SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL E IMPERIALISMO
INTRODUCCIÓN
A lo largo del siglo XIX, y sobre todo a finales, Europa
inicia un proceso de expansión territorial que le lleva a ocupar gran parte de
Asia y casi toda África. Las causas son evidentes, la segunda revolución
industrial ha triunfado en las principales potencias y se necesitan materias
primas baratas, mano de obra casi esclava y lugares donde colocar los
excedentes de productos y capitales. Como podemos deducir es la burguesía la
principal beneficiada. Sin embargo estos argumentos casi no aparecen ante la
opinión pública, en su lugar una exaltación patriótica (nacionalismo) que toca
la fibra sensible de la gente hace que todos los ciudadanos cierren filas en
esos proyectos nacionales. La consecuencia más evidente de todo esto es la
rivalidad entre los países europeos, y estas tensiones llevarán, en parte a la
I Guerra Mundial. Por otro lado, el dominio europeo hace que la cultura
occidental se asiente en gran parte del mundo contribuyendo a lo que hoy
llamamos globalización al aniquilar gran cantidad de culturas y formas
tradicionales. Que el fenómeno no se circunscribe a Europa se demuestra con la
sutil dominación económica sobre algunos territorios por parte de Japón y EE.UU.
que también han realizado su revolución industrial.
I.
LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.
A
partir de 1870, la revolución industrial va a entrar en una nueva fase. Se
extenderá geográficamente (por toda Europa, EE.UU. y Japón), aparecerán nuevas
fuentes de energía, las industrias ya mecanizadas se ampliarán y aparecerán
otras nuevas. Este periodo es conocido históricamente con el nombre de “gran
capitalismo” o “segunda revolución industrial”.
A
continuación trataremos sus características.
1. La aparición de nuevas fuentes de energía y sus
aplicaciones industriales.
La segunda revolución industrial se caracterizó por la
aparición de dos nuevas formas de energía: la electricidad y el petróleo.
a) La electricidad.
Ya era conocida, pero el reto era producirla en cantidades industriales y
resolver el problema de su transporte. Los progresos de la Física, en efecto,
hicieron posible la conversión de la energía mecánica de la caída del agua en
corriente eléctrica transportable y convertible en variados usos.
El abanico de sus aplicaciones fue enorme: alumbrado (en
1878, Edison ultima su lámpara de filamento o incandescente), sistemas de
comunicaciones (telégrafo, teléfono y radio) y de transporte (ferrocarril,
tranvías eléctricos y el “metro”).
b) El petróleo.
Adquirió importancia cuando empezó a utilizarse como combustible en los medios
de transporte. Ello fue posible tras los inventos del motor de combustión
interna, obra de Rudolf Diesel, y del motor de explosión, construido por los
alemanes Gottlieb Daimler y Karl Benz.
En cualquier caso, la utilización de la electricidad y del
petróleo como fuerza motriz siguió siendo modesta hasta 1895. A finales del
siglo XIX: el carbón suministraba más del 90% de la energía producida y
consumida en Europa.
2. Los nuevos sectores industriales: la “era del acero”, la
industria química, otros avances.
El problema de convertir el hierro de fundición en acero,
abaratando su precio, se consiguió gracias a inventos como los convertidores de
Bessemer y los altos hornos de Martín y Siemens. Como
resultado el precio del acero disminuyó en un 50% entre 1850 y 1880. Además,
con el acero se amplió el abanico de las aplicaciones de la metalurgia.
En la industria química, las investigaciones dieron
lugar a nuevos productos: abonos para la agricultura, colorantes artificiales
muy demandados por la industria textil, fabricación de explosivos (la
nitroglicerina, por el italiano Sobrero, y la dinamita, por Alfred Nobel) y
productos farmacéuticos.
En la construcción, la utilización del cemento armado
permitió la edificación de los primeros rascacielos. Finalmente, debe
recordarse la invención del cine, de las máquinas de coser y de escribir, y de
las bicicletas.
3.
La concentración industrial.
Entre 1850 y 1900 el número de empresas se estabiliza o
tiende a disminuir, en cambio la producción creció. Hubo, en efecto, un proceso
de concentración industrial que se explica por dos razones. En primer lugar,
por el mismo progreso técnico, al elevar el costo de las máquinas utilizadas.
En principio, sólo las grandes empresas contaban con recursos para invertir en
nuevas tecnologías, frente a las dificultades en que se encontraban las
empresas pequeñas. En segundo lugar, el mecanismo por el que se busca la
concentración es para conseguir un aumento de la productividad del trabajo y la
consiguiente disminución del coste medio de cada unidad producida. Con ello se
competía más favorablemente en el mercado y se lograba conquistar nuevos
mercados. Esa concentración podía hacerse de forma horizontal o bien vertical.
En la primera se fusionaban empresa con la misma actividad productiva (por
ejemplo, el siderúrgico); en la segunda se integraban empresas complementarias
en el proceso de producción (por ejemplo, carbón, mineral de hierro y
siderurgia).
Junto al modelo de concentración que acabamos de ver, hubo
otra de tipo financiero, como el trust y el cartel. En el
primero, diversas empresas decidían agruparse para tener una
administración común; en el segundo, las empresas seguían siendo independientes
pero se ponían de acuerdo para fijar un precio de venta común.
Con todo, este proceso hacia la concentración no debe hacer
olvidar que la empresa pequeña, donde había unos cuantos obreros en torno al
empresario, seguía siendo la más numerosa a comienzos del siglo XX aunque su
peso en la producción total había disminuido.
4.
El avance de la industrialización.
A mediados del siglo XIX, Gran Bretaña era la primera
potencia industrial en Europa; la segunda, con una potencia mucho menor, era Francia.
A partir de 1860, la producción industrial alemana superaba a la de Francia.
En 1890-1900, Alemania estaba a punto de alcanzar a
la economía británica; a su vez, la mayoría de los países europeos estaban ya
industrializados (Austria-Hungría, Italia, España) o bien daban comienzo a la
industrialización, como era el caso de la Rusia zarista.
Si del ámbito económico europeo nos trasladamos al mundial,
entre 1850 y 1900 se observa como Europa va perdiendo su superioridad mientras EE.UU.
se ha convertido en la primera potencia mundial. La economía europea, sin
embargo, superaba a la de los EE.UU. en la disposición de mercados
internacionales, en el de los transportes marítimos y en el del mercado
de capitales (es decir, Europa, en concreto, Francia, Gran Bretaña,
Alemania y Bélgica, disfrutaban de los intereses de sus inversiones en el resto
del mundo). Sin embargo, la Primera Guerra Mundial pondrá a prueba este sistema
económico y obligará a introducir profundos cambios en la economía europea.
II. LA EXPANSIÓN IMPERIALISTA.
1. El imperialismo del siglo XIX.
En el último cuarto del siglo XIX se inició un proceso de dominio político, militar y económico de grandes territorios de Asia y África por parte de países industrializados de Europa, EE.UU. y Japón. Este fenómeno se conoce como imperialismo y si, durante sesenta años, a partir de 1815, no hubo importantes rivalidades coloniales, en cambio, desde 1880, las cuestiones coloniales se situaron de nuevo en primer plano y las potencias industriales emprendieron una carrera de ocupaciones territoriales. Este proceso culminó, a inicios del siglo XX, con la colonización del continente africano y de una parte del asiático. A lo largo de ese proceso hubo momentos de fuerte tensión entre las potencias colonialistas, constituyendo una de las causas del estallido de la Primera Guerra Mundial.
2. Las causas del imperialismo.
Son muchas las causas que influyen en el surgimiento de este fenómeno de expansión territorial, citaremos las más importantes:
a) Causas económicas.
El desarrollo de la industria europea y su necesidad de hallar nuevos mercados y materias primas. En efecto, el desarrollo de la segunda revolución industrial impulsó a los países más industrializados a buscar nuevos mercados donde situar los excedentes de su producción y, también, lugares donde obtener materias primas (algodón, caucho…) al mejor precio posible. A su vez, las colonias eran un lugar donde se podían invertir los capitales excedentes de la producción industrial.
b) Causas políticas y militares.
La superioridad militar de los europeos les facilitó una rápida ocupación territorial. La exaltación del nacionalismo, el “orgullo nacional”, obligaba a contar con colonias, donde los militares hacían méritos y conseguían ascensos y medallas. El imperialismo, por tanto, se veía como un signo de prestigio y poder de los Estados.
Por otra parte, existían motivos estratégicos que hacían que una potencia se apoderase de un territorio clave para el control de las rutas comerciales o para impedir el acceso a una zona por parte de otro Estado.
c) Causas demográficas.
El vertiginoso crecimiento de la población europea (aumenta en unos 150 millones de personas entre 1870 y 1914) animó a la búsqueda de mejores posibilidades de vida en las colonias, o bien, hacia otros países, como ocurrió con la enorme emigración europea hacia EE.UU. o la de españoles, italianos y portugueses hacia Argentina y Brasil. Por tanto, el poblar nuevos territorios se convirtió también en una válvula de escape para aliviar la superpoblación del viejo continente.
d) Causas ideológicas.
La creencia en la superioridad de la raza blanca hizo que se considerara un “deber” transmitir los avances de la civilización y la cultura europeas (educación, sanidad, mejora de vida) a los pueblos colonizados. Por otro lado, las iglesias cristianas (la católica y la protestante) se encontraron ante una nueva fase para extender su confesión religiosa por el mundo.
Tampoco hay que olvidar el interés científico, es decir, el deseo de conocer y cartografiar otros lugares todavía desconocidos. Muchos europeos se sentían atraídos por esos territorios y se lanzaban a la exploración de ríos y montes desconocidos; las manchas blancas en los mapas iban borrándose poco a poco. En este punto hemos de hablar del papel de las Sociedades geográficas que se constituyen en muchos países europeos con la misión de estudiar África y financiar exploraciones al interior del continente que, posteriormente, favorecerán la posterior ocupación.
3. Las formas de dominación.
La expansión colonial europea presentó distintas formas de dominación. Podemos distinguir, en líneas generales, tres clases de colonias.
Colonias de explotación o colonias propiamente dichas. En ellas la metrópoli lleva a cabo la administración a través de sus funcionarios, bajo las órdenes de un Gobernador. Esta fórmula fue aplicada por todas las potencias coloniales.
Colonias de poblamiento. Se dieron en algunas colonias inglesas con fuerte presencia de población blanca. En ellas se establecía un régimen de autogobierno y se permitía organizar un Parlamento (elegido en la colonia). Estos territorios en el Imperio británico recibieron el nombre de dominios: Canadá alcanzó ese rango en 1867 y más tarde lo lograron Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.
Protectorados: Eran territorios en los que se mantenía el gobierno indígena, en los aspectos internos, bajo la supervisión de la potencia ocupante y sometido a ella. La política exterior y el ejército eran controlados por la metrópoli. Ejemplo de protectorados fueron Marruecos, reino repartido entre Francia y España, Túnez, perteneciente a Francia, y Egipto, protectorado británico, territorio con gran valor estratégico desde la apertura del canal de Suez (1869), que permitía enlazar el mar Mediterráneo, a través del mar Rojo, con el océano Índico.
4. Los imperios coloniales.
a) El reparto de África.
Hacia 1880 el interior de África era prácticamente desconocido para los europeos, que sólo habían establecido enclaves portuarios a lo largo de la costa. En 1914 todo el territorio africano se hallaba repartido entre las diversas naciones europeas, salvo dos países: Liberia, creado por iniciativa de EE.UU., y Abisinia.
Las ocupaciones y actividades europeas más importantes ya se habían realizado con anterioridad a la conferencia de Berlín de 1884-1885, donde las potencias europeas llegaron a unos acuerdos para repartirse el control del continente africano. Francia y Gran Bretaña ya se habían instalado en los territorios dependientes del Imperio turco en el norte de África: Argelia (1830) y el protectorado de Túnez (1881) para Francia, mientras los británicos establecían un protectorado sobre Egipto (1882).
En el África occidental atlántica venían actuando Francia (en Senegal y Gabón=Congo Francés); Inglaterra (Sierra Leona, Nigeria y Costa de Oro=Ghana); Portugal en Guinea y España en Río de Oro (Sáhara Español) y en el golfo de Guinea (Río Muni o Guinea Española). En el África oriental, Inglaterra se hizo presente en la zona penetrando desde Egipto en dirección sur hacia Sudán, mientras franceses e italianos se establecieron en las costas del mar Rojo (Somalia y Eritrea). En el África austral Portugal poseía desde siglos anteriores las fachadas marítimas de las colonias de Angola y Mozambique. En la colonia de África del Sur la situación se complicó con la presencia de dos poblaciones europeas, holandeses (los boers o afrikaners) e ingleses. Los holandeses, a mediados del siglo XVII, se habían establecido en la colonia de El Cabo y, tras las guerras napoleónicas, la colonia pasó a los ingleses, obligando a los boers a desplazarse hacia el norte (Orange y Transvaal).
Alemania e Italia, al realizar tarde su unificación territorial, accedieron con retraso al reparto colonial cuando las mejores piezas del botín estaban ya distribuidas. Pero fue el problema de la ocupación de los territorios centroafricanos lo que llevó, por iniciativa de Bismarck, a reunir en 1884-1885 la conferencia de Berlín, donde las potencias europeas llegaron a unos acuerdos para repartirse el continente africano. Se decidió la libre navegación por los ríos Congo y Níger y la libertad de comercio en África central entre el Atlántico y el Índico. También se acordó que sólo la ocupación efectiva, y no el descubrimiento previo, daba derecho a considerar un territorio como colonia propia, lo que dio lugar a una auténtica carrera colonial para conquistar África. Por último, para evitar tensiones entre las potencias europeas por el control del África central, se decidió crear el llamado “Estado Libre del Congo” como propiedad de Leopoldo II de Bélgica (1865-1909), que a su muerte legó a Bélgica.
Alemania pudo ocupar Tanganica, Camerún y África del Suroeste. En el siglo XX, el káiser Guillermo II consideró este lote insuficiente, pero sus planes para acrecentarlo sólo tuvieron como resultado aumentar la tensión precursora de la Primera Guerra Mundial. Italia obtuvo Somalia y Libia; aspiraba a Túnez pero Francia se le adelantó. También, su intento de conquistar Abisinia terminó en un gran fracaso: la derrota de Adua (1896).
En la conferencia de Berlín ya se planteó el problema de los “imperios coloniales continuos”, con la formación de ejes coloniales en sentido horizontal (dirección Oeste-Este) o vertical (dirección Norte-Sur). Francia aspiraba a crear un eje O-E desde Senegal y Gabón por el Sáhara y Sudán hasta Somalia. Portugal deseaba igualmente conseguir su eje O-E entre Angola y Mozambique. Ambos ejes horizontales chocaban con el pretendido por Gran Bretaña en sentido N-S, entre El Cairo y El Cabo.
La primera rivalidad colonial se produjo entre Inglaterra y Portugal en el África austral al querer Portugal unir Angola con Mozambique incorporándose el territorio entre ambas y que desembocó en la crisis del ultimátum o del “mapa rosa” (1890), por la que Portugal, una vez recibido el ultimátum británico, decidió desistir de su proyecto. La segunda rivalidad tuvo lugar entre Francia y Gran Bretaña en 1898 al chocar ambos imperialismos en Sudán (en Fashoda, a orillas del río Nilo) y que puso a ambas potencias al borde de la guerra. Francia terminó cediendo a las presiones inglesas renunciando a su imperio colonial en sentido Oeste-Este.
b) La colonización de Asia Oriental, Meridional y del Sureste.
La expansión europea en Asia se desarrolló paralelamente al reparto de África.
India y sureste de Asia.
Francia actuó con éxito en Indochina. En 1858-1860, durante el Imperio de Napoleón III, ocupó la Cochinchina (región meridional de Vietnam=delta del Mekong con su capital Saigón). Tras enfrentarse a China (1884-1885) y salir ésta derrotada ello le permitió ampliar su presencia creando la Unión Indochina (1887), formada por Cochinchina y los territorios de Annam, Tonkín, Camboya y, más adelante, Laos.
En la India la presencia británica era una realidad desde finales del siglo XVIII. En el siglo XIX la administración inglesa se acentúa, sobre todo tras la revuelta de los cipayos (indios que formaban parte del ejército británico) en 1857-1859.
Los ingleses practicaron una política de aislamiento de la India frente a otros imperialismos. Así, para contrarrestar la hegemonía francesa en el sudeste de Asia, Inglaterra procedió a la anexión de Birmania y de la extremidad sur de la península de Malaca, convirtiendo a Singapur en uno de los puertos más importantes del Extremo Oriente.
En otra dirección, frente al Imperio ruso, que estaba extendiéndose por tierras del Asia central, ocupando todo el Turquestán, Gran Bretaña consideró que sus intereses en Persia (actual Irán) y la India podían verse afectados; al final, los dos Imperios (ruso y británico) permitieron que Afganistán cumpliera el papel de Estado-tapón, independiente, para separar ambos Imperios.
Por último, los holandeses que, a principios del siglo XIX, ocupaban poco más que la isla de Java, afirmaron su administración sobre las Indias Orientales Holandesas (Java, Sumatra, Borneo y parte de las islas Célebes) totalmente ocupadas en 1882.
El Imperio ruso en Asia.
El Imperio ruso ya había ocupado el Asia septentrional -Siberia- desde el siglo XVII. Al tratarse de un imperio continental, rodeado de hielo, su política expansiva consistía en avanzar hacia el sur, empujar por tierra contra el Imperio turco, contra Persia, contra la India y contra la China. Ya hemos visto su presencia en Asia central. Ahora corresponde tratar sobre su empuje sobre la China septentrional y en la costa del Pacífico buscando una salida en aguas más cálidas. Así, en 1858, se hizo ceder por China la provincia de Amur y, en 1860, obtuvo la región costera entre la desembocadura del río Amur y Corea. Allí se fundó el puerto de Vladivostok, presionando todavía más sobre China para que le cediera la Manchuria (China septentrional), para establecer el ferrocarril en esta región.
El imperialismo en China.
Los historiadores chinos denominan a la época en que se desarrollaban los distintos imperialismos como “época de los tratados desiguales”. China, en efecto, no fue ocupada, como ocurrió con la India, pero si fue “violentada, saqueada, repartida”. China venía mostrando un carácter cerrado y autosuficiente. Los europeos la habían visitado desde la Edad Media, pero los chinos se resistían a relacionarse con los “bárbaros” del Oeste y del Sur. Sin embargo, a mediados del siglo XIX, el aislamiento chino estaba llegando a su fin. La dinastía Manchú, reinante desde el siglo XVII, era incapaz de controlar el país.
Los occidentales se aprovecharon de la debilidad de los emperadores chinos y les forzaron a hacer concesiones comerciales y territoriales. Como el gobierno chino se oponía a abrir su territorio al comercio extranjero, los comerciantes ingleses recurrieron entonces al contrabando, vendían opio indio a cambio de plata y té chinos. La confiscación del opio en Cantón por las autoridades chinas fue el pretexto que esgrimió Inglaterra para atacar a China, dando lugar a la “primera guerra del opio” (1840-1842), que obligó a China a ceder Hong Kong, totalmente, a los ingleses y abrir varios puertos del sureste a las mercancías inglesas.
Nuevos tratados firmados por China, durante la segunda mitad del siglo XIX, le obligaron a seguir abriendo su mercado y aceptar el establecimiento en sus ciudades de colonias propias, ajenas a toda ley china, por parte de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, Japón y EE.UU. Ante tales abusos, se comprende que se desarrollaran levantamientos populares contra los extranjeros. En 1900 tuvo lugar la revuelta de los boxers (boxeadores), ultranacionalistas chinos, que llegaron a dar muerte a unos 300 extranjeros. Las potencias europeas, junto con Japón y EE.UU., respondieron con el envío de una fuerza internacional que acabó con la revuelta.
El imperialismo japonés y de EE.UU.
Como consecuencia de la revolución Meiji (1868), Japón inició un proceso de apertura y modernización social y económica; abolió el feudalismo y se reformó la legislación, introduciendo la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Se organizó un nuevo ejército y se logró desarrollar la industria. En menos de 50 años Japón salta de la Edad Media asiática a la civilización europea de los siglos XIX y XX.
El crecimiento económico y la modernización social convirtieron también a Japón en una potencia imperialista, dispuesta a competir con las potencias europeas por el dominio de Asia. Su interés, inicialmente, se centró en China y en las posesiones rusas en el norte de China.
En 1894-1895 estalla la guerra contra China, donde es derrotada China viéndose obligada a ceder Formosa al Japón y a reconocer a Corea como Estado independiente. El conflicto contra Rusia se veía venir al rivalizar ambas potencias por el mismo espacio (Corea y Manchuria). En 1904-1905 estallaba la guerra ruso-japonesa. La derrota rusa provocó un fuerte impacto en todo el mundo. Japón lograba la parte sur de la isla Sajalin, Port Arthur y el protectorado sobre Corea. Una nueva potencia imperialista había aprendido de Europa lo suficiente como para igualarse a las potencias occidentales en la zona asiática del Pacífico.
Por último, en cuanto a EE.UU., su actuación colonial se realizó en dos direcciones: hacia el Pacífico y hacia el Caribe. En 1898 el conflicto entre Cuba y España, transformado en guerra entre España y EE.UU., terminó con la rápida derrota española. Como resultado, Cuba obtuvo la independencia y Puerto Rico, Filipinas y la isla Guam (en el archipiélago de las Marianas) fueron cedidas a EE.UU.
En Panamá, EE.UU. se había propuesto construir un canal que comunicase los dos océanos. Ante la oposición de Colombia a hacer las concesiones necesarias, los norteamericanos impulsaron la independencia de Panamá (1903), que dio toda clase de facilidades a EE.UU. para construir el canal (abierto en 1914).
EE.UU. estaba empezando a mostrar su poderío económico, su injerencia en los asuntos internos de los países americanos y a penetrar en el área del Pacífico, situando en sus islas bases navales (Hawai se ocupa en 1898) destinadas a proteger sus intereses en Asia.
5. Consecuencias del imperialismo colonial.
La expansión europea contribuyó a la europeización del mundo. Las consecuencias de la ocupación de estos territorios son positivas o negativas según quién cuente la historia, si son los pueblos europeos o si son los pueblos sometidos.
a) Consecuencias positivas para los pueblos colonizados.
II. LA EXPANSIÓN IMPERIALISTA.
1. El imperialismo del siglo XIX.
En el último cuarto del siglo XIX se inició un proceso de dominio político, militar y económico de grandes territorios de Asia y África por parte de países industrializados de Europa, EE.UU. y Japón. Este fenómeno se conoce como imperialismo y si, durante sesenta años, a partir de 1815, no hubo importantes rivalidades coloniales, en cambio, desde 1880, las cuestiones coloniales se situaron de nuevo en primer plano y las potencias industriales emprendieron una carrera de ocupaciones territoriales. Este proceso culminó, a inicios del siglo XX, con la colonización del continente africano y de una parte del asiático. A lo largo de ese proceso hubo momentos de fuerte tensión entre las potencias colonialistas, constituyendo una de las causas del estallido de la Primera Guerra Mundial.
2. Las causas del imperialismo.
Son muchas las causas que influyen en el surgimiento de este fenómeno de expansión territorial, citaremos las más importantes:
a) Causas económicas.
El desarrollo de la industria europea y su necesidad de hallar nuevos mercados y materias primas. En efecto, el desarrollo de la segunda revolución industrial impulsó a los países más industrializados a buscar nuevos mercados donde situar los excedentes de su producción y, también, lugares donde obtener materias primas (algodón, caucho…) al mejor precio posible. A su vez, las colonias eran un lugar donde se podían invertir los capitales excedentes de la producción industrial.
b) Causas políticas y militares.
La superioridad militar de los europeos les facilitó una rápida ocupación territorial. La exaltación del nacionalismo, el “orgullo nacional”, obligaba a contar con colonias, donde los militares hacían méritos y conseguían ascensos y medallas. El imperialismo, por tanto, se veía como un signo de prestigio y poder de los Estados.
Por otra parte, existían motivos estratégicos que hacían que una potencia se apoderase de un territorio clave para el control de las rutas comerciales o para impedir el acceso a una zona por parte de otro Estado.
c) Causas demográficas.
El vertiginoso crecimiento de la población europea (aumenta en unos 150 millones de personas entre 1870 y 1914) animó a la búsqueda de mejores posibilidades de vida en las colonias, o bien, hacia otros países, como ocurrió con la enorme emigración europea hacia EE.UU. o la de españoles, italianos y portugueses hacia Argentina y Brasil. Por tanto, el poblar nuevos territorios se convirtió también en una válvula de escape para aliviar la superpoblación del viejo continente.
d) Causas ideológicas.
La creencia en la superioridad de la raza blanca hizo que se considerara un “deber” transmitir los avances de la civilización y la cultura europeas (educación, sanidad, mejora de vida) a los pueblos colonizados. Por otro lado, las iglesias cristianas (la católica y la protestante) se encontraron ante una nueva fase para extender su confesión religiosa por el mundo.
Tampoco hay que olvidar el interés científico, es decir, el deseo de conocer y cartografiar otros lugares todavía desconocidos. Muchos europeos se sentían atraídos por esos territorios y se lanzaban a la exploración de ríos y montes desconocidos; las manchas blancas en los mapas iban borrándose poco a poco. En este punto hemos de hablar del papel de las Sociedades geográficas que se constituyen en muchos países europeos con la misión de estudiar África y financiar exploraciones al interior del continente que, posteriormente, favorecerán la posterior ocupación.
3. Las formas de dominación.
La expansión colonial europea presentó distintas formas de dominación. Podemos distinguir, en líneas generales, tres clases de colonias.
Colonias de explotación o colonias propiamente dichas. En ellas la metrópoli lleva a cabo la administración a través de sus funcionarios, bajo las órdenes de un Gobernador. Esta fórmula fue aplicada por todas las potencias coloniales.
Colonias de poblamiento. Se dieron en algunas colonias inglesas con fuerte presencia de población blanca. En ellas se establecía un régimen de autogobierno y se permitía organizar un Parlamento (elegido en la colonia). Estos territorios en el Imperio británico recibieron el nombre de dominios: Canadá alcanzó ese rango en 1867 y más tarde lo lograron Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.
Protectorados: Eran territorios en los que se mantenía el gobierno indígena, en los aspectos internos, bajo la supervisión de la potencia ocupante y sometido a ella. La política exterior y el ejército eran controlados por la metrópoli. Ejemplo de protectorados fueron Marruecos, reino repartido entre Francia y España, Túnez, perteneciente a Francia, y Egipto, protectorado británico, territorio con gran valor estratégico desde la apertura del canal de Suez (1869), que permitía enlazar el mar Mediterráneo, a través del mar Rojo, con el océano Índico.
4. Los imperios coloniales.
a) El reparto de África.
Hacia 1880 el interior de África era prácticamente desconocido para los europeos, que sólo habían establecido enclaves portuarios a lo largo de la costa. En 1914 todo el territorio africano se hallaba repartido entre las diversas naciones europeas, salvo dos países: Liberia, creado por iniciativa de EE.UU., y Abisinia.
Las ocupaciones y actividades europeas más importantes ya se habían realizado con anterioridad a la conferencia de Berlín de 1884-1885, donde las potencias europeas llegaron a unos acuerdos para repartirse el control del continente africano. Francia y Gran Bretaña ya se habían instalado en los territorios dependientes del Imperio turco en el norte de África: Argelia (1830) y el protectorado de Túnez (1881) para Francia, mientras los británicos establecían un protectorado sobre Egipto (1882).
En el África occidental atlántica venían actuando Francia (en Senegal y Gabón=Congo Francés); Inglaterra (Sierra Leona, Nigeria y Costa de Oro=Ghana); Portugal en Guinea y España en Río de Oro (Sáhara Español) y en el golfo de Guinea (Río Muni o Guinea Española). En el África oriental, Inglaterra se hizo presente en la zona penetrando desde Egipto en dirección sur hacia Sudán, mientras franceses e italianos se establecieron en las costas del mar Rojo (Somalia y Eritrea). En el África austral Portugal poseía desde siglos anteriores las fachadas marítimas de las colonias de Angola y Mozambique. En la colonia de África del Sur la situación se complicó con la presencia de dos poblaciones europeas, holandeses (los boers o afrikaners) e ingleses. Los holandeses, a mediados del siglo XVII, se habían establecido en la colonia de El Cabo y, tras las guerras napoleónicas, la colonia pasó a los ingleses, obligando a los boers a desplazarse hacia el norte (Orange y Transvaal).
Alemania e Italia, al realizar tarde su unificación territorial, accedieron con retraso al reparto colonial cuando las mejores piezas del botín estaban ya distribuidas. Pero fue el problema de la ocupación de los territorios centroafricanos lo que llevó, por iniciativa de Bismarck, a reunir en 1884-1885 la conferencia de Berlín, donde las potencias europeas llegaron a unos acuerdos para repartirse el continente africano. Se decidió la libre navegación por los ríos Congo y Níger y la libertad de comercio en África central entre el Atlántico y el Índico. También se acordó que sólo la ocupación efectiva, y no el descubrimiento previo, daba derecho a considerar un territorio como colonia propia, lo que dio lugar a una auténtica carrera colonial para conquistar África. Por último, para evitar tensiones entre las potencias europeas por el control del África central, se decidió crear el llamado “Estado Libre del Congo” como propiedad de Leopoldo II de Bélgica (1865-1909), que a su muerte legó a Bélgica.
Alemania pudo ocupar Tanganica, Camerún y África del Suroeste. En el siglo XX, el káiser Guillermo II consideró este lote insuficiente, pero sus planes para acrecentarlo sólo tuvieron como resultado aumentar la tensión precursora de la Primera Guerra Mundial. Italia obtuvo Somalia y Libia; aspiraba a Túnez pero Francia se le adelantó. También, su intento de conquistar Abisinia terminó en un gran fracaso: la derrota de Adua (1896).
En la conferencia de Berlín ya se planteó el problema de los “imperios coloniales continuos”, con la formación de ejes coloniales en sentido horizontal (dirección Oeste-Este) o vertical (dirección Norte-Sur). Francia aspiraba a crear un eje O-E desde Senegal y Gabón por el Sáhara y Sudán hasta Somalia. Portugal deseaba igualmente conseguir su eje O-E entre Angola y Mozambique. Ambos ejes horizontales chocaban con el pretendido por Gran Bretaña en sentido N-S, entre El Cairo y El Cabo.
La primera rivalidad colonial se produjo entre Inglaterra y Portugal en el África austral al querer Portugal unir Angola con Mozambique incorporándose el territorio entre ambas y que desembocó en la crisis del ultimátum o del “mapa rosa” (1890), por la que Portugal, una vez recibido el ultimátum británico, decidió desistir de su proyecto. La segunda rivalidad tuvo lugar entre Francia y Gran Bretaña en 1898 al chocar ambos imperialismos en Sudán (en Fashoda, a orillas del río Nilo) y que puso a ambas potencias al borde de la guerra. Francia terminó cediendo a las presiones inglesas renunciando a su imperio colonial en sentido Oeste-Este.
b) La colonización de Asia Oriental, Meridional y del Sureste.
La expansión europea en Asia se desarrolló paralelamente al reparto de África.
India y sureste de Asia.
Francia actuó con éxito en Indochina. En 1858-1860, durante el Imperio de Napoleón III, ocupó la Cochinchina (región meridional de Vietnam=delta del Mekong con su capital Saigón). Tras enfrentarse a China (1884-1885) y salir ésta derrotada ello le permitió ampliar su presencia creando la Unión Indochina (1887), formada por Cochinchina y los territorios de Annam, Tonkín, Camboya y, más adelante, Laos.
En la India la presencia británica era una realidad desde finales del siglo XVIII. En el siglo XIX la administración inglesa se acentúa, sobre todo tras la revuelta de los cipayos (indios que formaban parte del ejército británico) en 1857-1859.
Los ingleses practicaron una política de aislamiento de la India frente a otros imperialismos. Así, para contrarrestar la hegemonía francesa en el sudeste de Asia, Inglaterra procedió a la anexión de Birmania y de la extremidad sur de la península de Malaca, convirtiendo a Singapur en uno de los puertos más importantes del Extremo Oriente.
En otra dirección, frente al Imperio ruso, que estaba extendiéndose por tierras del Asia central, ocupando todo el Turquestán, Gran Bretaña consideró que sus intereses en Persia (actual Irán) y la India podían verse afectados; al final, los dos Imperios (ruso y británico) permitieron que Afganistán cumpliera el papel de Estado-tapón, independiente, para separar ambos Imperios.
Por último, los holandeses que, a principios del siglo XIX, ocupaban poco más que la isla de Java, afirmaron su administración sobre las Indias Orientales Holandesas (Java, Sumatra, Borneo y parte de las islas Célebes) totalmente ocupadas en 1882.
El Imperio ruso en Asia.
El Imperio ruso ya había ocupado el Asia septentrional -Siberia- desde el siglo XVII. Al tratarse de un imperio continental, rodeado de hielo, su política expansiva consistía en avanzar hacia el sur, empujar por tierra contra el Imperio turco, contra Persia, contra la India y contra la China. Ya hemos visto su presencia en Asia central. Ahora corresponde tratar sobre su empuje sobre la China septentrional y en la costa del Pacífico buscando una salida en aguas más cálidas. Así, en 1858, se hizo ceder por China la provincia de Amur y, en 1860, obtuvo la región costera entre la desembocadura del río Amur y Corea. Allí se fundó el puerto de Vladivostok, presionando todavía más sobre China para que le cediera la Manchuria (China septentrional), para establecer el ferrocarril en esta región.
El imperialismo en China.
Los historiadores chinos denominan a la época en que se desarrollaban los distintos imperialismos como “época de los tratados desiguales”. China, en efecto, no fue ocupada, como ocurrió con la India, pero si fue “violentada, saqueada, repartida”. China venía mostrando un carácter cerrado y autosuficiente. Los europeos la habían visitado desde la Edad Media, pero los chinos se resistían a relacionarse con los “bárbaros” del Oeste y del Sur. Sin embargo, a mediados del siglo XIX, el aislamiento chino estaba llegando a su fin. La dinastía Manchú, reinante desde el siglo XVII, era incapaz de controlar el país.
Los occidentales se aprovecharon de la debilidad de los emperadores chinos y les forzaron a hacer concesiones comerciales y territoriales. Como el gobierno chino se oponía a abrir su territorio al comercio extranjero, los comerciantes ingleses recurrieron entonces al contrabando, vendían opio indio a cambio de plata y té chinos. La confiscación del opio en Cantón por las autoridades chinas fue el pretexto que esgrimió Inglaterra para atacar a China, dando lugar a la “primera guerra del opio” (1840-1842), que obligó a China a ceder Hong Kong, totalmente, a los ingleses y abrir varios puertos del sureste a las mercancías inglesas.
Nuevos tratados firmados por China, durante la segunda mitad del siglo XIX, le obligaron a seguir abriendo su mercado y aceptar el establecimiento en sus ciudades de colonias propias, ajenas a toda ley china, por parte de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, Japón y EE.UU. Ante tales abusos, se comprende que se desarrollaran levantamientos populares contra los extranjeros. En 1900 tuvo lugar la revuelta de los boxers (boxeadores), ultranacionalistas chinos, que llegaron a dar muerte a unos 300 extranjeros. Las potencias europeas, junto con Japón y EE.UU., respondieron con el envío de una fuerza internacional que acabó con la revuelta.
El imperialismo japonés y de EE.UU.
Como consecuencia de la revolución Meiji (1868), Japón inició un proceso de apertura y modernización social y económica; abolió el feudalismo y se reformó la legislación, introduciendo la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Se organizó un nuevo ejército y se logró desarrollar la industria. En menos de 50 años Japón salta de la Edad Media asiática a la civilización europea de los siglos XIX y XX.
El crecimiento económico y la modernización social convirtieron también a Japón en una potencia imperialista, dispuesta a competir con las potencias europeas por el dominio de Asia. Su interés, inicialmente, se centró en China y en las posesiones rusas en el norte de China.
En 1894-1895 estalla la guerra contra China, donde es derrotada China viéndose obligada a ceder Formosa al Japón y a reconocer a Corea como Estado independiente. El conflicto contra Rusia se veía venir al rivalizar ambas potencias por el mismo espacio (Corea y Manchuria). En 1904-1905 estallaba la guerra ruso-japonesa. La derrota rusa provocó un fuerte impacto en todo el mundo. Japón lograba la parte sur de la isla Sajalin, Port Arthur y el protectorado sobre Corea. Una nueva potencia imperialista había aprendido de Europa lo suficiente como para igualarse a las potencias occidentales en la zona asiática del Pacífico.
Por último, en cuanto a EE.UU., su actuación colonial se realizó en dos direcciones: hacia el Pacífico y hacia el Caribe. En 1898 el conflicto entre Cuba y España, transformado en guerra entre España y EE.UU., terminó con la rápida derrota española. Como resultado, Cuba obtuvo la independencia y Puerto Rico, Filipinas y la isla Guam (en el archipiélago de las Marianas) fueron cedidas a EE.UU.
En Panamá, EE.UU. se había propuesto construir un canal que comunicase los dos océanos. Ante la oposición de Colombia a hacer las concesiones necesarias, los norteamericanos impulsaron la independencia de Panamá (1903), que dio toda clase de facilidades a EE.UU. para construir el canal (abierto en 1914).
EE.UU. estaba empezando a mostrar su poderío económico, su injerencia en los asuntos internos de los países americanos y a penetrar en el área del Pacífico, situando en sus islas bases navales (Hawai se ocupa en 1898) destinadas a proteger sus intereses en Asia.
5. Consecuencias del imperialismo colonial.
La expansión europea contribuyó a la europeización del mundo. Las consecuencias de la ocupación de estos territorios son positivas o negativas según quién cuente la historia, si son los pueblos europeos o si son los pueblos sometidos.
a) Consecuencias positivas para los pueblos colonizados.
- Entre estas habría que citar el incremento de la población en los países ocupados debido a la erradicación de epidemias y la consiguiente reducción de la mortandad a causa de las medicinas llevadas por los europeos.
- Otra sería el aumento de los cultivos y la introducción de otros lo que hizo que aumentara la producción agrícola, aunque fuera para abastecer al país colonizador.
- El descenso del analfabetismo y la expansión de la cultura occidental, esto produjo la desaparición de la estructura tribal de esas sociedades e incluso en algunos casos la pérdida de su identidad cultural; como vemos una consecuencia positiva suele conllevar una negativa.
b) Consecuencias negativas para los pueblos colonizados.
- La explotación exhaustiva de las colonias mediante la confiscación de sus tierras, que pasan a manos de grandes compañías, adueñándose de sus recursos naturales
- El abuso de la mano de obra gratuita o a muy bajo precio de los colonizados.
- El desarrollo de una actividad económica en beneficio de la metrópoli.
- Los colonizadores provocaron, en muchos casos, la destrucción de la lengua y la cultura de los colonizados y de su sociedad tradicional.
- Las fronteras que establecieron los europeos serían totalmente arbitrarias, sin tener en cuenta a los pueblos indígenas. Así, se impuso la convivencia forzada entre grupos étnicos tradicionalmente enfrentados, mientras otros pueblos se vieron de repente divididos.
- En muchos casos habrá una fuerte segregación racial y falta de respeto por las realidades autóctonas.