UD 6- LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA EDAD MEDIA: LOS REINOS CRISTIANOS.

LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA EDAD MEDIA: LOS REINOS CRISTIANOS. 

INTRODUCCIÓN

 En los siglos VIII-XIII se conformó la misma división nacional/regional que hoy, con pocos cambios, vivimos, con las entidades de Asturias, Castilla, Aragón, Cataluña, Navarra, País Vaco, Galicia y Portugal, y asimismo se formaron las raíces de gran parte de la cultura, las lenguas, el paisaje agrario o el urbanismo actual.

La etapa de las Historia de la Península que se conocía tradicionalmente con el nombre de Reconquista abarcaba desde el siglo VIII al XV, pero hoy en día el concepto de Reconquista se ha reducido a la ocupación militar de la mayor parte de Al-Andalus durante los siglos XI-XIII.

Podemos señalar cuatro grandes aspectos:

  • El aspecto político: los Estados ibéricos se convierten en monarquías territoriales-nacionales de carácter autoritario, con una proyección europea nítida desde el siglo XIII.
  • El aspecto geográfico-demográfico: la Reconquista y la Repoblación aumentan el espacio dominado por la civilización cristiana. Hay una larga y difícil convivencia entre los tres grandes grupos religiosos de cristianos, musulmanes y judíos.
  • El aspecto socio-económico: se consolida el sistema feudal como modo de producción y modelo de relaciones socio-políticas; después de siglos de decadencia, la ciudad reaparece como centro comercial e industrial, sobre todo en la Corona de Aragón, que se integra desde el siglo XIII en el circuito comercial mediterráneo.
  • El aspecto cultural: la Península es a partir del siglo XI un gran foco cultural gracias a la convivencia de las tres culturas, la cristiana (la predominante al final), la musulmana y la judía; la influencia europea a través del Camino de Santiago y las órdenes monásticas de Cluny y del Císter, que difunden el arte románico y el gótico; el auge de las universidades, y el desarrollo de las lenguas romances.

1. EL NACIMIENTO Y CONSOLIDACIÓN DE LOS NÚCLEOS DE RESIS­TENCIA.

Tras la invasión islámica en 711 la aristocracia visigoda conservó al principio gran parte de sus territorios, mediante el vasallaje y después la conversión al Islam. Los musulma­nes, muy escasos en número al principio, basarán su poder en el sometimiento tributario de los cristianos y en la presión sobre las poblaciones del Norte, reproduciendo el modelo visigodo de luchas contra astures, cántabros y vascones. Pero parte de los cristianos se refu­gian en el Norte y comienzan a resistir, formando los embriones de los reinos cristianos, en dos núcleos geográficos, las cordilleras Cantábrica y de los Pirineos.

Por su escasa población inicial y pobre economía rural, estos núcleos realizarán durante tres siglos una política de supervivencia, con ocasionales avances hacia el sur en los momentos de debilidad omeya.

1. EL NACIMIENTO Y CONSOLIDACIÓN DE LOS NÚCLEOS DE RESIS­TENCIA.

1.1. ORIGEN DEL REINO ASTUR-LEONÉS Y CASTILLA. 

Las etapas.

1) El nuevo reino se consolidó en una primera etapa, entre el siglo VIII y la primera mitad del IX, gracias a una gran coherencia en sus objetivos:

  • Establecer un dominio sobre un territorio bien defendible tras las montañas. Pelayo salvó el primer enfrentamiento y Alfonso I trasladó a Asturias, Cantabria y Galicia la población del valle del Duero, convertido durante el siglo VIII en una amplia frontera despoblada.
  • Estructurar un Estado con una clara ideología político-religiosa, que Alfonso II concretó en tres puntos: 
    • a) La teoría del continuo enfrentamiento militar con los musulmanes.
    • b) La colonización religiosa mediante monasterios y sedes episcopales, la ruptura con Toledo y el desarrollo del Camino de Santiago. 
    • c) La monarquía hereditaria, sucesora del reino godo.

2) En una segunda etapa, entre la segunda mitad del siglo IX y principios del siglo X, comenzó la expansión hasta ocupar el norte del valle del Duero. Fue una conquista con escasa lucha militar, algo posible gracias a los problemas interno del Estado omeya (hasta h. 920) y a la presión demográfica de los valles cantábricos, demasiado poblados para vivir sólo de una economía ganadera, y a la inmigración masiva de mozárabes procedentes del sur.

La ocupación abarca unos 70.000 km²; se extiende primero por el Oeste (Braga y Oporto en 881) que por el este, donde se atrasa unos decenios. La repoblación, dirigida por la monarquía, se consolida con nobles y monasterios terratenientes, pero también con hombres libres a los que se ofrece tierras en alodio, y ciudades que tienen fueros o estatutos jurídicos que garantizan sus libertades.

El rey García I traslada la capital de Oviedo a León para controlar mejor la nueva frontera en el sur. Con el tiempo se incrementan las diferencias entre las zonas ganadera (cordillera cantábrica) y agrícola (valle del Duero), y crece el separatismo regional en León, Galicia y Castilla. 

LA MONARQUÍA ASTURIANA 

Pelayo.

Pelayo era un noble visigodo, probablemente un espatario (un cargo de la Corte del rey), refugiado en las montañas de Asturias, que consiguió que una asamblea de astures y de godos huidos del sur lo aclamase como jefe. Organizó pronto operaciones de rapiña en el territorio dominado por los musulmanes, que fueron contestadas por una pequeña expedición ordenada por el valí Anbasa, la cual fue derrotada en una cueva del monte Sueva, que luego se llamaría Covadonga. Por lo tanto, la victoria mítica de Covadonga (718 o 722), es una victoria no tanto de los godos como de los astures, que el mito “godo” transformará luego en el inicio de la Reconquista.

Pelayo se convierte al cabo en el primer rey (718-737) del reino astur, entonces reducido a una pequeña comarca, el valle del Sella, sito en el centro de Asturias, con capital en Cangas de Onís. 

Alfonso I.

Alfonso I (739-757), yerno de Pelayo e hijo del duque de Cantabria, reina en Asturias y Cantabria y comienza los ataques hacia el sur, aunque sin establecer una conquista duradera. Traslada a la zona montañosa la población del valle del Duero, que se convierte durante el siglo VIII en una frontera despoblada, un vasto territorio yermo entre el reino astur y el emirato omeya, lo que facilita un colchón protector contra sus ataques. 

Alfonso II.

Tras una fase de consolidación durante varios reinados, Alfonso II el Casto (791-842) se expande hacia Galicia, tras la victoria de Clavijo, donde nace el mito de la intercesión del apóstol Santiago a caballo, como caballero cristiano, y aprovecha los problemas internos del emirato para atacar el valle del Duero. La capital del reino se traslada a Oviedo (808).

Un hecho fundamental de su reinado será el “descubrimiento” en 829 de la tumba del apóstol Santiago en Compostela (Galicia), que permitirá usar el mito del santo para unir a los cristianos contra los musulmanes y atraer una corriente de peregrinos europeos durante toda la Edad Media. El reino se relaciona entonces con el Imperio carolingio y por la ruta de pere­grinación entrarán dinero y técnicas agrarias, monjes y colonos franceses, nuevas ideas, el arte carolingio y luego el arte románico.

Ramiro I (842-850) y Ordoño I (850-866) continúan la expansión hacia los vascones y los galaicos, y se expanden al Sur hacia Astorga y León. Se crea por entonces el condado de Castilla (tal vez llamada así por los castillo erigidos en su defensa), para guardar la frontera oriental.  

EL REINO DE LÉON 

Expansión hacia el valle del Duero (866-930): Alfonso III.

Alfonso III (866-910) empuja decisivamente la reconquista hasta el valle del Duero, desde Burgos en el Este hasta Coimbra en el Oeste. Comienza en su reinado la mitificación “goda”, asumiendo la monarquía astur, como heredera del reino visigodo de Toledo, el reto de recuperar España de los ‘moros’.

García I (910-914) establece la capital en León. Los siguientes reyes se enfrentan al amenazante poderío de los califas de Córdoba y de Almanzor. Mientras, los condes castellanos refuerzan su poder autónomo en el Este. 

Ocupación del valle del Duero (930-999).

Se co­mienza a conquistar al sur del Duero, en una sucesión de victorias y derrotas, cortada a menudo por los conflictos dinásticos y las rebeliones de los nobles de la periferia. Vermudo II (982-999) sufrirá los peores ataques ante Almanzor, con el saqueo de León en 987 y de Santiago en 997. 

NACIMIENTO DE CASTILLA.

En el siglo X en el Este de la Meseta del Duero hay una importante repoblación gra­cias al incremento de la población autóctona y la llegada de emigrantes mozárabes desde el sur, huyendo de la presión califal. Los nobles tienen que unirse para resistir los ataques musulmanes y en el 960 Fernán González se establece como primer conde hereditario, casi independiente.

1.2. ORIGEN DE NAVARRA.

La dinastía Arista. 

Los vascones de Navarra, insumisos, con una estructura tribal y escasa población, for­maron pronto una realeza independiente, encabezada por Iñigo Arista (820-851), que pactará con los musulmanes del valle del Ebro (los Banu Quasi de Tudela) y los francos, apoderándose de Pamplona (823), que será la capital del nuevo reino (llamado de Pamplona hasta finales del siglo XII). Las conquistas son mínimas en esta etapa, ante la fuerza de los musulmanes de Tudela. 

La dinastía Jimena.

En el siglo X la realeza recae en la nueva dinastía Jimena, con Sancho Garcés (905-926) y García Sánchez (926-970), que impone una mayor jerarquización política y se apoya en la Iglesia. Navarra repuebla la Rioja (922), lucha con el califato y se anexiona los condados de Aragón (970) y los condados de Sobrarbe y Ribagorza (1019).

1.3. ORIGEN DE ARAGÓN. 

La dinastía Galindo.

Aragón se formó al disgregarse la Marca Hispánica, instituida por Carlomagno, en los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza,. El primero fue dominado por la familia Galin­do, los otros dos por el conde franco de Toulouse. Su población era muy escasa y su economía era ganadera, siendo los pastores quienes empujarán la reconquista hacia los pastos del Sur, chocando con la resistencia musulmana, muy fuerte en Zaragoza.

El condado de Aragón fue el principal y se inició con el conde Aznar Galíndez. En los siglos IX y X sufrió la presión omeya, navarra y franca. 

El dominio navarro.

El matrimonio de la hija de Galindo II con García Sánchez de Navarra supuso la incorporación del condado aragonés al reino navarro en 970, al que también los condados de Sobrarbe y Ribagorza fueron incorporados en 1019. Los tres fueron unificados como reino de Aragón en 1035 por Ramiro al independizarse este a la muerte de su padre Sancho III de Navarra.

1.4. ORIGEN DE CATALUÑA. 

La dependencia franca.

En aquella época Cataluña era sólo la parte surpirenaica del reino hispano-godo que se extendía por la Septimania hasta el Ródano. La derrota musulmana en Poitiers (732) ante Carlos Martel es seguida de un largo periodo de estabilidad en los Pirineos, en el que los francos recuperan la Septimania y ponen la frontera en los Pirineos.

Las expediciones de Carlomagno, con algunas vicisitudes, podrá tomar el Pirineo Oriental, con la toma de Gerona (785) y Barcelona (801), creando la “Marca Hispánica”, para impedir los ataques musulmanes al Languedoc, limitada a la franja de los Pirineos, la llamada Cataluña Vieja, que no llegó al Ebro. En cambio, fracasó en el Pirineo Central y Occidental, debido a que Carlomagno fue derrotado en Roncesvalles (778) por los vascones.

La Marca nunca estuvo gobernada realmente por un marqués concreto, sino por una estructura prefeudal con condes y vizcondes godos y francos, con cinco condados principales, Barcelona, Gerona, Ampurias, Rosellón y Urgell-Cerdaña, junto a otros menores.

La Iglesia franca funda monasterios que difunden la cultura y las técnicas desde el reino franco del Norte, lo que explica la mayor influencia europea y la mayor presencia relativa del feudalismo en Cataluña respecto a la que hubo en los otros reinos peninsulares. Se formó así una sociedad prefeudal, pues la feudal no se consolida hasta los siglos XI-XII, polarizada en dos clases sociales:
  • Los nobles, a menudo funcionarios, eran terratenientes, dueños de grandes propiedades, que fueron fueron minoritarias hasta el siglo XI.
  • Los pequeños propietarios libres, que se enfeudan a los nobles para que les protejan de los ataques musulmanes. Estos hombres libres tomaban las tierras en aprisio, un derecho godo de primera ocupación que asistía a quien encontraba un bien sin dueño y lo poseía durante 30 años con un cultivo ininterrumpido, y constituían los alodios, unas pequeñas propiedades de carácter familiar. 

Los condes independientes.

Durante el siglo IX crecerá la independencia de los condes catalanes, debido a la decadencia del imperio carolingio y a su necesidad de unirse ante los ataques de los mu­sulmanes desde sus bases de Lérida y Tortosa, que mantendrán invariable la frontera durante los siglo IX y X.

Wifredo I (llamado el Peloso) (870-897), hijo del conde godo Sunifredo, une los con­dados de Urgell y Cerdaña (870), Barcelona y Gerona (878), Ausona y Besalú. Ocupa así más de dos tercios del territorio catalán de entonces y obtiene la hegemonía sobre los otros conda­dos. Entre sus logros están la fundación de los monasterios de Ripoll y San Juan de las Abadesas y el impulso de la colonización, y destaca en la historia porque la Capitular de Quercy (877) le permite disponer por herencia de sus condados que reparte entre sus hijos y se inicia así la historia del condado hereditario de Barcelona.

Muy graves entonces son los ataques del emir musulmán Almanzor, quien saquea y destruye Barcelona en 985. El desastre fue enorme: la población fue asesinada o esclavizada en un amplio territorio de la Cataluña Central. Ante la falta de ayuda franca, Borrell II inde­pendiza de facto su condado, al mismo tiempo que sube al trono de Francia la nueva y al principio más débil dinastía de los Capetos (987). Poco después comienza la recuperación: miles de guerreros catalanes se alistan como mercenarios en los ejércitos islámicos y sus suel­dos traen una importante riqueza monetaria a Cataluña. La venganza llega 25 años después, cuando en 1010, una expedición catalana al mando del conde Ramón Borrell saquea Cór­doba, la capital de Al-Andalus.

2. LA RECONQUISTA Y REPOBLACIÓN. 

El crecimiento de la población.

Aunque faltan datos precisos se supone que la población de la España cristiana hacia principios del siglo X rondaba sólo 500.000 habitantes, en claro contraste con los 7 millones de Al-Andalus. Hubo un gran crecimiento demográfico en los siglos X y XI, hasta alcanzar 1,5 millones (5/6 de ellos en León y Castilla) hacia 1100, para vivir un auténtico ‘boom’ demográfico en los siglo XII y XII y pasar a 5,5 millones hacia 1300, de ellos 4,5 millones en León y Castilla. La población musulmana bajo dominio cristiano ascendía en total a unos 700.000, con apenas el 1/10 en León y Castilla, pero se triplicaba, hasta llegar al 1/3, en la Corona de Aragón. La población judía era muy inferior, apenas unos 100.000 en total, muy repartidos. 

Las formas jurídico-sociales de la repoblación.

Hasta el siglo XI la repoblación se realizó sobre zonas prácticamente vacías, por el conflicto militar con el Islam, y tuvo un carácter defensivo, consolidando las posiciones con pequeñas propiedades de hombres libres y excluyendo a los musulmanes.

En los siglos XII y XIII la reconquista militar fue tan rápida que la repoblación fue muy lenta, concentrada en las posiciones estratégicas y conviviendo con la población mu­sulmana en Extremadura, Meseta meridional, Andalucía y Valencia, lo que promovió la extensión del latifundio y la servidumbre de los campesinos.

Los monarcas organizaron el proceso de repoblación de Norte a Sur, mediante contratos con las ciudades, la nobleza, la Iglesia y las Ordenes Militares.

Al mismo tiempo, había una colonización interior que poblaba los espacios vacíos y las urbes, sobre todo gracias al flujo de inmigrantes de Francia (los francos) a lo largo del Camino de Santiago.

La población se concentraba en tres tipos de núcleos: aldea, villa y ciudad.
  • La aldea reúne una población dispersa dedicada a la explotación agraria.
  • La villa tiene una población más concentrada, bajo el señorío del rey, el noble o la Iglesia.
  • La ciudad es el centro del poder administrativo, religioso y militar, destacando las capitales de Barcelona, León y Pamplona, y las ciudades hispano-musulmanas conquistadas como Toledo, Zaragoza, Córdoba, Sevilla y Valencia; las de la Corona de Aragón eran verdaderos núcleos comerciales e industriales, pero las de Castilla y León, excepto Sevilla, eran rurales.

En el periodo 1020-1060 en Cataluña hay un intenso proceso de feudalización: los nobles someten violentamente a vasallaje a la mayoría de los propietarios libres de los alodios, según el modelo francés. Será un rasgo distintivo respecto al modelo castellano-leonés, en el que las relaciones feudales son mucho más laxas. Además, los nobles se casi independizan de los condes catalanes, y se sublevan a menudo. 

La crisis islámica del siglo XI.

A principios del siglo XI un acontecimiento político-militar cambia el equilibrio ibérico: la crisis del califato omeya de Córdoba y su división en reinos Taifas (de taifa, división) que tienen un escaso poder militar. Los nuevos Estados sufrirán la presión militar de los reinos cristianos, que irán avanzando hacia el sur e impondrán fuertes impuestos de protección (parias), que junto a las soldadas de los mercenarios en los ejércitos islámicos introducirán al Norte en la economía monetaria. El dinero permite desarrollar el comercio de objetos de lujo, las construcciones románicas, las fortalezas y, sobre todo, la creación de un poderoso ejército con caballos y armamento cuyos componentes recibirán beneficia, con lo que se difundirá el feudalismo.

Incapaces de hacer frente a la presión cristiana, los reinos Taifas serán sustituidos por dos imperios que se expanden desde el Norte de África, primero los almorávides entre finales del siglo XI y la primera mitad del XII, y después los almohades entre la segunda mitad del siglo XII y principios del XIII, que contendrán durante siglo y medio la Reconquista.

2.1. LAS ETAPAS DE LA RECONQUISTA.

La repoblación se extendió por primera vez a territorios densamente ocupados por los musulmanes, lo que conllevó problemas de relaciones sociales y religiosas. Asimismo, la dificultad de conseguir colonizadores cristianos obligó a nuevas formas de reparto de las tierras, predominando los latifundios.

Podemos distinguir tres etapas en la Reconquista:

1) Una primera etapa, entre el siglo XI y la primera mitad del XII, caracterizada por la lucha con los Taifas y los almorávides, por la consolidación de los reinos occidentales (Castilla, León y Portugal) en la parte meridional del valle del Duero hasta llegar a la ocupa­ción del valle del Tajo, y en los reinos orientales por la conquista del valle del Ebro.

2) Una segunda etapa, entre la segunda mitad del siglo XII y 1212, caracterizada por la lucha con los almohades, derrotados decisivamente en Las Navas de Tolosa (1212), la más decisiva batalla de la Edad Media en España y tal vez la mayor en Europa: 100.000 cristianos contra 120.000 musulmanes. Poco después lleva a la ocupación cristiana del alto Guadiana (La Mancha) y los cursos altos del Turia y Júcar.

3) Una tercera etapa, más breve, aproximadamente entre 1229 y 1255, caracterizada por la rápida conquista del valle del Guadalquivir y Murcia por el reino ya unido de Castilla y León, del bajo Guadiana y el Algarve por Portugal, y de Valencia y Baleares por Aragón.

LA OCUPACIÓN DE LOS VALLES DEL TAJO Y EBRO. 

Las conquistas.

Hacia 1040 la frontera con Al-Andalus se extiende por el río Duero desde su desembocadura en Oporto, la sierra Cameros en la Rioja cruzando el Ebro por Calahorra y pasando por el sur de los Pirineos hasta el Llobregat hasta su desembocadura en Barcelona.

La Reconquista se inicia cuando Navarra toma Calahorra (1045). Desde este momento se multiplican los ataques al Sur musulmán, con la ocupación de ciudades y castillos es­tratégicos, que rompen las comunicaciones andalusíes: Toledo (1085), que domina el valle del Tajo y la ruta del Guadalquivir-Jalón-Ebro; el castillo de Aledo, desde el que se saquea Murcia; Castellar (1091), lo que permite atacar Zaragoza; y Valencia (1000). La reacción al­morávide desde 1086 obtiene victorias espectaculares en Zalaca (1085) y Uclés (1108), pero son poco efectivas para la recuperación de territorio salvo en Valencia. El declive almorávide, patente en la derrota de Cutanda (1119), permite la ocupación, definitiva hacia 1135-1150, del valle del Tajo cuando Alfonso I de Portugal se apodera de Lisboa (1147), mientras que en el valle del Ebro el rey Alfonso I el Batallador de Aragón toma Zaragoza (1118), y más tarde Ramón Berenguer IV de Barcelona conquista el bajo Ebro, con Tortosa (1148) y Lérida (1149). 

La repoblación.

Los reinos usan distintos sistemas de repoblación durante esta primera etapa.

Los reinos occidentales, Castilla, León y Portugal, ocupan la parte meridional del valle del Duero y el valle del Tajo.

Castilla y León repueblan en el valle del Duero y el Sistema Central las zonas poco habitadas y muy peligrosas hasta la conquista de Toledo. Los monarcas conceden fueros a los repobladores que se concentran en grandes términos municipales, nucleados por ciudades amuralladas que dominan amplias tierras adyacentes (los alfoz), como Salamanca, Ávila, Arévalo, Segovia, Almazán, Soria y Sepúlveda. Los repobladores son hombres libres, nobles e incluso prófugos. Son ciudades agrícolas y ganaderas que se comprometen a armar milicias concejiles para su defensa y servir en el ejército real.

La repoblación del valle del Tajo supuso por primera vez la convivencia de los cristianos con una nutrida población musulmana y judía, como en el caso de Toledo, a la que se superpuso una colonia de castellanos y francos. Después de la derrota definitiva de los almorávides aquella población originaria fue expulsada y se repoblaron las ciudades con cristianos, que disfrutaron de la concesión de fueros, como Toledo, Guadalajara, Talavera o Alcalá.

Los reinos orientales ocupan a su vez el valle del Ebro. La repoblación es muy distinta a la anterior, porque se mantuvo la mayor parte de la población musulmana, los mudéjares. Se distinguen dos tipos de repoblación urbana:

  • - Las ciudades del valle, en especial Zaragoza, Tudela, Lérida y Tortosa, bien protegidas por lo que consiguen una capitulación que obliga a los musulmanes a vivir en los arrabales pero a cambio mantienen sus tierras, mientras que los colonos cristianos se asientan en el centro y reciben tierras incultas.
  • Los municipios de las zonas peligrosas, como Calatayud, Daroca y Belchite, a los que se conceden fueros o cartas puebla, dando más tierra a los que aportan un caballo para la defensa.
  • La tierra conquistada era tan extensa (50.000 km² en 40 años) que se atrajeron pobladores de todas partes y hasta se buscaron mozárabes en Andalucía, como hizo la expedición de Alfonso I en 1125.

LA OCUPACIÓN DE LOS CURSOS ALTOS DEL GUADIANA, TURIA Y JÚCAR.

Las conquistas. 

Esta etapa se extendió entre 1150 y 1212, en lucha con los almohades, que con su victoria en Alarcos (1195) recuperaron la zona norte de Sierra Morena y la zona al sur de Lisboa, solo hasta su derrota definitiva en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), junto a Despeñaperros, ante una coalición de todos los reinos cristianos. Acto seguido, Portugal reconquistó el sur de Lisboa, León se mantuvo en la línea del Tajo, Castilla tomó La Mancha y Cuenca, y Aragón se apoderó de Teruel. 

La repoblación.

En esta segunda etapa la repoblación de estos territorios fronterizos tan peligrosos se hizo con fuerzas militares permanentes, las Órdenes Militares, formadas por caballeros-monjes que construyeron castillos. Destacaron en Castilla las de Calatrava y Santiago, en León la de Alcántara y en Aragón la de Montesa (ya en el siglo XIV).

Estas Órdenes recibieron grandes latifundios, que explotaron una economía ganadera basada en rebaños de ovejas que proporcionaban lana para el comercio europeo.

LA OCUPACIÓN DEL VALLE DEL GUADALQUIVIR, MURCIA, VALENCIA Y BALEARES. 

Las conquistas. 

La tercera etapa, entre 1220 y 1260, se inició tras una breve pausa hacia 1212-1220 después de la victoria de las Navas de Tolosa, debido a la extensión de epidemias (la peste), las malas cosechas y la inestabilidad provocada por la pronta muerte de los reyes de Castilla (ya unificada con León) y Aragón y las subsiguientes regencias, pero desde 1220 el rey Fernando III en Castilla y desde 1229 Jaime I en Aragón consolidaron el poder real, lo que favoreció una rápida conquista. Castilla se apoderó del valle del Guadalquivir y Murcia, Portugal conquistó el bajo Guadiana y el Algarve, y Aragón tomó Baleares y Valencia. La superioridad militar cristiana era patente en esta época, gracias a la superioridad de las tropas nobiliarias, las Órdenes Militares, las milicias concejiles y la marina de guerra.

En Castilla-León la invasión del valle del Guadalquivir permitió la conquista sucesiva de Córdoba (1236), Jaén (1246), Sevilla (1248) y Murcia (1243-1266), esta con el apoyo aragonés, hasta quedar independiente sólo el reino musulmán de Granada, vasallo desde entonces de Castilla, a la que pagaba tributos anuales.

Portugal ocupó el valle inferior del Guadiana, el Alentejo y el Algarve, llegando a Faro en 1249.

Aragón-Cataluña ocupó primero las Baleares, comenzando por Palma de Mallorca en 1229, a la que siguió Ibiza en 1235 (Menorca quedó como vasalla todavía unos decenios); a continuación atacó la región levantina, cayendo Valencia en 1238 y el resto del territorio poco después. 

La repoblación.

En esta tercera etapa las diferencias de los reinos en la repoblación se acentúan. Fue difícil en los primeros momentos por la gran extensión de las tierras conquistadas (140.000 km²) y la escasa población sobrante de los reinos triunfantes. Generalmente se mantuvo a la población musulmana y judía en las ciudades y en las zonas de regadíos de Valencia, Murcia y del Guadalquivir medio, pero hubo zonas donde fue esclavizada o exterminada como fue e caso de Baleares, o expulsada como ocurrió en el Guadalquivir bajo, donde hubo hasta 500.000 emigrantes hacia Granada, e incluso el interior de Castilla, lo que despobló enormes espacios, en los que los monarcas hicieron “repartimientos” entre los que habían participado en la conquista.

En Andalucía, Extremadura y Murcia surgieron enormes latifundios, algunos de más de 1.000 km², propiedades de la nobleza, las Órdenes Militares (frontera de Granada), la Iglesia. Unas pocas ciudades de realengo (Sevilla, Murcia) formaron concejos con fueros para atraer repobladores a cambio de casas y tierras, en los que se exigía residir cinco años para consolidar las propiedades.

En Mallorca el “repartimiento” de todas las tierras coincidió con la casi eliminación de la población musulmana (aunque parece que muchos se convirtieron e integraron en la nueva sociedad cristiana, con nombres como Bennàssar u Homar) y se estableció una división entre grandes propietarios, muchos de ellos absentistas que vivían en la Ciutat (Palma), llamados los ciutadans, y pequeños propietarios, llamados los forans, que vivían en los pueblos.

En Valencia las tierras se dividieron entre los mudéjares y los nuevos repobladores, catalanes en las pequeñas propiedades de la costa, y aragoneses en los latifundios del interior.

2.2. LA EVOLUCIÓN POLÍTICA:

LOS REINOS DE LEÓN Y CASTILLA.

En el reinado de Alfonso V de León (999-1028) la decadencia de Córdoba interrumpe las razzias y aceifas (ataques de rapiña) en el Norte y posibilita los primeros avances hacia el Sur del río Duero.

Fernando I, primer rey de Castilla (1035-1065), hijo de Sancho III de Navarra, se apodera del reino de León y el valle del Mondego, y somete a tributo a va­rios reinos taifas, con lo que se activa el comercio.

La crisis sucesoria con Sancho II (1065-1072) da paso al reinado de Alfonso VI (1072-1109), que toma Toledo en 1085, hecho fundamental en la Reconquista pues era la antigua capital visigoda y le legitimaba como rey de toda España. Pero la invasión de los almorávides frena la Reconquista al vencer a los cristianos en Zalaca (1086) y Uclés (1108). Es la época de las hazañas (cantadas en el épico Poema del Mio Cid) del noble castellano Ro­drigo Díaz de Vivar (Cid Campeador) en las tierras de Levante, quien conquista Valencia (1100), aunque perdida al poco tiempo de su muerte (1102).

La reina Urraca (1109-1126) se casa con Alfonso I de Navarra y Aragón, en otro intento frustrado de unificación, que al no tener hijos comunes se interrumpe.

Alfonso VII (1126-1157) se apodera de zonas al S del Tajo, e incluso de Almería por un tiempo (1147-1147), perdida ante la nueva invasión Norteafricana de los almohades, que paralizan la Reconquista. En 1135 incluso consigue el vasallaje de la mayoría de los Estados de la Península, desde Portugal a Barcelona.

Comete un grave error al dividir nuevamente Castilla y León: en el primer reino le sucederán Sancho III (1157-1158) y Alfonso VIII (1158-1214); en la segundo reinarán Fernando II (1157-1188) y Alfonso IX (1188-1230).

Alfonso VIII (1158-1214) lucha con los almohades, con alternativas de victorias y derrotas, hasta que en Las Navas de Tolosa (1212), una gran coalición cristiana los derrota definitivamente.

Fernando III el Santo (1217-1252) reunifica definitivamente por matrimonio Castilla y León (1230) y al llegar a la mayoría de edad reemprende la reconquista en Andalucía, hasta quedar sólo el reino musulmán de Granada, vasallo de Castilla.

Alfonso X el Sabio (1252-1284), consolida la expansión territorial (conquista los reinos vasallos de Murcia y Niebla), económica (funda la Mesta en 1273, para fomentar la ganadería) y cultural. Pero fracasa en su candidatura como emperador del Sacro Imperio Germánico, a la que tenía derechos hereditarios. Al acabar su reinado el reino sufre conflictos internos. Destacan entre sus obras culturales las Escuelas de Traductores de Toledo y Sevilla, con equipos de eruditos que traducían textos del latín, árabe y castellano entre sí; los códigos jurídicos del Fuero Real y de las Siete Partidas; y la Crónica General, una magna historia de España, escrita en castellano.

EL REINO DE NAVARRA.

La influencia navarra será determinante en España a principios del siglo XI. Sancho III de Navarra (1000-1035) en sus últimos años unifica temporalmente Navarra, Aragón, Castilla y León. Pero la división del reino entre sus hijos supuso perder una oportunidad histórica para unir pronto las fuerzas de la Reconquista y encierra a los navarros entre cas­tellanos y aragoneses, que cortan sus vías de expansión hacia el Ebro y la Meseta castellana, pese a la conquista de Calahorra en 1045.

En 1076 Navarra es dividida entre sus vecinos. Castilla se anexiona los disputados territorios del País Vasco y la Rioja, mientras que Alfonso I de Aragón se queda con Navarra y se vuelca hacia el valle del Ebro e intenta una unión dinástica con Castilla gracias a su boda con Urraca, que fracasa por la falta de hijos.

A su muerte en 1134 comienza la decadencia, hasta que a la muerte de Sancho VII (1234) el reino pasa con Teobaldo a la dinastía francesa de Champaña (1234-1309).

EL REINO DE ARAGÓN. 

Aragón. 

Alfonso I el Batallador de Navarra y Aragón, casado con Urraca de Castilla en un intento frustrado de unificación, realiza una amplia expansión por el valle del Ebro, conquistando Zaragoza (1118). A su muerte dona el reino a la Iglesia, pero su hermano Ramiro II es reconocido como rey y más tarde casará a su hija Petronila con el conde de Barcelona, logrando asentar el futuro del reino. 

Cataluña.

En el siglo XI, Ramón Borrell I, conde de Barcelona, acuña ya moneda propia y goza de una práctica independencia respecto a Francia. En este siglo se consolida el Estado feudal. 

La unión catalana-aragonesa.

La unión dinástica del reino de Aragón (Petronila, hija del rey Ramiro II de Aragón) y el condado de Barcelona (Ramón Berenguer IV), forma la segunda gran potencia peninsular junto a Castilla-León.

La Corona de Aragón se expandirá en un doble dirección, hacia el Sistema Ibérico y el sur de Cataluña, de forma muy lenta, con la conquista de Tarragona, Lérida (1148) y Tor­tosa (1149), y hacia el Norte (la Occitania en el sur de Francia), con la anexión mediante matrimonios y pactos de vasallaje de Foix, Montpellier, Provenza, Carcasona, Narbona... con lo que se forma un amplio “reino ultrapirenaico” en el Languedoc y la Provenza, pero esto se pierde cuando estalla la crisis religiosa de los albigenses y Pedro II (1196-1213) es derrotado y muerto en Muret, por los cruzados.

Jaime I el Conquistador (1213-1276), tras su minoría de edad (en la que se convocan Cortes por primera vez, en 1217), sigue la expansión y emprende la conquista de las islas Baleares: Mallorca (1229), Ibiza (1235), vasallaje de Menorca (conquista en 1284), y de Valencia en 1232-1245, llevando la frontera hasta Alicante, en tres fases: Peñíscola y el Maestrazgo (1232), la ciudad de Valencia y la línea del Júcar (1238) y la zona sur de Denia-Biar (1243-1253), venciendo una rebelión musulmana en 1248. Firma los tratados de Almizra (1244), que otorga Murcia a Castilla, y de Corbeil (1258), que reconoce a Francia el dominio sobre Occitania a cambio de la definitiva independencia catalana y unos pocos territorios ultrapirenaicos: Rosellón, Cerdaña, Conflent y Montpellier. Fomenta el comercio marítimo, promocioando la institución del Consolat de Mar.

Imbuido del sentido patrimonial dinástico, divide el reino entre sus dos hijos, Pedro III de Aragón y Jaime II de Mallorca, que reina en las islas Baleares, Rosellón, Cerdaña, Conflent y Montpellier.

Pedro III inicia la expansión territorial y comercial por el Mediterráneo, con la con­quista de Sicilia (1282), tras las Vísperas Sicilianas, en base a los derechos sucesorios de su esposa Constanza. Sicilia será gobernada por otra rama de la dinastía catalana-aragonesa entre 1295 y 1409, volviendo entonces a la rama principal por el matrimonio (1391) de María y Martín el Humano y la muerte de este.

EL REINO DE PORTUGAL.

En 1114 el condado de Portugal se separa con Alfonso Enríquez, que toma Lisboa (1148) y se proclama rey de Portugal.

El reino se expandirá lentamente hacia el sur y mantendrá un equilibrio de poder con los reinos españoles. La reconquista termina con la toma del Algarve por Alfonso III (1248-1278).