Enrique IV la situación empeoró: un sector de la nobleza
acusó al rey de Impotente y consideró ilegitima a su hija Juana,
conocida como la Beltraneja. En la “farsa de Ávila”, la nobleza depuso,
simbólicamente, a Enrique IV. De forma que éste aceptó que le sucediera su
hermanastra Isabel (la futura Isabel La Católica) en el Pacto de los
Toros de Guisando (1468) Pero cuando Isabel contrajo matrimonio, al año siguiente,
con Fernando, heredero de la Corona de Aragón, Enrique IV desheredó a Isabel y
proclamó sucesora a su hija Juana. El estallido de la guerra civil entre los
partidarios de Isabel contra los de Juana solo estaba a la espera del
fallecimiento de Enrique IV.
2.4. LOS CONFLICTOS SOCIALES EN LA CORONA DE ARAGÓN. EL
ESTABLECIMIENTO DE LOS TRASTÁMARA.
En 1410 fallecía si descendencia el rey
Martín I el Humano (1396-1410), en consecuencia, la dinastía reinante en
la Corona de Aragón se extinguía. Para resolver la crisis sucesoria se reunió
el Compromiso de Caspe (1412) siendo elegido rey de Aragón el castellano
Fernando I de Antequera, hermano de Enrique III de Castilla, miembro de
la dinastía Trastámara. A Fernando I (1412-1416) le sucedió su hijo Alfonso
V el Magnánimo (1416-1458), que destacó por la conquista de Nápoles, y a
éste su hermano Juan II (1458-1479), que tuvo que hacer frente a dos
problemas sociales e instituciones de importancia:
a) La sublevación de los campesinos (“payeses de
remensa”) contra los señores (nobles), empeñados en endurecer las
condiciones de la servidumbre.
b) La lucha entre la Busca y la Biga. En Barcelona se vivían
fuertes tensiones en el gobierno municipal. Los artesanos y pequeños
mercaderes, arruinados por la crisis, agrupados en el partido llamado la Busca,
se enfrentaron a la alta burguesía, el patriciado urbano, agrupado en otro
partido, la Biga, que venía acaparando los cargos del municipio.
En este contexto, los señores y el
patriciado urbano contaban con el apoyo de la Diputación General o Generalitat,
mientras los “payeses de remensa” y la Busca contaban con la protección del rey
Juan II. Al final estalló la guerra civil (1462-1472), con enfrentamientos
entre los grupos sociales y contra la propia monarquía. Juan II terminó
imponiendo su autoridad, pero la mayor parte de los problemas continuaron sin
solución hasta el reinado de su hijo Fernando.
Los últimos monarcas, Enrique IV de
Castilla y Juan II de Aragón, ponían fin a la Edad Media.
Castilla y Aragón se unían por el matrimonio de Isabel y Fernando. Era un
avance hacia la formación del Estado Español, pero la unión reunía a dos
coronas con una situación muy desigual: Castilla estaba en crecimiento y vivía
un fuerte dinamismo; la Corona de Aragón, en cambio, seguía bajo una situación
de crisis económica, del que sólo se salvaba el reino de Valencia que vivía un
impulso económico del que se beneficiaban las tierras del sureste castellano.
Pero la quiebra de Cataluña, devastada por la guerra civil, sin el dinamismo de
antes, hacía perder peso a la Corona de Aragón. En definitiva, la “desigualdad
de los asociados” era una realidad en el momento de la unidad.