UD 4- LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA EDAD MEDIA: LA ESPAÑA MUSULMANA .AL-ÁNDALUS.


LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA EDAD MEDIA: LA ESPAÑA MUSULMANA, AL-ÁNDALUS


Alhambra de Granada.

1. Al-Ándalus: evolución política. 

El dominio islámico de la península Ibérica se prolongará  desde el 711, con la llegada de los musulmanes al mando de Tariq, hasta la capitulación del sultán de Granada ante los Reyes Católicos en 1492. En una existencia que se prolongará ocho siglos, al-Ándalus fue como llamaron al territorio donde se manifestará la soberanía política musulmana de la península Ibérica, pero con variaciones a lo largo del tiempo, ya que irá disminuyendo progresivamente al calor de la Reconquista de los reinos cristianos, quedando reducido en el siglo XIII al reino nazarí de Granada. 
En estos ocho siglos de dominio islámico, la historia de al-Ándalus se divide en las siguientes etapas históricas:

1.1.    Conquista y emirato dependiente (711-756).

A la llegada de los musulmanes, la península estaba dominada políticamente por el reino visigodo de Toledo, en un proceso iniciado en el 418 mediante un pacto con Roma y consolidado a principios del siglo VII con la unificación peninsular bajo soberanía visigoda. Pero se tratará de una unidad débil y corta, ya que una serie de rebeliones y conjuras de los nobles, provocadas por la sucesión del rey y la lucha por el poder, debilitarán la monarquía visigoda, que se desintegrará rápidamente a la llegada de los musulmanes. Mientras, el Islam experimenta en estos momentos una fase de auge y expansionismo militar, con el Califato Omeya (661-750), dinastía que tendrá su centro en Damasco (Siria) y durante la cual las conquistas árabes llegarán a sus límites más extremos. 

Conquista musulmana de la península Ibérica

En esta etapa se dará la rápida conquista y el control del territorio peninsular por parte de las tropas musulmanas, dentro del contexto de la expansión islámica en época omeya y de guerra civil en el reino visigodo. Al parecer, los musulmanes entrarán en la península como apoyo a uno de los bandos nobiliarios enfrentados por la sucesión a la corona del reino visigodo. La crisis de la monarquía visigoda y su debilidad militar convertirán este apoyo en un proceso de conquista. El control militar del territorio fue iniciado por Tariq (gobernador musulmán de Tánger) en el 711, cuando cruza el Estrecho de Gibraltar con tropas bereberes atendiendo a la llamada de uno de los bandos visigodos que aspiraba a la corona visigoda, conquista Algeciras y derrota a Rodrigo en la batalla de Guadalete.

Ilustración de Tariq

La primera campaña de Tariq fue continuada por Muza, gobernador musulmán de Ifriquiya (Túnez), quien completará las conquistas y controlará en dos años ambas mesetas, el valle del Guadalquivir y el sureste hispánico. Ante esta rápida expansión, en la que destacan los pactos con las poblaciones hispanorromanas, descontentas con el gobierno visigodo, se creará en la península un emirato dependiente de Damasco (713), al-Ándalus, como una provincia más del imperio omeya, gobernada por un delegado del califa (emir), y un gobernador (valí) al frente de los asuntos civiles y militares en cada distrito provincial (cora).

En el 714 los musulmanes continuarán la expansión hacia el noreste por el valle del Ebro y Cataluña y hacia el noroeste. La rápida expansión del Islam se justifica parcialmente por la debilidad de los Estados a los que hubo de enfrentarse en su camino, pues el Estado visigodo en la península ibérica se encontraba en 711 en una situación de auténtica quiebra. Sin embargo, la conquista no será total, pues pervivirán territorios cristianos independientes en los Pirineos y, especialmente, en la cornisa cantábrica, en la zona donde habitaban astures, cántabros y vascones de época prerromana, donde se refugiaron un grupo de hispanogodos resistentes a la conquista. En 722, agrupados en torno a don Pelayo, lograron vencer a los musulmanes en Covadonga (Cangas de Onis, Asturias), en una batalla mitificada que marcará el inicio de la resistencia cristiana peninsular y de la denominada reconquista. Pero el auténtico final del avance musulmán tendrá lugar al otro lado de los Pirineos, en la Galia, cuando son detenidos por los francos en la batalla de Poitiers (732) y los musulmanes se ven obligados a replegarse al sur de los Pirineos.

Tumba de Don Pelayo en Covadonga. Cangas de Onis, Asturias.
El control de la población hispánica fue rápido, ya que en 720, tras diez años del inicio de la conquista, ya se controlaba todo el territorio peninsular, excepto los núcleos de resistencia antes apuntados. Este control se realizó mediante conquistas, pactos y capitulaciones, con la oposición de una parte de la aristocracia visigoda y de la Iglesia, que vieron expropiados sus bienes, y el apoyo mayoritario de la población campesina y de ciertos grupos marginados, como los judíos, que vieron la conquista islámica como una liberación de la difícil situación que vivían bajo la monarquía visigoda.

En esta etapa de conquista, los mayores problemas surgieron entre los conquistadores al iniciarse el reparto del territorio, pues los árabes quedaron sensiblemente más beneficiados en relación con los bereberes, recibiendo las zonas agrícolas más productivas. Esto originó el rápido descontento bereber y posteriores levantamientos, que da buena muestra de la debilidad interna y las luchas por el poder que, junto al avance de las conquistas hacia el norte, fueron los dos grandes rasgos de este periodo. También fue característica la rápida islamización de la población peninsular, que fueron convirtiéndose al Islam (muladíes) por las ventajas fiscales que proporcionaba (los musulmanes pagaban el “zakat” o diezmo sobre la producción agrícola mientras los cristianos o mozárabes pagaban la “chizya” o capitación y el “jarach” o contribución territorial por los bienes).

1.2.    El emirato independiente (756-929).

Esta etapa se inicia con la llegada de Abd al-Rahman a la península, único superviviente de la familia Omeya tras la matanza ordenada por Abu-l-Abbas en Damasco, y la ruptura de al-Ándalus con el nuevo imperio abbasí. En ella se formulan las bases de un estado omeya peninsular, ya que  al-Ándalus dejó de ser una provincia más del Imperio Abbasí para convertirse en un Estado plenamente independiente. Abd al-Rahman I asumió los títulos de príncipe (emir) y rey (malik) de al-Ándalus con el apoyo de las élites locales.


Con Abd al-Rahmán II se darán los primeros pasos para la organización administrativa de al-Ándalus, estableciendo una fuerte administración central según el modelo administrativo abbasí. Así, incorporaron altos funcionarios (visires o ministros), en quienes delegaron importantes funciones políticas, fiscales, judiciales y militares, y dividieron el territorio en provincias (coras), al frente de las cuales colocaron un gobernador (valí); si las provincias eran fronterizas (marcas) o en ellas se producían disturbios, se ponía a su frente un gobernador militar (qaid). Dentro de los altos funcionarios destaca el primer ministro (hachib), delegado del emir.

La administración de justicia tenía un fuerte componente religioso, pues se basaba en la ley coránica. Por ello era una función que correspondía al “príncipe de los creyentes”, que había recibido la misión de gobernar a la comunidad religiosa (umma). Pero el príncipe delegaba esta función en los jueces o cadíes, que se encargaban a la vez de la justicia y de los asuntos religiosos.

Mezquita de Córdoba. Su construcción se inició en el año 786 por orden del primer emir omeya Abderramán I.

En cuanto a la administración local no habían organismos semejantes a los municipios, pese al desarrollo de la vida urbana, sino tres funcionarios que ejercen las magistraturas más importantes de la ciudad: el señor del zoco (sahib al-suq), también llamado almotacén, encargado de la vigilancia del mercado, de las transacciones comerciales, de la recaudación de impuestos, etc., el jefe de la policía ciudadana (sahib al-surta), encargado del mantenimiento del orden público, de la imposición de multas o de la ejecución de las penas dictadas por el juez (cadí), y el señor de la ciudad (sahib al-madina), encargado de todos los asuntos de política interior (con funciones similares a los gobernadores provinciales).

A pesar de ser la etapa en la que se sentaron las bases de la organización política de al-Ándalus y en la que se produjo un proceso de islamización que redujo a los cristianos (mozárabes) a una minoría, fue una época de conflictos en la península protagonizados por bereberes y muladíes (cristianos conversos al Islam) en Toledo, Zaragoza o Badajoz, por la continuación de la política pro-árabe de la dinastía omeya. Sin embargo, estas rebeliones fortalecerán al gobierno andalusí, que tras sofocarlas se proclamará independiente con el Califato de Córdoba.

1.3.    El califato (929-1031).

Abd al-Rahman III inició su gobierno en 912, en una etapa de continuas crisis económicas y políticas, caracterizadas por periódicas sequías y revueltas de aristocracias tribales y ciudades frente al poder central. Así, el gobierno de Abd al-Rahman III se inicia con campañas militares contra las zonas insurgentes a las que somete progresivamente, hasta conseguir cierta unificación y un nivel de pacificación interna que propiciará el desarrollo económico. En 929 Abderramán III proclamará el Califato de Córdoba, nombrándose a sí mismo califa y príncipe de los creyentes, con lo que la independencia política y religiosa de al-Ándalus quedará consumada.

Abd al-Rahman III hizo de al-Ándalus una gran potencia mediterránea, y de Córdoba una de las grandes ciudades del mundo islámico. La paz interior propició un próspero desarrollo económico y demográfico. La administración del Estado desarrolló las mismas pautas que en el periodo anterior, multiplicando ahora el número de funcionarios para mejorar la eficacia del Estado. 


Con el gobierno de su sucesor, Al-Hakam II, el gobierno llegó a su máximo esplendor y realizó numerosas campañas militares contra los reinos hispanocristianos bajo la dirección de Ibn Abi Amir, más conocido como Almanzor (“el victorioso”), que se convirtió en regente al morir el califa durante la minoría de edad de su hijo Hixem II. A través de este cargo, Almanzor se hizo con el poder desde 981 hasta 1002 y gobernó de forma personal con un poder fundado en el ejército. Su política se basó en la agresión permanente contra la España cristiana, buscando así la riqueza de los reinos cristianos y el prestigio militar que necesitaba para legitimar su poder. Pero los hijos de Almanzor fueron incapaces de administrar el Estado y al-Ándalus entró en una auténtica guerra civil (fitna) entre andalusíes y bereberes, denominada “Revolución de Córdoba” (1009) que significó el fin de la autoridad califal, como lo demuestra el hecho de que, entre el 1009 y el 1027 se sucediesen quince califas al frente de al-Ándalus. La ficción de la figura del califa, que apenas si controlaba los alrededores de Córdoba, desapareció en 1031 cuando la aristocracia cordobesa depuso al último califa omeya, Hixam III, momento en el que al-Ándalus ya estaba dividida de hecho en reinos de taifas.

1.4.    Los reinos de taifas (1031-1086).

Desde principios del siglo XI hasta mediados del siglo XIII la historia de al-Ándalus se caracteriza por la fragmentación territorial; sólo en dos ocasiones el territorio fue unificado por fuerzas norteafricanas que lo integraron en sus respectivos estados: almorávides a finales del siglo XI y almohades desde mediados del siglo XII.


Cuando en 1031 se acabe con el último califa, el poder califal recaerá en cada provincia o ciudad importante en la figura del gobernador o en una determinada familia, lo que dará lugar a la aparición de numerosos reyezuelos, muchas veces enfrentados entre sí, que llegarán incluso a aliarse con reyes cristianos para conservar el poder frente a las ambiciones territoriales de la taifa vecina. Estos reinos de taifas se organizarán internamente como el califato de Córdoba, pero sus reyes adoptarán el título de “sultán”.

La centralización administrativa y financiera que se produce en cada capital tuvo resultados positivos, ya que orientó hacia un pequeño grupo dirigente la totalidad de las rentas estatales que antes llegaban a Córdoba, pudiendo mantener un verdadero esplendor cultural. Pero la fragmentación del califato acabó con la potencia militar mantenida por al-Ándalus frente a los reinos hispanocristianos, teniendo que defender en adelante cada taifa sus fronteras de forma independiente frente a cristianos y las taifas vecinas. Así, a partir del siglo XI los reinos cristianos experimentarán un gran avance territorial y un importante crecimiento económico, debido al  cobro de parias (tributos) a los reinos de taifas.

1.5.    Las invasiones norteafricanas (1086-1212).

Ante la presión de los reinos cristianos a finales del siglo XI, que llegan a tomar Toledo (1086), los reyes taifas de Badajoz, Granada y Sevilla solicitaron la ayuda de Yusuf ben Tasufin (1061-1106), caudillo de los almorávides, una tribu de origen bereber que había conseguido  formar un verdadero imperio en Marruecos. Los almorávides decidieron unificar bajo su dominio todo el territorio de al-Ándalus, que se convirtió en una provincia más de su imperio norteafricano. Sin embargo, poco duró su dominio en al-Ándalus, llegando a su fin en 1145 con una serie de levantamientos y revueltas, que dieron origen a otro periodo de fragmentación política denominado “segundas taifas”.


La decadencia de los almorávides fue aprovechada por un nuevo grupo bereber dirigido por Muhammad ibn Tumar, los almohades, que lograron reemplazar en el poder a los almorávides a mediados del siglo XII e intentaron recuperar sus antiguos dominios en al-Ándalus, apoderándose de las taifas de Sevilla, Jaén, Córdoba, Badajoz, Málaga, Granada y Baza. Ante el peligro almohade y la posible caída de Toledo, la Santa Sede predicó una cruzada que llevó a la unificación de las fuerzas cristianas peninsulares, triunfante en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), donde el ejército almohade fue totalmente derrotado. Muy pronto aparecieron las “terceras taifas”, y esta nueva fragmentación del poder en la España islámica permitió la rápida conquista del valle del Guadalquivir por la corona de Castilla. Así, a mediados del siglo XIII, sólo Granada pudo mantenerse como reino. 

Giralda de Sevilla. En sus orígenes fue el minarete de la ciudad y uno de los edificios más altos del mundo en su época

1.6.    El reino nazarí de Granada (1212-1492).

La constitución del reino nazarí de Granada será el resultado de la descomposición del estado almohade y de las luchas entre linajes que se producen en el periodo de las últimas taifas. En 1232, Ibn Nasr (de ahí el calificativo de “Nazarí”), un aristócrata andalusí de linaje árabe se proclamaba sultán para defender su independencia frente a los deseos expansionistas de Ibn Hud; en 1237 tomaba Granada y, por el Tratado de Jaén (1246), era reconocido como soberano por la corona de Castilla, iniciando así su andadura histórica y subsistiendo mediante pactos y alianzas, al tiempo que todos los demás reinos islámicos desaparecían en las décadas centrales del siglo XIII. El pacto con Castilla supuso el sometimiento a vasallaje a la corona de Castilla y el pago de parias, además de significativas pérdidas territoriales, pero garantizó la pervivencia del poder nazarí y su desarrollo económico y cultural. 


La frontera con Castilla se mantuvo sin variaciones significativas durante todo el periodo. En la década de 1480, las discordias internas de la aristocracia nazarí y la relativa estabilidad de Castilla bajo el gobierno de los Reyes Católicos, propiciaron el avance castellano y la sucesiva conquista de poblaciones hasta la toma de la capital, que capituló oficialmente a principios de 1492.



La rendición de Granada por Francisco Pradilla y Ortiz: El sultán Boabdil entrega Granada a los reyes Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.

2.    La economía de al-Ándalus.
En esta época, se puede decir que Al-Ándalus era el territorio más rico y próspero de los reinos que había en la península Ibérica, además de gozar también de una importantísima riqueza cultural. 


Los musulmanes llevaron a cabo una intensa actividad comercial  por todo el Mediterráneo y además introdujeron o mejoraron algunas técnicas de regadío en la península Ibérica, lo que hizo que la agricultura fuera más próspera y desarrollada, ya que de ella se pudieron extraer más y mejores beneficios. 


La agricultura continúo  siendo la base de la actividad económica. Los cultivos tradicionales del mundo mediterráneo –cereales, olivo, vid– mantuvieron su importancia, pero ahora, se combinaran las técnicas de regadío con las de agricultura de secano (naranjas, cítricos en general, olivos...).


Se introducirán nuevas especies  frutales y hortalizas, como la caña de azúcar, el cáñamo,  el algodón… y se desarrollará mucho la agricultura de regadío .


En las ciudades ganarán terreno la industria y la artesanía, y, las ciudades crecerán visiblemente con respecto a la época anterior. La manufactura de tejidos se convertirá en una actividad económica muy importante.


Se ampliará el comercio, tanto por mar como por tierra. Existiendo un amplio comercio interior (zocos, mercados en cada ciudad...)  y exterior (sobre todo por mar), recuperándose así la actividad comercial, que durante la época visigoda había entrado en franca decadencia.


3.    La sociedad andalusí.


La sociedad andalusí fue muy compleja. Desde un punto de vista muy simplista y meramente religioso, podemos hablar de musulmanes, judíos y cristianos, sin embargo, su estructura era multicultural y multirracial, además de multiconfesional: la composición de cada uno de estos grupos, especialmente de los primeros, es múltiple:


Los musulmanes estaban integrados por numerosas etnias y procedencias:


  • El grupo más poderoso era el de los árabes que, pese a ser minoritario, detentó el poder sobre todo cuando Al-Ándalus permaneció unida y eran los grandes propietarios de las tierras. 
  • Los bereberes, que conformaban el grueso del ejército, eran muy numerosos y sus descendientes se dedicaron a la artesanía, el comercio o la agricultura. 
  • Los muladíes fueron originariamente cristianos, (bien hispanorromanos, bien hispanovisigodos) que se convirtieron al Islam, conservando así sus propiedades; de esta forma hubo muladíes poderosos y otros pertenecientes a las clases bajas (la mayoría), que mantuvieron sus ocupaciones agrícolas.
  • Todavía habrá que considerar otro grupo, los eslavos, que eran esclavos de raza blanca, procedentes de Europa que habían sido incorporados al ejército y, tras abrazar el Islam, liberados.

Los cristianos que no se convirtieron al Islam constituían otra clase social: los mozárabes, que pudieron conservar su religión y sus propiedades. Así podemos encontrar nobles cristianos tributarios de los andalusíes.


Lo mismo ocurría con los judíos, agrupados en barrios llamados juderías, dedicados al comercio, la artesanía o las finanzas.

Finalmente estaban los esclavos, cuyo comercio se desarrolló en el mundo musulmán.



Organización de la sociedad andalusí.



La sociedad islámica de al-Ándalus, como la cristiana, fue básicamente estamental, de tipo feudal. En la cúspide de la sociedad estaba el califa o el emir, un descendiente del Profeta que estaba por encima de los demás mortales, pero que gobernaba los asuntos terrenales. Era, al mismo tiempo, jefe espiritual y temporal. El califa, es el único con poder para interpretar las leyes establecidas en el Corán. 


El segundo escalón lo constituía la aristocracia funcionarial. En realidad no existía una nobleza como la cristiana, sino que los aristócratas eran la familia real, árabes y los que tenían cargos de importancia concedidos por el califa, el cual los dotaba con rentas y tierras. 


En el tercer escalón estaban los notables, ricos y poderosos, letrados, comerciantes, artesanos, etc. En su mayoría fueron bereberes. 


 Por debajo estaba la masa, o pueblo, que era la categoría inferior de los miembros libres de la sociedad islámica. Encuadrados en el pueblo estaban desde los campesinos más pobres, no mejor considerados que los mozárabes pobres, hasta los artesanos con posibles de las ciudades. 


Por su parte los mozárabes tenían su propia jerarquía social interna, muy parecida a la de los reinos cristianos. Los nobles cristianos estaban socialmente mejor considerados que la masa islámica.  


Los judíos también tenían su jerarquía interna, encabezada por los rabinos. Ambas sociedades estaban sometidas al poder califal, e incluso a algún noble árabe. 


En la base de la pirámide social, los esclavos procedentes en su mayoría de África o Europa oriental, considerados como un bien material más y sin ningún tipo de derechos. Si eran cristianos, podían conseguir su libertad convirtiéndose al Islam.


4.    Vida urbana y cultura.



El modo de vida islámico es predominantemente urbano, dedicada al comercio y la artesanía. Muchas ciudades actuales conservan aún la caótica estructura urbana propia de las ciuda­des islámicas. La cultura árabe fue el patrón de vida, aunque se hablaba por lo general una lengua arábigo-romance, mezcla del árabe y del latín.



Las ciudades más importantes eran Córdoba, con unos 200.000 habitantes en el siglo X, seguida a mayor distancia por Sevilla, Málaga, Almería, Valencia, Zaragoza, Badajoz, Toledo, Murcia o Palma de Mallorca (llamada Madina Mayurqa).



La ciudad se dividía en una medina central, a menudo protegida por una muralla interior, y unos arrabales exteriores sin tanta protección. En la medina se hallaba la mezquita principal (aljama), el alcázar militar y el zoco.



Así pues,  núcleo urbano era la medina, de trazado apretado y denso, que, a su vez, se organizaba en dos zonas: la comercial y la vecinal. El zoco era un lugar de encuentro, sobre todo masculino, en el que, en medio de un frenético deambular, se sucedían las más diversas transacciones, y también las más insospechadas intrigas. Los oficios y los puestos se extendían por áreas especializadas, en las que se podían hallar las más variadas mercancías. Desde especias y perfumes hasta hortalizas y frutas, carne, tejidos, orfebrería y cerámica. Una estricta serie de normas regían la vida comercial, cuya honradez, no siempre garantizada, vigilaba atento el almotacén, inspector del zoco. Al-Andalus estableció una sólida administración y un sistema judicial harto complejo. Las compras se efectuaban con dinero contante y sonante, que se acuñaba en la ceca de Córdoba, primero, y de otras ciudades en época de taifas. Dinares, dirhems y feluses eran moneda de pago corriente.



La mezquita era también un lugar frecuentado, no sólo para efectuar la oración comunitaria, sino para convocar distintas reuniones de tipo social y vecinal, o simplemente para estudiar con un poco de sosiego, o escapar a los calores estivales entre la umbría del bosque de columnas. 



La vida doméstica se desarrollaba fuera del recinto comercial, en los barrios fortificados de la medina que, para mayor seguridad, se cerraba de noche mediante dos puertas y estaba vigilada. Las viviendas, austeras y sobrias en su exterior, podían ser muy lujosas en su interior y, en cualquier caso, eran un refugio de paz y confort, muy por encima de lo habitual por entonces en otros lugares del resto de Europa. Organizadas todas en torno a un patio –si la familia se lo podía permitir, en él se ubicaba una alberca o, cuando menos, un pozo– las alcobas, salones y la cocina se abrían a este espacio y se distribuían también en torno a la galería superior. El mobiliario era sencillo, apenas unos arcones, una mesa baja de taracea, y algunos altillos y hornacinas en los que depositar un libro o algún adorno de marfil. De dar calidez al entorno se encargaban las esteras y alfombras tupidas de lana, unos mullidos almohadones de seda o lana bordada y un buen brasero.



En toda vivienda existía un "aseo" digno, y el alcantarillado, lo mismo que el alumbrado de la ciudad, se distribuía mediante una red perfectamente organizada. Algo extraordinario teniendo en cuenta que hablamos de los siglos IX y X.



Los baños públicos eran muy numerosos. Tanto, que en la Córdoba califal llegaron a existir más de seiscientos. En ellos, los clientes no sólo se lavaban, se relajaban y se dejaban masajear enérgicamente. La tarde estaba destinada al turno de las mujeres, que se acicalaban, charlaban e incluso merendaban.





La educación era un bien muy preciado por los musulmanes, que se preocuparon, desde las instancias oficiales, de garantizar y desarrollar. El estudiante podía acudir a la mezquita o la madraza y recibir la enseñanza que él eligiese, siempre, claro está, que ya dominase los textos sagrados y las ciencias teológicas. Cuando el alumno procedía de familia acomodada, un tutor se encargaba en su propio domicilio de su enseñanza privada.



El literatura, destaca, como en todo el Islam, la poesía, que pronto se arabizó por completo al difundirse la lengua árabe y el Islam entre la población autóctona. Pero se conservó la lengua romance, hablada por gran parte de la población mozárabe y muladí.



Las influencias literarias predominantes eran la cristiana y la oriental (el cantor bagdadí Ziryab introdujo la moda abasí en época de Abd-al-Rahman II). Las bibliotecas de Córdoba eran famosas. En la época califal el amor por los libros y la cultura elitista llegó a su esplendor, con la biblioteca de Al Hakam II y su círculo de intelectuales, casi todos poetas, Al-Gazal, Ibn Darray, Ibn Hayyam, Ibn Suhayd e Ibn Hazm, autor del célebre El Collar de la Paloma, un poema-tratado del amor. Entre los historiadores destacan Ahmad al-Razi, con Crónica del moro Rasís, y Al-Jusaní, con Historia de los jueces de Córdoba.



La ortodoxia de la secta de los malakíes explica que la filosofía apenas se desarrollará en la época omeya. Pero a partir del siglo XI se difundió con fuerza. Destacan Ibn Musarra y, sobre todo, Averroes (Córdoba, 1126-Marraquech, 1198), que fue médico (discípulo de Abentofail), astrónomo, jurista y filósofo; concilió la teología islámica con la filosofía aris­totélica en Comentarios a Aristóteles y otras obras, e influyó mucho en Europa; como médico escribió las Generalidades.



El filósofo judío Maimónides (Córdoba, 1135-El Cairo, 1204), tuvo que abandonar la península por la intransigencia religiosa de los almohades. Escribió la Guía de los perplejos, conciliando la filosofía de Aristóteles, los neoplatónicos griegos y árabes y la religión judía. Se dedicó a la medicina, llegó a ser médico de la corte de Saladino y redactó numerosos trata­dos de ciencia médica, destacando Aforismos y Tratado de dietética e higiene.



Fue extraordinario el desarrollo científico: medicina, álgebra, astronomía (Tablas Toledanas de Azarquiel), agricultura (Libro de agricultura de Ibn Wafid)... Las fuentes fueron las traducciones del griego y la experimentación.



En medicina, destacaron Abentofail, Abulcasim (autor de la Cirugía), Aban Choco, Al-Zarahwi. Médicos y los filósofos Averroes  y Maimónides. La mayoría de los médicos eran judíos.

Las matemáticas sufrieron la oposición religiosa de los juristas ortodoxos de Córdoba. Destacan Ibn Nasar (Libro de las dimensiones desconocidas), Maslama ibn Al-Kasim y Abderramán Ibn Ismail (un compendio del Organon de Aristóteles). 

5.    El arte islámico.

El arte islámico es de procedencia oriental, aunque en Al-Andalus está marcado por las influencias visigodas, como el arco de herradura, y romanas. Debido a las creencias religiosas contrarias a la figuración tuvieron escasa importancia las artes plásticas de la pintu­ra y la escultura, pero en cambio destacan las artes decorativas, en las que predomina la decoración geométrica (alicatado), vegetal (ataurique) y escrita (cúfica).

Mezquita Omeya de Damasco (Siria).
El urbanismo es típico del Islam, de trazado irregular y espacios intimistas. La arquitectura es el arte más importante y se concentra en mezquitas y palacios, con elementos característicos de Al-Andalus: columna, arco de herradura, bóveda de arista, cúpula. Los materiales son pobres. Destacan los jardines y patios con estanques.

Época omeya y califal.

Destaca la mezquita de Córdoba, una obra maestra del Occidente islámico. Su obra evolucionó a través de la historia: Abd-al-Rahman I la construyó sobre la antigua iglesia visi­goda de San Vicente, según el modelo sirio, aunque con una superposición de arcos típicamente andalusí. Hisam I edificó el primer alminar. Abd-al-Rahman II hizo la primera ampliación de la sala de oració. Abd-al-Rahman III realizó el nuevo alminar, la ampliación del patio y la reforma de la fachada al patio. Al-Hakam I consiguió la más importante y bella ampliación y Almanzor culminó la última ampliación, la más grande pero la menos bella.

Mezquita de Córdoba, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984.

Cerca de Córdoba se fundaron dos ciudades-palacio. La de Medina-al-Zahara es un recinto amurallado, dotado de acueducto, puentes, alcazaba y una zona palaciega. De la otra gran ciudad palaciega, Madina-al-Zahira, apenas queda nada.

Medina-al-Zahara (Córdoba).

Primeros Reinos de Taifas.

Predomina la arquitectura defensiva, aunque también tenemos hermosos baños y la Aljafería de Zaragoza.

Interior del palacio de la Aljafería. Zargoza.

Almorávies y almohades.

Destacan sus obras en Sevilla, con las murallas, la Mezquita, la Giralda, la Torre de Oro y el Alcázar.

Torre del Oro. Sevilla.

El Reino Nazarí.

Destacan dos obras magnas: la Alhambra, un gran conjunto palaciego que es el mejor modelo islámico de su época, y el Generalife, un jardín islámico con pabellones. La Alhambra se organiza alrededor de dos partes fundamentales: el cuarto de Comares y el cuarto de los Leones, con dos grandes patios ajardinados que comunican con salones, baños, miradores... profusamente decorados con mocárabes de yesería y cerámica vidriada.

Patio del palacio del Generalife. Granda.

Influencia del arte andalusí en Europa.

El arte islámico se difundió asimismo en el arte mozárabe y el mudéjar en la España cristiana y parece probable que la cúpula califal y la bicromía de las dovelas de los arcos islámicos influyeron en el románico, así como el arco apuntado llegó al gótico europeo a través de los modelos de Al-Andalus y el norte de África.
 
Interior de la Alhambra de Granda.