UD 2- REVOLUCIONES LIBERALES Y NACIONALISMO.



REVOLUCIONES LIBERALES Y NACIONALISMO 

En la unidad anterior vimos cómo estaba estructurada la sociedad del Antiguo Régimen. En la presente vamos a ver cómo la burguesía va a conquistar el poder político a través de una revolución. Pero no lo tiene fácil, los partidarios del régimen tradicional se oponen, y tras la caída del poder de Napoleón (en donde ha desembocado la revolución) tratan de reimplantar el Antiguo Régimen. Intento efímero pues la burguesía volverá a la carga en una serie de oleadas revolucionarias en la primera mitad del siglo XX. 1820, 1830 y 1848 son los intentos de conseguir el poder, tras ellos el absolutismo habrá desaparecido en Europa. En todas esas revoluciones encontramos dos componentes: el liberalismo político (separación de poderes, monarquía parlamentaria o república, elecciones…) o el nacionalismo (exaltación de la nación y sus señas de identidad para diferenciarse de sus vecinos). Este último ingrediente predomina en los procesos de unidad territorial culminados en 1870 en Italia y Alemania. 


I. EL NACIMIENTO DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA. 

1. La independencia de Estados Unidos. 

La independencia de las trece colonias norteamericanas, pertenecientes a Gran Bretaña, dio lugar al nacimiento de un nuevo país (los actuales Estados Unidos), que al construirse sobre los principios de la Ilustración, cuando en Europa se estaba viviendo en plena crisis del Antiguo Régimen, ello tuvo un gran impacto e influyó sobre el resto del continente americano y en Europa.


Las relaciones entre los colonos y la metrópoli fueron empeorándose conforme Gran Bretaña quiso imponerles nuevos impuestos. Los colonos, alegando que carecían de representantes en el Parlamento de Londres, se negaron a pagarlos. Finalmente, diversos incidentes obligaron a Inglaterra a querer imponer su autoridad por las armas. El resultado fue el estallido de la guerra de independencia (1776-1783). El 4 de julio de 1776, representantes de las colonias, reunidos en Filadelfia, hicieron pública la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, en la que se recogían los principios de los filósofos ilustrados: todos los hombres han nacido iguales y son portadores de derechos inalienables, como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; tienen derecho a derrocar al gobierno si éste se opone al cumplimiento de esos fines.

Sobre la guerra, los colonos organizaron su ejército, cuya dirección se encomendó a George Washington, pero los colonos no estuvieron solos al contar con la ayuda de Francia, España y Holanda. El triunfo de las colonias desembocó en el Tratado de Versalles (1783) donde Gran Bretaña reconoció la independencia de los Estados Unidos.

George Washington (1732–1799)

Después de la victoria, el reto para los colonos era transformar las antiguas colonias en un Estado. En 1787, en Filadelfia, se reunió una Convención constitucional con delegados de las diversas colonias.


Antes de finalizar el año se aprobaba la Constitución, que entró en vigor en 1789. El nuevo país se denominó EE.UU. de América, y de acuerdo a dicha Constitución su sistema de Estado era la república federal, establecía la soberanía popular y la separación de los tres poderes (legislativo, ejecutivo y judicial). Elegido por unanimidad, George Washington fue el primer presidente de los Estados Unidos. 

II. LA REVOLUCIÓN FRANCESA DE 1789 Y LA EUROPA DE LA RESTAURACIÓN (1815-1830). 

El ciclo revolucionario, abierto, como acabamos de ver, con la independencia de las colonias inglesas norteamericanas, tuvo su prolongación en Francia donde la revolución logra romper el orden estamental y sustituir el Antiguo Régimen por una sociedad más igualitaria y libre, donde la burguesía logra hacerse con el poder político. 

La Libertad guiando al pueblo, Eugène Delacroix 1830). Museo del Louvre.

1. Causas de la revolución francesa. 

Una combinación de elementos económicos, sociales y político-ideológicos condujeron en 1789 al estallido de la revolución francesa. Las críticas de los ilustrados proporcionaron los fundamentos ideológicos (división de poderes, monarquía parlamentaria, derechos del hombre…) sobre los que debía apoyarse la revolución. Antes del estallido revolucionario, la coyuntura económica contribuyó a empeorar la situación social. Entre 1788 y1789 las malas cosechas provocaron una crisis de subsistencias, un encarecimiento de los productos alimenticios, lo que produjo un hondo descontento popular, tanto en el campo como en las ciudades. Sin embargo, será la crisis financiera del Estado y el comportamiento de los privilegiados (los nobles y el clero) ante la misma, la que desató la crisis política que desembocaría en el triunfo de la revolución. El Estado francés venía atravesando una crisis financiera; estaba endeudado, emitía deuda pública, dado que sus ingresos no eran suficientes para cubrir sus gastos. Para que el Estado pudiera contar con más fondos, los diversos ministros de Hacienda de Luis XVI venían planteando la necesidad de proceder a una reforma fiscal, en la que los privilegiados debían contribuir según sus propiedades. No lo consiguieron; la nobleza y el clero, en efecto, se aferraban a sus privilegios (exención de impuestos) para no pagar.

La nobleza, además, argumentaba que solamente los tres estados del reino (nobleza, clero y tercer estado), reunidos en Estados Generales, tenían autoridad para permitir nuevos impuestos. Así, la oposición de los privilegiados a pagar dio lugar a una crisis política que obligó al rey a convocar los Estados Generales, que no habían sido convocados desde 1614. No imaginaban los privilegiados que estaban abriendo un proceso por el que la burguesía iba a sustituirles al frente del poder. 

2. Etapas del proceso revolucionario.

a) La convocatoria de los Estados Generales y la contitución de la Asamblea Nacional. 

Los Estados Generales fueron convocados para iniciar sus sesiones en mayo de 1789. En esta asamblea se daban cita representantes de los tres estados: nobleza, clero y estado llano (tercer estado). Según la tradición, se reunían por separado para dar su consentimiento a propuestas reales y cada estamento tenía un único voto.

Antes de la reunión de los Estados Generales, el tercer estado había logrado que el número de sus representantes fuera similar a los de la nobleza y el clero juntos. Pero faltaba por dilucidar el sistema de votación. El 5 de mayo, bajo la presidencia del rey Luis XVI, se abre solemnemente la gran reunión de los Estados Generales. La discusión más importante –y la clave de la cuestión- era la forma de votación. El clero y la nobleza pedían un voto por estamento, el tercer estado un voto por persona. Tras agrias polémicas durante varias semanas, los representantes del tercer estado se autodeclararon Asamblea Nacional (17 de junio) y decidieron retirarse a otra sala, en la que se jugaba a la pelota, y allí decidieron, en reunión con algunos clérigos, pronunciar el Juramento del Juego de Pelota (“Jeu de Paume”, 20 de junio), afirmando que, donde quiera que ellos se reuniesen allí estaba la Asamblea Nacional y juraban no abandonar el lugar sin haber dotado a la nación de una Constitución que garantizase sus derechos. 

b) La Asamblea Constituyente (1789-1791). 

El rey titubea, no sabe qué hacer, quiere evitar un derramamiento de sangre, hasta terminar cediendo, ordenando la reunión de los tres estados para dar una Constitución a Francia. Nacía la Asamblea Nacional Constituyente. De esta forma, los Estados Generales habían terminado desembocando en una Asamblea Constituyente bajo el control de la burguesía. Paralelamente, el pueblo de París, con sus actuaciones va a contribuir también al triunfo de la revolución, dándole un cariz popular que los burgueses revolucionarios supieron encauzar a favor de sus objetivos. 

Entre las jornadas revolucionarias protagonizadas por el pueblo destaca el asalto a la prisión de la Bastilla (14 de julio), fortaleza considerada símbolo del absolutismo.

Paralelamente, en el campo francés los campesinos se movilizaban contra el poder señorial. Muchos nobles respondieron huyendo de Francia con la intención de conspirar en contra de la revolución.

La revolución estaba en marcha. La Asamblea Constituyente empezaba a aprobar leyes por las que se abolía al Antiguo Régimen. En agosto se procedió a suprimir el sistema feudal y se redactó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en la que se garantizaba la libertad individual, la propiedad y la igualdad de derechos ante la ley.

Con vistas a enfrenarse a la crisis financiera se decidió la expropiación y venta los bienes del clero. La medida disgustó a la Iglesia y se completó con la aprobación de la Constitución Civil del Clero con la que se quiso crear una iglesia nacional, convirtiendo a los religiosos en funcionarios del Estado. La norma fue condenada por el Papa Pío VI y produjo un conflicto religioso que solo época de Napoleón. Por último, en septiembre de 1791 era aprobada la Constitución, que establecía el principio de la soberanía nacional; Francia se convertía en una monarquía constitucional, basada en la división de poderes: el ejecutivo (en manos del rey), el legislativo (en una Asamblea unicameral, llamada Asamblea Legislativa) y el poder judicial (ejercido por los tribunales del Estado). El sistema electoral que se aprobó era censitario (solo podían votar los ciudadanos que tuviesen un mínimo de riqueza). Con todo, consolidar una monarquía constitucional no iba a ser fácil. El comportamiento de la familia real tampoco contribuyó a ello. Además, los exiliados franceses conspiraban y presionaban a los monarcas y a las cortes europeas para que interviniesen. A todo esto, meses antes de aprobarse la Constitución, la familia real intentó huir de Francia con la intención de reunirse con los nobles emigrados y para conseguir el apoyo de las potencias extranjeras. Descubierto en Varennes, Luis XVI fue devuelto a París, creándose un clima de desconfianza hacia la monarquía y contribuyendo a radicalizar a los sectores más radicales. 

c) La Asamblea Legislativa (1791-1792). 

Es una etapa que pretendió ser moderada y que concluyó con el triunfo de los radicales. De acuerdo con la Constitución se celebraron elecciones al nuevo parlamento o Asamblea Legislativa. Entre los diversos partidos o “clubes” que se dieron cita en la Asamblea pronto destacaron dos: por un lado, los girondinos, que representan a la alta burguesía, con ideas moderadas, y por otro, los jacobinos, que agrupan a la baja burguesía, a favor del radicalismo revolucionario; a estos dos grupos habría que añadir las masas populares de París, los -sans culottes-, que cobrarán especial protagonismo en la etapa siguiente. La política de la Asamblea estuvo marcada por los problemas en el exterior con las monarquías europeas, especialmente con Austria y Prusia, donde iban reuniéndose los numerosos emigrados del país (sobre todo, nobles y clérigos).

La Asamblea, por iniciativa de los girondinos, decidió declarar la guerra a Austria(abril de 1792), conflicto que muy pronto se extendería a toda Europa y que se planteó como una guerra ideológica: por un lado, Francia pretendía extender el espíritu revolucionario a toda Europa; por el otro, los monarcas absolutos y la aristocracia unidos en la defensa del Antiguo Régimen.

Las primeras actuaciones bélicas fueron desastrosas para Francia. Tropas austriacas amenazaban con ocupar París, pero el rey era acusado de estar en contacto con los invasores. La situación dio lugar a una insurrección popular protagonizada por las clases populares, los sans-culottes (10 de agosto de 1792): el palacio real de las Tullerías fue asaltado, el rey fue encarcelado con su familia, se puso fin a la Asamblea Legislativa y se convocaron elecciones, por sufragio universal, para una asamblea llamada Convención. 

d) La Convención (1792-1794). La proclamación de la República. 

La Convención, en su primera sesión, acordó abolir la monarquía y proclamar la República (septiembre de 1792). Esta etapa ofrece dos momento distintos: en el primero gobiernan los girondinos y en el segundo los jacobinos. 

Gobierno girondino. Estaban a favor de un gobierno moderado, pero se vieron desbordados por los jacobinos, partidarios de adoptar medidas radicales.

Los girondinos preferían salvar al monarca, pero no lo consiguieron. Acusado de colaborar con los enemigos de Francia, se le juzga y es condenado: Luis XVI es guillotinado el 21 de enero de 1793 (con la reina Mª Antonieta se hizo otro tanto meses después). Ahora bien, la ejecución del rey contribuyó a crear divisiones dentro de la Convención y a que, la guerra, que ya tenía abierta Francia contra Austria y Prusia, se ampliara con la incorporación de otros países, como España e Inglaterra.

El temor a que la Revolución pudiera verse anulada y la crítica situación económica contribuyeron a movilizar a los jacobinos, quienes, dirigidos por Robespierre, y con el apoyo de los sans-culottes, expulsaron a los girondinos de la Asamblea (junio de 1793), quedando ellos como únicos dueños del poder. 

Gobierno jacobino. La revolución se radicaliza y entra en la etapa más sangrienta, etapa que recibe el nombre de Terror, los opositores políticos son guillotinados y la represión de Robespierre no respeta ni a los miembros de su propio partido. En el plano económico se adoptaron medidas a favor de los sectores populares urbanos, como la ley que limitaba los precios. También se mejoró la condición de los pequeños propietarios agrarios. En el plano político se aprueba la Constitución de 1793 que presenta la novedad de elegir a los representantes por primera vez a través del sufragio universal. La nueva Constitución, sin embargo, nunca entró en vigor. En realidad, Robespierre y sus colaboradores gobernaron manteniendo una auténtica dictadura. 

e) El Directorio (1795-1799). 

La situación a la que los jacobinos tenían sometido al país no podía durar mucho tiempo. La burguesía moderada estaba alarmada por el creciente protagonismo que iban tomando las clases populares en París. Así, amplios sectores de esa burguesía más moderada, contrarios a los jacobinos, organizaron un golpe de Estado que triunfó, con rápida ejecución de Roberpierre, llevado a la guillotina (28 de julio de 1794).

La Convención se disolvió siendo sustituida por un Directorio de cinco miembros al frente del poder ejecutivo, elegidos por el poder legislativo compuesto de dos asambleas, la de los Quinientos y el Consejo de los Ancianos, elegidas por sufragio censitario o restringido. En el exterior, Francia iba logrando victorias, pero en el interior el gobierno se veía atacado por los realistas, a favor de restablecer la monarquía borbónica, y por sectores radicales (jacobinos y sansculottes). Para compensar su debilidad, el Directorio terminó buscando el apoyo en el ejército, que venía adquiriendo importancia creciente por las victorias que estaba dando a Francia en el exterior. 

f) El Consulado (1799-1804). 

Aprovechando las circunstancias que acaban de anotarse, uno de los militares de mayor prestigio, el general Napoleón Bonaparte, decidió acabar con el Directorio dando un golpe de Estado el 9 de noviembre de 1799 (18 Brumario) y estableció como forma de gobierno el Consulado. El poder ejecutivo recaía en tres cónsules, uno de ellos, el primero, cargo que ostenta Napoleón.

Bonaparte, concentraba todos los poderes. En 1802 se da otro avance en consolidación de su poder personal al ser proclamado cónsul único y vitalicio. En 1804, se culmina este proceso, cuando se proclama a Napoleón Emperador de los franceses. El acto de coronación tuvo lugar en París ante el Papa Pío VII.

Napoleón, apoyado por el ejército y la burguesía adinerada, consolidó los principios básicos de la Revolución y anuló cualquier intento de restauración monárquica o de radicalismo jacobino.

Su actuación en política interior sirvió de modelo a otros países europeos. Con el Papa Pío VII firmó el Concordato de 1801 por el que el Estado francés se obligaba a mantener los gastos del clero, se aceptaba la venta de sus bienes y se reconocía que la religión católica era la mayoritaria del pueblo francés. Se promulgó un Código Civil (1804), imitado luego en otros muchos países, en el que se recogían muchas de las aspiraciones de la burguesía (la libertad individual, la igualdad ante la ley y la propiedad privada).

A pesar de toda su obra, su sistema político fue personal y autoritario; el régimen constitucional con separación de poderes logrado por la Revolución se olvidó. En resumen, para unos, la etapa napoleónica fue el epígono glorioso de la Revolución; para otros, una verdadera contrarrevolución. 

3. El Imperio napoleónico (1804-1814). 

Napoleón pretendió extender por Europa las ideas revolucionarias de libertad y de igualdad, pero sus conquistas despertaron sentimientos nacionales en contra de Francia. Su proyecto albergaba una contradicción: pretendía llevar la libertad a los pueblos, pero éstos defendían su propia soberanía para decidir por ellos mismos.

El objetivo final de Napoleón era establecer una Europa unida, bajo la hegemonía de Francia, mediante la creación de reinos satélites que encomendó a miembros de su familia (Nápoles, Holanda, Westfalia, España). A estos proyectos se opusieron distintas potencias (Austria, Prusia, Rusia y Gran Bretaña) agrupadas en diversas coaliciones. Se impuso a Austria y Prusia, pero fracasó ante Gran Bretaña y Rusia.

Contra Gran Bretaña ideó, inicialmente, su invasión para lo que contó con la armada española. Sin embargo, este plan se vino abajo tras la derrota franco-española en la batalla de Trafalgar (1805). Napoleón pensó entonces en la guerra económica contra Gran Bretaña. Se trataba de impedir su comercio con Europa: en 1806 publicó un decreto prohibiendo la importación de artículos británicos en cualquier parte de Europa. Para aplicar el bloqueo Napoleón tenía que ocupar Portugal (1807), país aliado de Inglaterra. Tropas francesas atravesaron España rumbo a Portugal; ahora bien, Napoleón, aprovechando la crisis interna de la monarquía española, decidió ocupar también nuestro país y tras lograr la abdicación de Carlos IV y Fernando VII entregó la corona española a su hermano José, que empezó a reinar como José I. La respuesta fue la Guerra de la Independencia (1808-1813), comenzada cuando el pueblo de Madrid decidió levantarse contra las tropas francesas el 2 de mayo de 1808, ejemplo que fue seguido por el resto de España.

En 1810 el Imperio francés abarcaba la mitad de Europa. Pero su estabilidad dependía de los triunfos militares. Así, el principio del fin del Imperio se inició con la campaña de Rusia, cuando Napoleón decide invadir este territorio (1812) y ese fue su gran error.

En 1813, ante el fracaso francés en Rusia y la derrota en España, se organiza otra nueva coalición que derrotó a Napoleón en la batalla de Leipzig (octubre de 1813). Desterrado a la isla de Elba, en el trono de Francia se reinstaura a Luis XVIII, hermano el guillotinado Luis XVI. Sin embargo, en 1815, Napoleón regresó a Francia y restableció el Imperio (el Imperio de los Cien Días) pero fue definitivamente derrotado en la batalla de Waterloo (Bélgica, junio de 1815). Desterrado a la isla de Santa Elena falleció en ella en 1821. 

4. La Europa de la Restauración: el Congreso de Viena. 

Una vez derrotado Napoleón, las potencias vencedoras se reúnen en Viena para restaurar el absolutismo y devolver a los reyes absolutos los tronos perdidos por la Revolución y Napoleón. En Francia los Borbones recuperan el trono en la persona de Luis XVIII, heredero de Luis XVI; en España, el rey Fernando VII anuló la obra de las Cortes de Cádiz y volvió al sistema de monarquía absoluta.

Todos los Estados de Europa enviaron representantes al Congreso de Viena (1814-1815), pero las cuestiones importantes eran decididas por los “cuatro grandes” vencedores de Napoleón (Austria, Rusia, Gran Bretaña y Prusia), a las que se une Francia. Del Congreso de Viena salen dos tipos de resoluciones: un nuevo mapa europeo y un sistema político-ideológico (la Santa Alianza), base del régimen restaurado.

La reconstrucción del mapa europeo se hizo en función de los intereses de las monarquías victoriosas, sin contar con las aspiraciones y sentimientos nacionales: 
  • Rusia se anexiona Finlandia y la mayor parte de Polonia (incluida Varsovia).
  • Prusia se incorpora Renania. 
  • Austria recibe el reino de Lombardía-Véneto. 
  • Gran Bretaña refuerza su hegemonía marítima incorporando Malta, Islas Jónicas, El Cabo y Ceilán. 
  • Bélgica dejaba de pertenecer a Austria y queda unida a Holanda integrando el reino de los Países Bajos. 
  • Por último, Francia volvió a sus fronteras de 1789. Italia se mantuvo dividida en Estados independientes y en Alemania se estableció la Confederación  Germánica integrada por 39 Estados, entre ellos Austria y Prusia. 
En cuanto a la Santa Alianza fue un pacto firmado por los tres soberanos de Austria (Francisco I), Rusia (Alejandro I) y Prusia (Federico Guillermo III), por iniciativa del zar Alejandro I, con la intención de mantener el orden salido del Congreso de Viena.

Sin embargo, el canciller austríaco Metternich supo darle un papel más práctico a la Santa Alianza. Consistió en hacer de ella un brazo armado al servicio del absolutismo, ideando un sistema, que lleva su nombre, de celebración de Congresos para establecer acuerdos de intervención en aquellos países donde triunfaran movimientos liberales y nacionalistas.

A partir de 1826 la política de la Santa Alianza entró en una fase de descrédito. Contribuyó a ello el movimiento de Independencia de las colonias españolas en América, las oleadas revolucionarias de 1830, la actitud de Gran Bretaña contraria a la Santa Alianza, y, sobre todo, las revoluciones de 1848 que, entre otras consecuencias, llegaron a provocar la caída de Metternich. 

5. Liberalismo y nacionalismo. 

Como es sabido, las ideas ilustradas dieron lugar al liberalismo, ideología que sirvió de base a las revoluciones burguesas en su lucha por acabar con el Antiguo Régimen.

En el siglo XIX, el liberalismo poseía un doble aspecto, claramente diferenciado: liberalismo político y liberalismo económico; éste, al ser en parte una consecuencia de la revolución industrial, se estudiará en el tema siguiente.

El liberalismo político defendía una serie de principios fundamentales derechos individuales, división de poderes, soberanía nacional, derecho al voto…--- que debían quedar recogidos en la Constitución, convertida en la norma principal que obligaba a todos. Por ello, la palabra “constitución” se convirtió en un símbolo, en cuyo nombre se harían los levantamientos revolucionarios de la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, el liberalismo, sobre todo a partir de 1830, empezó a dividirse a la hora de organizar el nuevo Estado. La alta burguesía se mostraba partidaria de un régimen donde se reconocía el derecho al voto a los acomodados (sufragio censitario), y, la clase media defendía un sistema donde pudieran votar todos los ciudadanos (sufragio universal). En el primer caso, el sistema se basaba en el liberalismo doctrinario, y, en el segundo, en la democracia.

Al liberalismo se une, en algunas zonas de Europa, el nacionalismo, que fue totalmente ignorado en el Congreso de Viena. La reivindicación nacionalista aparecía cuando una colectividad se consideraba nación porque tenía unas características comunes que les unían (lengua, costumbres, historia) y deseaba constituirse en Estado soberano propio, es decir, con sus órganos de gobierno y sus fronteras internacionales reconocidas.

En este momento, el nacionalismo se planteaba ante dos situaciones diferentes:
  • Pueblos que aspiran a unirse: se trata de aquellos que, sintiéndose una nación, se encontraban divididos (alemanes e italianos). 
  • Pueblos que deseaban independizarse de los Estados a los que estaban sometidos  (griegos, belgas, polacos…).

Por último, el romanticismo, movimiento cultural y artístico que se impone en Europa durante la primera mitad del siglo XIX, contribuyó a que se valorase el pasado nacional al redescubrir las raíces culturales y lingüísticas de los diferentes pueblos europeos. 

III. LAS NUEVAS OLEADAS REVOLUCIONARIAS DEL SIGLO XIX. 

La reimplantación del Antiguo Régimen no era ni mucho menos definitiva, y en toda Europa se van a producir revoluciones liberales que tendrán como ingredientes principales el nacionalismo, el liberalismo o ambos. 

1. La independencia de la América española. 

Varias causas explican el estallido revolucionario en América que desembocará en su independencia de España y Portugal. La primera es la difusión de las ideas de libertad propagadas por la revolución francesa y, sobre todo, el ejemplo de los EE.UU., separados de Inglaterra. La segunda el descontento de los criollos (descendientes de los primeros colonos españoles en tierras de América), que desempeñan en América el papel que la burguesía había jugado en Europa contra las monarquías absolutas. Enriquecidos por el comercio y la propiedad de la tierra, los criollos desean ocupar los altos cargos del gobierno americano que detentan los españoles, los peninsulares, en América. Quieren, en definitiva, controlar el poder político. La tercera causa es la interesada ayuda de Gran Bretaña y EE.UU., que aspiran a controlar el comercio americano. Por último, al triunfo de la independencia contribuyó la debilidad internacional de España, invadida por las tropas de Napoleón o bien sujeta a luchas políticas internas.

El movimiento independentista se inicia en 1810 en tres centros: Méjico, Caracas y Buenos Aires. Fue facilitado por la Guerra de la Independencia en España contra el invasor francés. Los criollos, sin someterse a la autoridad de José I, decidieron crear juntas, que asumían el poder político en sus territorios. Con la vuelta de Fernando VII a España en 1814, se restablece la situación recuperándose la mayor parte del territorio americano. En 1816, sin embargo se abre otra fase que, será definitiva para la independencia: José de San Martín logra la independencia de Argentina, después atravesó los Andes y triunfa en Chile. Simón Bolívar consigue en el norte la liberación de Venezuela, Colombia y Ecuador. El virreinato del Perú fue el último en caer. En 1824, Antonio José de Sucre, lugarteniente de Bolívar, en la batalla de Ayacucho, derrotaba al último ejército español, lo que originó la independencia de Perú y Charcas (= Bolivia, en honor a Simón Bolívar). Sólo Cuba y Puerto Rico siguieron unidas a la metrópoli hasta 1898. 

2.  Las revoluciones de 1820. 

En 1820 una nueva oleada revolucionaria afectó a dos países de Europa: España y Grecia. En España la revolución tiene un carácter liberal; Fernando VII tras su vuelta había reimplantado el Antiguo Régimen e iniciado una caza de liberales. En 1820 el comandante Riego, con las tropas preparadas para sofocar la rebelión de las colonias americanas, da un golpe de Estado, el rey asustado jura la Constitución de 1812 y España se convierte en un país liberal. Este experimento acaba cuando tres años más tarde la Santa Alianza, en el Congreso de Verona de 1822, acuerda la intervención militar de Francia, los Cien Mil Hijos de San Luis, para restablecer a Fernando VII como rey absoluto.

En Grecia la revolución tiene un carácter nacionalista, siglos de dominación del Imperio turco no han acabado con la lengua griega y la religión cristiana ortodoxa, que se convierten en las señas de identidad del nacionalismo griego. Tras proclamar su independencia (1822), los turcos aplican una dura represión. La opinión pública europea reacciona contra los excesos turcos y Rusia, Francia y Gran Bretaña deciden intervenir a favor de los griegos. Los turcos son derrotados y Grecia obtuvo su independencia (Conferencia de Londres, 1830). 

3. Las revoluciones de 1830. 

Toda Europa se ve sacudida por esta revolución, que fue mucho más grave que la de 1820. En ella se dan los dos principios de liberalismo y nacionalismo. Tuvo su inicio en Francia y se extendió por Bélgica, Polonia, Italia y Alemania.

En Francia Luis XVIII (1814-1824) estaba por reimplantar el absolutismo, pero consciente de la imposibilidad de volver al pasado, ha firmado una Carta Otorgada o pseudoconstitución que permite la existencia de un Parlamento compuesto por dos cámaras: la Cámara de los Pares, formada por miembros nombrados por el rey, y la Cámara de los Diputados, elegida a través de un sufragio muy restringido. De acuerdo con esta Carta Francia aparecía como un régimen semiconstitucional, con un rey con elevados poderes.

Su sucesor Carlos X (1824-1830) estaba cada vez más a disgusto con la Carta. Su deseo era imponer un gobierno autoritario, pero en la Cámara de los Diputados la oposición de los diputados liberales a las medidas del Gobierno del rey adquiría cada vez mayor fuerza. En julio de 1830 Carlos X decide publicar las “Cuatro Ordenanzas” por las que suspendía la libertad de prensa y disolvía la recién elegida Cámara de los Diputados. En respuesta, en París estalla un levantamiento popular que desemboca en la abdicación del rey y en la proclamación de Luis Felipe de Orleans como rey constitucional. En Francia se instauraba nuevamente un régimen liberal. 

Bélgica, días después de la revolución de julio en París, un levantamiento contra el dominio holandés triunfa y se proclama la independencia. En la Conferencia de Londres (1831) es reconocida oficialmente, estableciéndose un Estado constitucional bajo la monarquía de Leopoldo de Sajonia-Coburgo.

En Polonia, el ejemplo francés animó a proclamar la independencia (1831); sin embargo, meses después los rusos se imponen y deciden aplicar duras medidas en contra del nacionalismo polaco. También fracasaron los intentos liberales protagonizados en Italia y Alemania. 

4. Las revoluciones de 1848. 

El ciclo revolucionario se cierra con las revoluciones de 1848; éstas tuvieron mayor trascendencia al incorporar la defensa de principios democráticos, como el de la participación de todos los ciudadanos en la vida política (sufragio universal) y la adopción de mejoras sociales y económicas.

Como en la anterior, el foco inicial fue Francia. La chispa revolucionaria se extendió por el Imperio Austríaco, Alemania e Italia dando lugar a levantamientos de signo liberal y nacionalista.

En Francia, sus causas se encuentran en la conjunción de una crisis económica (agrícola, industrial y financiera) y de un descontento político. La monarquía de Luis Felipe de Orleans era constitucional pero daba satisfacción a la alta burguesía, en cambio la clase media criticaba la merma de libertades y aspiraba al sufragio universal, esto es, a la democracia.

La oposición al gobierno de Luis Felipe venía organizando actos de propaganda; la prohibición de un banquete en París en febrero de 1848 provocó la formación de barricadas contra la policía y el ejército; el gobierno no logró reprimir el movimiento, sobre todo cuando las tropas encargadas de la represión dejaron actuar a los manifestantes. Ante tales acontecimientos, Luis Felipe de Orleans abdicó, se proclamó la República y se constituyó un gobierno provisional. Este gobierno, muy abierto pues en él había desde republicanos moderados hasta socialistas, aprobó el sufragio universal, la limitación de la jornada de trabajo a 10-11 horas y la adopción de medidas para luchar contra el paro a través de la creación de los Talleres Nacionales, financiados por el Estado. También convocó elecciones, a celebrar en abril, para una Asamblea Constituyente. Las elecciones dieron el triunfo a la burguesía moderada, hostiles a los socialistas. La Asamblea Constituyente, entonces, sustituyó al gobierno provisional por otro más moderado, sin socialistas, y decidió suprimir los Talleres Nacionales. Como respuesta, los obreros alzan barricadas en París pero son aplastados por las tropas del general Cavaignac (murieron más de 3.000 trabajadores y 12.000 fueron deportados a Argelia). De la durísima represión los obreros aprenderían a no confiar en la burguesía. Fue el primer enfrentamiento social violento entre los obreros y la burguesía. Por ello, una de las consecuencias para la evolución histórica posterior a 1848 fue la definitiva separación de la clase obrera de la burguesía. Precisamente, en 1848, Marx y Engels publicaron su Manifiesto Comunista donde animaban a la clase proletaria a organizarse para luchar contra la burguesía.

Antes de finalizar 1848 quedó aprobada la Constitución, que mantenía el sufragio universal y establecía un fuerte poder ejecutivo en manos de un Presidente elegido por sufragio universal. Las elecciones para presidente (diciembre de 1848) dieron la victoria a Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón. Para perpetuarse en el poder, Luis Napoleón terminó organizando un golpe de Estado, que puso fin a la II República y dio paso al II Imperio, proclamándose emperador con el nombre de Napoleón III. 

5. Los procesos de unificación nacional de Alemania e Italia. 

Estos dos territorios permanecían fragmentados en Estados independientes, pero existía en ellos la ida de pertenecer a una sola nación y la aspiración a convertirse en un Estado unificado. En las dos zonas habían fracasado las revoluciones del 30 y del 48, que allí habían tenido un alto contenido nacionalista. Además de la lengua como elemento común, las dos naciones contaron con intereses económicos comunes (conveniencia de un mercado amplio sin fronteras...) y la existencia de líderes indiscutibles que encarnaron la voluntad de independencia: en Italia Cavour y Garibaldi, y en Alemania Bismarck. La coyuntura internacional también favoreció estos procesos por el apoyo de Francia y la indiferencia de Gran Bretaña. 

a)  La unificación italiana

El motor de la unidad fue el reino de Piamonte-Cerdeña. Allí su rey Víctor Manuel II (1849-1878) y el primer ministro Cavour dirigieron la lucha contra Austria que ocupaba Lombardía y Venecia. Con el apoyo de la Francia de Napoleón III derrotaron a Austria y la expulsaron de Lombardía (1859). Poco después, los ducados del norte de la Península (Parma, Módena y Toscana) se incorporaron al Piamonte. El paso siguiente fue la incorporación del reino de las Dos Sicilias (Nápoles y Sicilia), gobernado por la dinastía de los Borbones. La empresa fue obra de un revolucionario republicano, Giuseppe Garibaldi al frente de una expedición formada por voluntarios, la de los “Mil camisas rojas”, con la que conquistó el reino de Nápoles (1860). Al año siguiente, un Parlamento, reunido en Turín, compuesto por diputados elegidos en todos los territorios anexionados, proclamaba a Víctor Manuel II rey de Italia.

A partir de ahora, el proceso de unificación avanzó a remolque de la unidad alemana. Así, Venecia se incorporó a Italia aprovechando la derrota de Austria frente a Prusia en 1866. Para completar la unidad faltaban los Estados Pontificios, ya reducidos a Roma, bajo la soberanía del Papa Pío IX, que se oponía a este proceso y estaba protegido por las tropas francesas de Napoleón III. Pero cuando éste es derrotado por los prusianos (1870), Roma es ocupada por el gobierno italiano, con la protesta del Papa, que se considera prisionero de los italianos en el Vaticano. En 1871 Roma pasa a ser la capital del reino de Italia. Sin embargo, el Papa Pío IX no reconoció esta anexión: comenzaba un conflicto entre el Vaticano y el Estado italiano que no se solucionaría hasta 1929. 

b)  La unificación alemana 

Como sabemos, el Congreso  de Viena creó la Confederación Germánica integrada por 39 Estados, entre los que sobresalían Austria y Prusia. Al plantearse el proceso de unificación, uno de ellos sobraba. Desde el punto de vista económico, Prusia inició antes industrialización e impulsó el establecimiento, en 1834, de la unión aduanera con los Estados alemanes del Norte (Zollverein) que permitió a Prusia reforzar su crecimiento económico frente a la lentitud con que Austria se industrializaba. Prusia sabrá ponerse por delante, estando a su frente el rey Guillermo I (1861-1888) y su canciller Otto von Bismarck, político conservador, que fue el gran impulsor de la unidad alemana, utilizando, para ello, las alianzas entre los Estados y el uso final de la guerra.

Tres guerras van a jalonar el camino hacia la unidad: 
  • La crisis de los ducados daneses (1864). Los ducados de Schleswig y Holstein, culturalmente alemanes, se rebelan contra Dinamarca. Prusia y Austria deciden intervenir; Dinamarca es derrotada, y como resultado los ducados son repartidos entre Prusia y Austria. 
  • La guerra austro-prusiana (1866). El conflicto se veía venir. Prusia contaba con la alianza de Italia y el apoyo de Francia. Bismarck se dedicó a provocar a Austria para que le declarara la guerra. Una vez iniciada, la maquinaria militar prusiana demostró su perfección: en la batalla de Sadowa Austria era derrotada. Como consecuencia, la Confederación Germánica desapareció y los Estados alemanes del norte se unían, con capital en Berlín, con la exclusión de Austria. 
  • La guerra franco-prusiana y la fundación del II Imperio (Reich). Solo quedaba por incorporar los Estados alemanes del sur, lo que fue posible tras la guerra contra la Francia de Napoleón III, molesta por el engrandecimiento de Prusia. Francia declaró la guerra a Prusia, pero el ejército francés fue derrotado en las batallas de Sedán y Metz (1870).

El resultado final es humillante para Francia. En el Salón de los Espejos del palacio de Versalles es proclamado Guillermo I Emperador de los alemanes. Nacía así el II Reich Alemán, al que se incorporaron los Estados alemanes del sur. Además, firmada la paz con Francia –donde la derrota había provocado el hundimiento del II Imperio y la proclamación de la III República—ésta cedía al Imperio Alemán los territorios de Alsacia y Lorena, futura fuente de conflictos.